La historia detrás del principal sitio de estadísticas del coronavirus y las dudas de sus creadores

El mapa de la Univesidad Johns Hopkins se consolidó como la referencia mundial sobre la pandemia, pero su intención es ir más allá de las cifras y mostrar quiénes son las más afectados

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El mapa de Johns Hopkins, referencia mundial para las cifras de la pandemia
El mapa de Johns Hopkins, referencia mundial para las cifras de la pandemia

El mapa en tiempo real del coronavirus de la Universidad Johns Hopkins, principal referente mundial sobre el avance de la pandemia, continúa acumulando millones de visitantes, mientras el equipo detrás del proyecto mantiene la esperanza de que, además de las cifras, el público capte también la historia detrás de ellas y los dramas que la enfermedad hizo más notorios.

Antes de llegar a ser la fuente citada por gobiernos, académicos y medios de todo el mundo, todo empezó con un café.

Era todavía enero cuando Ensheng Dong, un estudiante chino del primer año de su doctorado, seguía con atención el brote de la entonces misteriosa enfermedad. Cada vez que hablaba con sus familiares, la cifra de contagiados iba en aumento, así como las preocupaciones.

Dong ya tenía conocimientos de modelos estadísticos y había vivido en China el brote del SARS en 2003. Cuando su tutora le sugirió crear un mapa de seguimiento de casos y muertes, no dudó en poner manos a la obra. “Quería usar mi experiencia en recolección de datos para mostrarlos al público. Y el primer miembro de esa audiencia era yo”, recordó en entrevista con el Washington Post.

Lauren Gardner, profesora asociada de la Escuela de Ingeniería, fue quien dio el aliento a su alumno para crear el proyecto y supervisó el modelo antes de su lanzamiento al público. “Cuando comenzamos, no había ni una sola web dedicada a rastrear la enfermedad por una autoridad sanitaria, en ningún lugar”, resaltó. Como tenía en mente que los reportes oficiales podían variar y ser inconsistentes, consideró que un registro académico sería un importante aporte a sus colegas para un análisis posterior.

En 12 horas, Dong recolectó datos, tradujo información en chino y diseñó las tablas para crear el mapa, con una deliberada estética sombría: fondo negro y puntos rojos para cada infección. Tenía clara su intención: “Quería alarmar a la gente que la situación estaba empeorando”.

Ensheng Dong, quien dio el paso inicial para la creación del mapa (Crédito: Universidad Johns Hopkins)
Ensheng Dong, quien dio el paso inicial para la creación del mapa (Crédito: Universidad Johns Hopkins)

Tras algunas correcciones y anotaciones, el proyecto se publicó y Gardner lo difundió en su Twitter. En pocas horas, ya era un viral, no solo en el mundo académico.

No fue casualidad que el proyecto nazca en esta casa de estudios: durante las últimas cuatro décadas la Universidad Johns Hopkins ha sido indiscutida líder en el ránking estadounidense de entidades con más inversión en el área de investigación y desarrollo.

Pero el coronavirus era más rápido que los investigadores, y conforme la enfermedad avanzaba, se presentaban nuevos desafíos. Cuando llegó a Japón y Corea del Sur, el proyecto pasó a ser un esfuerzo conjunto, con aportes de ciudadanos de todo el mundo para reportar nuevos casos. Con toda la información expuesta en planillas abiertas, cualquier persona puede revisar las cifras, advertir errores o hacer sugerencias.

Al principio, trataba de actualizarlo dos o tres veces, al mediodía y a la medianoche. Pero la gente estaba tan ansiosa por ver el cuadro que tuve que refrescarlo cada tres o cuatro horas. A veces terminaba de reunir los datos y la fuente original había subido nuevos casos, tenía que tirar todo lo hecho y comenzar otra vez”, recordó Dong en diálogo con el Post.

Para febrero, algunos gobiernos comenzaron a divulgar estadísticas más ordenadas sobre el virus, pero eso no simplificó la tarea: la hizo más difícil. No había ninguna norma internacional que unifique los criterios sobre cómo contar los contagios y las muertes, por lo que cada país usa su propia metodología, que a su vez puede ir cambiando o ser revisada, lo que altera no solo las cifras nuevas, sino también es una decisión retroactiva que obliga a cambiar el trabajo anterior.

Y por si fuera poco, el virus avanzaba cada vez más rápido. El mundo comenzaba a hablar de ritmos de contagios y de “aplanar la curva”. Millones de usuarios, desde todas partes del mundo, entraban a diario al mapa para analizar la evolución de la pandemia. Incluso enfrentaron problemas políticos, ya que China se quejaba por el uso del nombre Taiwán como un territorio aparte del gigante asiático.

“Por primera vez, los datos tienen un lugar central en la narrativa” de la crisis, indicó al Post Beth Blauer, directora ejecutiva del Centro para el Impacto Cívico en la Universidad Johns Hopkins. Pero destacó otro aspecto necesario: “La conexión humana, creo que necesitamos más de eso. Siento que se está perdiendo la compasión”.

Lauren Gardner, una de las líderes del equipo (Crédito: Universidad Johns Hopkins)
Lauren Gardner, una de las líderes del equipo (Crédito: Universidad Johns Hopkins)

El equipo, que pasó de seis a 24 integrantes, tiene más de una preocupación en mente. No solo tienen en cuenta que el mapa es más una borrosa imagen constantemente cambiante de la realidad, también buscan que la plataforma refleje los verdaderos efectos de la pandemia y cómo los números pueden ayudar a los líderes políticos a atender a los más vulnerables y necesitados.

Metodológicamente, lo más consistente ha sido la inconsistencia. No solo las estrategias de datos varían de país en país: dentro de EEUU, cambian de estado a estado e incluso entre condados vecinos. La falta de información reportada por algunas autoridades (como el detalle de la zona, las etnias de los pacientes, edades o el uso de planes médicos) puede invisibilizar a muchas comunidades severamente afectadas. “Los números dan una sensación de confort, pero pueden estar equivocados por muchas razones”, señala Gardner.

En cambio, cuando los datos están completos, se puede explicar porqué las minorías han sido más impactadas por la pandemia, con una notoria correlación entre el aumento de casos con prácticas como discriminación inmobiliaria, falta de acceso a la salud o estabilidad educativa. Para los responsables del proyecto, reportar el número de casos y muertes, sencillamente, no era suficiente: una observación cuidadosa refleja la desigualdad económica, las injusticias raciales y el pobre acceso al sistema sanitario.

Así, el mapa detallado para Estados Unidos fue lanzado en abril y confirmó lo que anticipaba la evidencia anecdótica reportada por los medios. Por ejemplo, en Washington DC, el 46% de la población es negra, pero también lo es el 74% de los muertos por coronavirus; en Arizona, el 18% de los fallecidos son nativos americanos, pese a representar solo el 5% del total de la población.

Para Gardner, el mapa puso en relieve esta desproporción y las desigualdades del país. “Cuando te fijas en las poblaciones afectadas, el detalle por raza, edad y condiciones demográficas, todo se vuelve mucho más humano”, dijo al Post.

Blauer, que ha dedicado buena parte de su carrera en encontrar esas realidades ocultas bajo la capa de datos, expresó su frustración ante el avance mortal de la pandemia. “Hemos sabido por generaciones que las poblaciones pobres y que viven en áreas urbanas tienen estas co-morbilidades que son un riesgo frente al Covid-19. Pero la realidad es que no hacemos anda al respecto. Si naces negro en este país, es más difícil conseguir un trabajo, más difícil mantener un trabajo y más difícil sobrevivir”.

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