Lo quisieron Real Madrid y Barcelona, es ídolo en Tenerife y una picardía de Grondona evitó que España se lo arrebatara a la selección argentina

Marcelo Ojeda es un emblema de Lanús y fue una de las figuras del conjunto de las Islas Canarias que hizo historia en la Copa UEFA. Hoy es entrenador y detecta jóvenes talentos argentinos para llevar a Europa

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Marcelo Ojeda, durante sus días en el Tenerife. Foto: atlanticohoy
Marcelo Ojeda, durante sus días en el Tenerife. Foto: atlanticohoy

Hace algunos días el barrio porteño de Flores se disfrazó por unos instantes de territorio español. A pesar de las bajas temperaturas y el cemento que rodea a Buenos Aires, el Centro Archipiélago Canario de la calle Rivera Indarte recibió a los fanáticos del Unión Deportiva Las Palmas y del Tenerife, quienes se reunieron para vibrar con el clásico correspondiente a las semifinales por el ascenso a La Liga.

Decenas de mesas con platos regionales, como las tradicionales tortillas y las papas arrugadas con mojo y guacamole, acompañaron a unos improvisados choripanes que aportaron su cuota argentina. Y el invitado especial de la fiesta fue Marcelo Ojeda, el ex arquero que brilló en Europa y participó de la Copa América que Argentina disputó en Bolivia en 1997.

El fervoroso duelo de hinchadas se silenció de golpe cuando el ex futbolista surgido de Defensa y Justicia apareció en el lugar. Con un jean achupinado y una campera inflada para combatir al frío, el ídolo canario se acercó a paso cansino para saludar a cada uno de los presentes. “Apenas vi sus enormes manos, lo primero que pensé es que si en su juventud no fue arquero, fue boxeador”, deslizó uno de los fanáticos con cierta admiración. A la premisa le faltó algo fundamental: su notable parecido físico con el legendario Carlos Monzón. Pero lejos del ring, el ex Lanús se destacó bajo los tres palos.

Sos como un rockstar, se nota que dejaste una huella imborrable en el Tenerife

—Fue una etapa brillante en lo personal. Me tocó cambiar de país y de continente en un momento en el que no era una costumbre que los jugadores argentinos se incorporaran a Europa. Tuve que adaptarme a muchas costumbres en un país fantástico. Estaba en una isla que me acogió de la mejor manera. Con mi señora nos fuimos acostumbrando al día a día y yo me tenía que acostumbrar a un fútbol mucho más rápido. Ya en esa época todas las canchas tenían el pasto muy corto y mojado, lo que hacía un juego a otra velocidad.

Hoy con el mundo globalizado los terrenos aparentan ser similares, pero en la década del noventa era otra cosa, ¿fue muy brusco el cambio?

—Acá se jugaba con el pasto largo y seco y allá corto y mojado. Era otra cosa. Además, en esa época los equipos españoles contaban con más figuras que ahora. Deportivo La Coruña tenía a Bebeto, Donato y Mauro Silva, que eran todos jugadores de la selección de Brasil; el Barcelona tenía a Stoichkov, Laudrup, Romario, Rivaldo y Ronaldo, que ya era un crack. En los equipos de Madrid estaban Simeone y Redondo que también eran unos jugadores de élite…

¿Quién fue el rival más difícil que te tocó enfrentar?

—Tuve la suerte de jugar contra los brasileños, que eran fantásticos. Me acuerdo que Bebeto me hizo un golazo de tiro libre en un partido que nos empataron sobre la hora. Me dejó parado. En cambio, con Ronaldo tuve la suerte de que no me metiera ninguno, pero era imparable. En 1997, cuando estaba en el Barcelona fue el mejor momento de su carrera, pero había un montón de figuras en La Liga.

¿Cómo era ese vestuario? Te tocó compartir el equipo con varios argentinos

—Cuando llegué me integré muy bien al grupo. Me respetaban y me escuchaban mucho. Los españoles me hicieron sentir como si no fuera extranjero. Ellos mismos me decían que no parecía de afuera. Y con los argentinos tuvimos una gran relación, porque compartíamos las mismas costumbres. También estuve con el Mono Navarro Montoya en la temporada del 2000 y con el Tati Buljubasich. Fue un equipo que le abrió la puerta a varios…

¿Había espacio para las bromas internas?

—Había tiempo para todo. El jugador de fútbol durante su plenitud vive concentrado y jugando, pero cuando tiene un par de horas de ocio quiere hacer todo lo que no hizo durante toda su carrera. Es ir a todos lados, como cuando uno tiene a un perro enjaulado y lo suelta por primera vez. Arma sus fiestas privadas algún lunes, se organizan asados en horarios no convencionales, pero todo muy sano. Y si está lejos de su familia, todavía tiene más tiempo para sus fiestas.

¿Quiénes eran los más jodones de ese grupo?

—Había de todo. El más serio era (Juan Antonio) Pizzi y el más jodón, Latorre. También había muchos calentones: yo era uno de ellos (risas). Los españoles también eran fiesteros. Los solteros, como Vivar Dorado, salían seguido.

¿Sos consciente de lo que lograron ahí? En la temporada de 1996/97 llegaron a las semifinales de la Copa UEFA (actual Europa League), un hecho inédito para el Tenerife

—A veces soy consciente de lo que se logró, pero otras veces siento cierta inconsciencia. En lo personal entiendo que dejamos una huella muy grande en el club, pero a veces no lo tengo tan presente. Cuando recibo el reconocimiento del club, como la confianza para hacer una Academia del Tenerife en Argentina, o los llamados que me hacen los periodistas, me vuelven a poner la historia en la cabeza. Fueron años de mucho empeño y sacrificio. Y cada vez que viajo a España la gente me reconoce. Es una gratitud enorme que los taxistas de Madrid sepan quién soy.

¿Les hablás a tus hijos de lo que fue esa Copa UEFA, en la que les tocó quedar afuera contra el Schalke 04 de Alemania?

—Mis hijos eran muy chicos. Tengo 2 argentinos y 2 españoles y lamentablemente no me pudieron ver. Hoy tienen al papá en la casa y para ellos es normal que le pidan fotos o autógrafos al padre. Al comienzo capaz les llamaba la atención, pero después lo normalizaron por tenerme todos los días. Es raro para ellos que sea el ídolo de algunos hinchas, porque nunca me vieron como la figura que fui en algunos equipos.

¿Es verdad que estuviste cerca de jugar en el Real Madrid?

—Sí. Fue cuando me habían convocado de la selección argentina para ir a jugar la Copa América. En ese momento en los periódicos y las radios de Tenerife decían que Heynckes me quería llevar al Real Madrid. Él me llamó varias veces a la concentración en Bolivia y mantuvimos unas lindas charlas. Él me preguntaba cómo estaba y cómo me sentía, pero después no me dijo nada más.

¿Fue una espina que quedó en tu carrera?

—Es que hubiera sido algo increíble. Era tocar el cielo con las manos. Del mismo modo que la vez que estuve a punto de sumarme al Barcelona, pero no se dio.

El arquero surgido de Defensa y Justicia fue una de las figuras del Tenerife en la década del noventa. Foto: tinerfia
El arquero surgido de Defensa y Justicia fue una de las figuras del Tenerife en la década del noventa. Foto: tinerfia

¿Qué recuerdos tenés de la Selección de Passarella? ¿Era muy estricto el Kaiser?

—No, no. La verdad es que no me pareció nada estricto. Sí tenía una personalidad muy respetuosa y respetada. Con él estaban el Tolo Gallego y Sabella, y tenían un gran grupo de trabajo. No molestaban al jugador de fútbol. Se podía hablar tranquilamente y siempre se mostraron muy abiertos.

¿Cuál fue la razón de la eliminación en los cuartos de final contra Perú?

—No lo sé. Entiendo que en ese momento Passarella estaba probando a muchos jugadores para el Mundial de Francia. Arqueros llevó a varios, pero la verdad es que todavía no sé qué pasó. Tal vez influyó la altura y el entorno, porque había muy buenos futbolistas. No sé qué habrá pasado. Todavía no encuentro una respuesta.

En ese plantel estaba Marcelo Gallardo, ¿se percibía en ese entonces lo que podía llegar a lograr como entrenador?

—En ese momento no hablaba mucho. Él se juntaba siempre con (Ariel) Ortega, porque compartían la habitación. Durante el mes y medio que estuve con él, lo noté muy callado y muy tranquilo. Me llamó la atención todo lo que logró después como entrenador. En ese momento ni me imaginaba que iba a ser el mejor técnico del país. Él era muy chico, ni siquiera había ido a Europa, porque todavía estaba en River, donde hizo una carrera fantástica.

Y a vos te tocó pelearle el puesto a Nacho González, ¿qué le dijeron cuando le dieron la 10?

Nacho era muy bonito. Muy buena persona. Nos llevábamos muy bien. Lo cargábamos porque le habían dado la 10 y le decíamos que era como Maradona. En ese grupo de arqueros también estaba Carlos Roa, que decía que era vegetariano y en las cenas no comía casi nada. Entonces, como con Nacho siempre salíamos a comprar galletitas y alfajores para tener en la habitación, venía Lechuga y nos comía todas las golosinas hasta que un día lo agarramos y lo sacamos cagando. “¡Qué nos venís a comer los chocolates a nosotros y después te hacés el que se come los vegetales!”, le decíamos en broma.

¿Soñabas con jugar el Mundial de 1998?

—Tenía mucha ilusión de ir a la Copa del Mundo de Francia, porque da la casualidad de que nosotros jugamos un partido importante en Tenerife que nos había ido a ver a mí y a Juanele, que era el 9, el entrenador de España, que era Javier Clemente. Él se fijó en nosotros porque nos quería para su equipo, pero cuando se enteraron en Argentina me convocaron de inmediato. Igualmente, mi sueño siempre fue jugar para mí país, y cuando me llamaron para la Copa América me puse a llorar de emoción con mi esposa. La verdad es que tenía la esperanza de estar en el Mundial, pero no me tocó.

¿Aquella convocatoria para que no jugases para España fue una picardía de Julio Grondona?

—Sin dudas. Él estaba al tanto de todo. Además, en las competiciones europeas nosotros éramos el único equipo español que llegó hasta las semifinales de la UEFA. Cualquier cosa que pasaba en Tenerife se replicaba en todos lados, porque los entrenadores de varias selecciones nos venían a ver. Estábamos en la agenda de todos los medios del mundo.

Marcelo Ojeda en el Centro Archipiélago Canario de Buenos Aires. Foto: La Liga
Marcelo Ojeda en el Centro Archipiélago Canario de Buenos Aires. Foto: La Liga

También dejaste una marca en Lanús…

—Sí. Fue un equipo que se animó a pelearle a los grandes. Teníamos al Chupa López y a Claudio Enría que volaban. Fue un grupo con muy buenos jugadores. Una etapa fantástica que sirvió para formar los cimientos y llevar al club hasta donde está hoy. Más allá de los títulos que se consiguieron después, nosotros dimos el primer paso. Es como con un niño, que antes de correr tiene que dar sus primeros pasos.

Ahí lo tuviste como entrenador a Miguel Ángel Russo, ¿seguís en contacto con él?

—Hace un tiempo que no hablo con él. Le mandé un mensaje cuando estuvo mal por la enfermedad, pero no lo quería molestar mucho. Simplemente le manifesté mi apoyo y afecto.

En las calles de Lanús te pasa algo similar a lo que te ocurre cuando viajás a Tenerife

—Es que Lanús es mi casa. Cuando camino por la calle, la gente me reconoce de la mejor manera. Todavía no caigo en lo que dejé en el club. La vez pasada me pusieron en una terna con Andrada y Marchesín y los hinchas me votaron como el mejor arquero de la historia de la institución. Es algo maravilloso. Un amor mutuo que siento con la gente del Granate.

Y en el cierre de tu carrera te tocó incursionar con Estudiantes, ¿ahí conociste lo que es el ADN del Pincha?

—Ya veníamos con el ADN Pincha, porque ya lo había tenido a Miguel (Russo) como director técnico. Él es como una especie de Bilardo en miniatura. Fueron seis meses muy lindos. No sé si desde lo futbolístico, porque me lesioné y tuve un accidente; pero a nivel grupo fue uno de los mejores planteles que integré. Estaban Quatrocchi, el Vasco Azconzábal, Agustín Alayes, el Tecla Farías, Krupoviesa… eran unos chicos bárbaros

Que raspaban bastante

—Es que eso es Estudiantes. Si no raspás te tenés que quedar sentado afuera (risas).

Después de tu retiro también incursionaste en la dirección técnica, ¿cómo fue ese proceso?

—Estuve en El Porvenir, en Sportivo Italiano y en Jáuregui dirigiendo en el Torneo Federal. Fue una gran campaña que lamentablemente se cortó por la pandemia. Me gusta dirigir, tengo a mi cuerpo técnico armado para cuando llegue otra oportunidad.

Pero hoy tu foco está puesto en la captación de talentos para el Tenerife

—Es un desafío. Me llamaron de la isla para que busque promesas argentinas jóvenes. Todo lleva un proceso, porque es un trabajo lento. Argentina económicamente no está bien y por eso cuesta todo mucho más; pero es un gran proyecto. Si los chicos se dan cuenta de la posibilidad que tienen de ir a jugar a Europa sin tener la necesidad de pasar por Boca o River van a empezar a venir a la Academia. Es un paso, porque en algún momento van a venir autoridades del club a ver jugar a los chicos; y también nosotros vamos a armar un plantel para que los puedan probar allá. Es una idea fantástica. Si yo fuera el padre de uno de los chicos me entusiasmaría un montón, porque es una posibilidad muy grande. Estamos buscando talentos jóvenes para el fútbol masculino y femenino con edad de 5 años en adelante. Uno que está en el fútbol sabe que cuando se llega a la edad de Quinta División el agujero del embudo se achica un montón y muchos quedan libres de los equipos de acá porque no hay lugar para todos. Y el Tenerife es una buena opción para los que no pudieron debutar en los clubes argentinos. La idea es darles una chance más a esos futuros futbolistas.

El arquero en acción durante su mejor etapa. Foto: porterazosdelos90
El arquero en acción durante su mejor etapa. Foto: porterazosdelos90

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