Gabriel Fernández, secretos de un medallista olímpico: cómo se creó la Generación Dorada, qué les copió la NBA y su nueva vida vendiendo trailers

En una entrevista con Infobae, el ex interior de la selección argentina de básquet develó los secretos de un grupo que marcó un antes y un después en esta disciplina en el país

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Gabriel Fernández rememoró cómo se gestó la Generación Dorada del básquet

Si bien Argentina ya había logrado el primer puesto en el Mundial de 1950, lo cierto es que la llamada Generación Dorada cambió para siempre la historia del básquet. Y no sólo en el país, su legado traspasó cualquier tipo de fronteras. Este grupo de deportistas llevó la bandera albiceleste a lo más alto durante más de una década y logró cosas que parecían impensadas, como vencer al Dream Team de Estados Unidos.

En el ciclo de entrevistas olímpicas con Infobae, Gabriel Fernández explicó cómo se gestó y creó el Alma, rememoró el subcampeonato mundial en Indianápolis 2002 y la medalla dorada en Atenas 2004 y contó cómo es su nueva vida vendiendo trailers y casas rodantes.

¿Cómo nace tu vínculo con el básquet?

— Mi vínculo nace de muy chiquito, con mi papá, que toda su vida fue un amante del básquet. Aparte, fue una persona que se dedicó mucho, no sólo como jugador, sino después como entrenador. También tuvo una parte como dirigente. Arranco a jugar en mi casa, con mi hermano. Cuando volvíamos del colegio íbamos a ver a mi papá. Éramos peligrosos, porque nos metíamos dentro de la cancha. Nosotros queríamos meternos siempre, para hacer algo de lo que hacían los profesionales.

Tu padre también jugó en la Selección

— Sí, mi papá jugó. Tuvo un periodo bastante largo, casi seis o siete años. Mi papá es hipoacúsico, y fue todo un logro jugar de manera profesional y poder estar en ese momento entre los 20 ó 30 jugadores más importantes de Argentina y poder ser parte de la Selección durante un proceso bastante largo.

La medalla dorada en Atenas 2004, una huella imborrable para el básquet argentino (AP Photo/Michael Conroy)
La medalla dorada en Atenas 2004, una huella imborrable para el básquet argentino (AP Photo/Michael Conroy)

Quedó en la historia del deporte olímpico en Argentina. ¿Qué sentís cuando ves los anillos o algo relacionado a los Juegos Olímpicos?

— Te voy a ser sincero. Lo que uno piensa, ahora que estoy retirado y que arranqué una carrera como entrenador, aunque hoy la tengo en pausa, creo que es un sueño cumplido. Primero fue un objetivo de chico: terminar el colegio y dedicarse de lleno al deporte, al básquet. Después fue un sueño cumplido porque pude vivir de eso y hacer un futuro, o ayudarme a hacer un futuro importante, para después no tener que salir a lo loco a hacer cosas que a uno por ahí no le gustan.

Todos se quedan en los logros, como el subcampeonato del mundo en Indianápolis o la medalla de oro en Atenas, pero detrás hay muchos sacrificios. ¿Qué deja de lado un deportista para llegar a ese momento de gloria?

— El sacrificio es como todo en la vida. Si vos no te sacrificas por algo... Nada en la vida es gratis, nada es de un día para el otro, salvo alguna herencia o una cosa extraña. Nosotros estuvimos años entrenando para eso. Muchísimo desgaste anterior. Concentraciones de muy jóvenes con la Selección, siendo sparrings de los mayores. Después, cuando fuimos creciendo, fuimos tomando nosotros el protagonismo. Fuimos a capacitarnos, a jugarlo bien y a mejorar. Después está la otra etapa, donde vos asumís la presión, donde sos candidato. Como nosotros en Neuquén en 2001, donde todos estaban pendientes de lo que podía pasar con Argentina. Y la verdad es que nos fue bárbaro. Pudimos ganar todos los partidos con un promedio de 20 ó 25 puntos de ventaja, jugar todos los jugadores y mostrar un equipo, que era el que iba a ir al Mundial de 2002, con una capacidad de juego en equipo, compañerismo... Y de amigos, porque somos amigos de verdad. Fue un año espectacular y fue donde se comenzó a lanzar el equipo.

Gabriel Fernández marca a Andre Miller en un partido ante el USA Team en el Mundial de 2002 (AFP PHOTO/John RUTHROFF)
Gabriel Fernández marca a Andre Miller en un partido ante el USA Team en el Mundial de 2002 (AFP PHOTO/John RUTHROFF)

Recién comentabas que el equipo daba señales. ¿En qué momento se dieron cuenta de que realmente estaban para dar el salto?

— Nosotros vivimos una situación muy atípica en el 99, cuando renuncian varios jugadores de la Selección Mayor. En ese torneo, en Puerto Rico, Argentina no logra clasificar. Salimos terceros y clasificaron Canadá y Estados Unidos. Nosotros jugamos contra el Dream Team, e hicimos un buen partido. Dejamos todos, pero nos frustramos, porque éramos jóvenes. No teníamos experiencia. Pero ahí ya había muchos jugadores de los que luego fueron al Mundial de 2002 y a los Juegos Olímpicos de 2004. Creo que ese torneo fue importante, porque siendo muy jóvenes nos dieron la posibilidad de jugar y de demostrar que no fuimos a salir octavos o novenos o de perder con cualquier equipo. Fuimos y le ganamos a Puerto Rico, que era local, que no es poca cosa. Estuvimos en un podio de casi 20 equipos y al equipo le fue muy bien. No pudimos clasificar, es verdad, pero realmente hicimos un torneo espectacular. Demostramos que estábamos para jugar y que entendíamos de qué iba lo de jugar en equipo, de no dejar pasar situaciones, de hacer la falta cuando correspondía y no cuidarse. Estar en beneficio y a disposición del equipo.

¿Cómo eran los entrenamientos de Ruben Magnano?

— Los entrenamientos eran durísimos. Me parece que él hizo una gran gestión como entrenador, fue espectacular. Realmente sí era muy exigente, muy duro. Se entrenaba a la mañana la parte de pesas. Después la parte física. Entrenamientos muy largos de básquet. Él tenía la particularidad de que lograba que nosotros compitamos y se te pasaba rápido la práctica. Vos notabas que hacía mucho que estabas entrenando, pero se te pasaba rápido.

Él estaba en todos los detalles. Era muy rígido con el tema de la táctica defensiva. Y después no negociaba nunca la actitud. Eso fue muy importante. La actitud abarca mil cosas, no es dejar todo solamente. Es dejar todo y hacerlo en coherencia con lo que él estaba pidiendo. Empezó a marcar lo de juego en equipo, de que los jugadores tenían que dar cosas por el equipo. Que si a alguno le tocaba hacer dos faltas seguidas tenía que hacerlas, porque el equipo era lo que necesitaba en ese momento.

Antes de los Juegos Olímpicos llega Indianápolis, que es donde la Selección hace un quiebre.

— En Indianápolis, creo, nos salió todo bien. Igual que en Neuquén. Solamente tuvimos un bajón, que fue en el final del partido con Yugoslavia. La verdad es que jugamos bárbaro, no te puedo decir otra cosa. Nos salían todas las cosas bien a nivel ofensivo y defensivo. Un equipo que veía a un jugador solo y se la pasabas porque no querías tirar. Veías que había un jugador que podía llegar a defenderte y se la pasabas al que estaba solo. Era una calidad de equipo… Creo que también tuvo que ver con el momento que estaba viviendo cada jugador fuera de la cancha. Cada uno de los jugadores venía de un progreso, estaban llegando cerca de su techo, pero tenían para dar un poco más. Nos dejamos liderar por esa mentalidad que después fue propia, que en el equipo duró un montón de años. Esa forma de jugar fue la espectacular, hizo que equipos de la NBA nos hayan copiado cosas o que nos hayan visto jugar de esa manera y digan que esa es la forma de jugar, que no hay defensa que pueda defender a esta gente si se pasan la pelota de esta manera. Creo que esa fue la clave de ese Mundial y por eso todo el mundo habla de bisagra, porque marcamos una era en el básquet. Por ahí no está bueno decirlo porque fui parte, pero creo que marcamos una era en el básquet mundial. Y entramos en la NBA también. Porque creo que el juego NBA pasó de ser tan anárquico como era a pasarse más la pelota, y los equipos que ganan los torneos jugaban siempre de la misma manera que nosotros.

El primer gran hito de esta generación fue vencer al Dream Team, en su casa

— Fue un partido espectacular, nos salió todo perfecto. Fuimos con una táctica muy acertada para jugarle a un equipo que, en ese momento, no respetaba mucho las reglas FIBA. No estaban metiendo mucho la pelota de afuera, entonces nos cerramos mucho más. Eso fue una ventaja. Defendimos muy fuerte a los tirados. En ese momento estaba Reggie Miller, que era un histórico de la NBA. Era un jugador que sabíamos que no podíamos dejar tirar. Erraban un tiro y se notaban las caras de desesperación, de decir ‘¿por dónde le entramos?. No podemos pasar, no podemos penetrar. No podemos jugar 1 contra 1 porque están muy cerrados. Si no la metemos de afuera no le vamos a poder ganar’. Argentina, en ataque, te desgastaba, te jugaba posesiones largas. Te frenaba la pelota, y cuando podía te corría. Los desgastamos mentalmente. Llegamos al final con un éxito para nosotros, fue todo un logro. También jugamos con muchos jugadores. Cuando nos quisieron empujar físicamente nosotros estábamos descansados y pudimos aguantar en las partes importantes del juego.

Gabriel Fernández junto al Chapu Nocioni y Manu Ginóbili (Photo by Chris McGrath/Getty Images)
Gabriel Fernández junto al Chapu Nocioni y Manu Ginóbili (Photo by Chris McGrath/Getty Images)

Después de lo que lograron en el Mundial, llegan a Atenas como candidatos. ¿Eso les cambió la previa?

— Sí, fue distinto. Muy distinto. Porque cuando llegamos a Puerto Rico ya no era lo mismo. Nos empezó a salir todo mal, comenzaron a haber lesiones, jugadores que no estaban en un buen nivel. El equipo no estaba jugando en equipo como lo hacía los años anteriores. Empezamos el Preolímpico y empiezan a aparecer jugadores que estaban más tapados o que eran secundarios y tienen que jugar mejor, porque sino el equipo no ganaba. Empezamos a tomar más confianza como grupo. Vimos que el equipo necesitaba de todos en los momentos complicados. Colapsamos un poco como equipo, pero nos vino bien. A los Juegos Olímpicos llegamos jugando de manera irregular y empezamos tomándonos una revancha con Serbia, gracias a ese tiro de Manu, que fue un golpe de suerte. Nos tocó perder con Italia, ganarle a Nueva Zelanda por pocos puntos, que por ahí era más fácil. Todos los partidos eran complicados. Pero ahí se iba gestando algo y nos íbamos preparando para las malas, que iban a venir después contra Grecia, que sacamos un partido muy importante desde abajo.

Nuevamente en el camino aparece Estados Unidos. ¿Qué notaste de distinto en ese partido?

— Cuando ellos le ganan a España creo que pensaron que nos iban a ganar. Pensaron que iban a poder con nosotros. La verdad, España era un gran equipo y pensábamos que nos iba a tocar con ellos. Cuando vimos que era Estados Unidos, los primeros minutos fueron una decepción. Estados Unidos está fuerte otra vez, nos puede ganar. En Puerto Rico nos había ganado dos veces. Después, a uno se le ocurrió decir que para salir campeón y recuperarnos de lo que pasó en Indianápolis teníamos que ganarle a todos, y eso era verdad. Fuimos a dejar todo en ese partido, y por suerte nos fue bien.

¿Qué recuerdos te quedan de esos duelos con los jugadores del Dream Team?

— Me queda nuestra agresividad defensiva, los roces fuertes que tuvimos. Nunca quisimos mostrarles debilidad. Nosotros estábamos jugando por encima del 100 por ciento individualmente. Y más los que entrábamos del banco, que entrábamos para cumplir una función determinada. Habré jugado 10 ó 15 minutos, y a todo el que pasaba era un golpe. Al principio lo hacía como una estrategia para intimidar o desgastar, pero después era mi forma de jugar. Y jugué así todo el tiempo que estuve en la cancha. Lógicamente que mi energía bajaba muy rápido, pero era mi función y era lo que le podía aportar al equipo. Hubo un momento en el segundo cuarto donde baja un poco el nivel defensivo nuestro y con Luis Scola podemos retomar un poco la defensa y sacar 9 puntos de ventaja. Yo estuve en cancha y lo tomo como un logro, como algo que nos salió bien a los dos internos, que le pusimos todo. Hacíamos todo lo posible que existía en el básquet de ese momento para aguantar esa embestida de ellos que nos querían pasar por encima. Nos querían sacar 15 puntos para tener aire y después jugar tranquilos, pero no les dejamos nunca.

En la final toca Italia, un equipo que ya les había ganado en el torneo.

— Fue totalmente distinto. Cuando le ganamos a Estados Unidos tuvimos la sensación de que no podíamos perder más con nadie. Sabíamos que íbamos a tener la ausencia de Oberto, que se había lesionado al final del partido por una mala jugada de los americanos. Fue un golpe fuertísimo, malintencionado. Pero sabíamos que no podíamos perder. El equipo estaba fuerte. En todo momento sentimos tener el control. Cuando ellos se nos acercaban teníamos una arremetida y una aceleración defensiva y ofensiva, donde marcábamos la diferencia, y eso nos dio la tranquilidad. Incluso unos minutos antes ya nos sentíamos campeones olímpicos.

La alegría tras vencer al Dream Team (Photo by Chris McGrath/Getty Images)
La alegría tras vencer al Dream Team (Photo by Chris McGrath/Getty Images)

En la premiación te ponen la corona, te dan la medalla, bandera Argentina en lo más alto…

— (Interrumpe) Es lo más emocionante de todo. Se te cumple un sueño y ves la bandera argentina por encima de la americana y la italiana. Es cumplir tu sueño y dejar a tu país en lo más alto. Tomás conciencia ahí. Al principio es un equipo que juega contra otro, pero cuando ves tu bandera ahí adelante se te pone la piel de gallina y decís ‘¿llegamos de verdad, no? Esto va a repercutir en el tiempo, años después vamos a estar hablando de esto’. Fue algo espectacular y se disfrutó muchísimo. Es un sello a la amistad que teníamos, al rendimiento, al sacrificio, a todo lo que hablamos antes.

En la previa a los partidos tenían una arenga muy particular. ¿En qué consistía y cómo lo veían sus rivales?

— Lo hacíamos siempre con las mismas canciones. Era una arenga para empujarnos, entrar en calor, pero también simbólico. Nos poníamos al servicio del equipo. Nos pegábamos, nos medíamos para ver cómo estaba cada uno. Después eso cada vez duraba más, se hacía más intenso. Salíamos como guerreros a la cancha. Terminabas eso, te saludabas con tu compañero y salías a la cancha como en una guerra. Para nosotros fue así. Cuando fue el primer partido con Serbia y Montenegro fue tremendo. Eso fue de una energía, que si vos estabas cerca, la sentías. Salimos a la cancha como si fuéramos a matarlos.

Antes de jugar con Estados Unidos fue tan fuerte que ellos nos miraron. Ellos sí quedaron impresionados. Creo que era algo de nuestra energía, de nuestro compromiso, amistad. Eso generaba cada vez más. Había que unir un grupo para dejar de lado sus miserias, para ir todos juntos por este objetivo, que es algo que cuesta tanto como país. A veces tenemos un problema que es fácil de solucionar y no podemos unirnos nunca para lograr una sola solución. No la podemos encontrar. Nosotros lo hacíamos rápido y nos poníamos al servicio del equipo, siempre.

¿Qué significa Manu para este equipo?

— Manu fue un líder de perfil bajo, siempre. No fue de hablar demasiado. Ese equipo tenía un montón de líderes. Él no era tonto, veía que no podía empujar a todo el mundo. Él te tocaba en los momentos en los que te veía un poco débil. Y ese liderazgo silencioso, y a la vez importante por la imagen y por lo que él significaba en el equipo y en el básquet mundial… Porque yo he estado con Manu en lugares inéditos y se paraba gente para sacarle una foto. Es una persona como Messi y Maradona, conocida por todos lados por su éxito. Manu era tan hábil en eso que nunca le podías decir nada. Conmigo, que por ahí tenía un poco más de confianza, me agarraba para el lado de las bromas cuando me quería decir algo, porque sabía que enseguida me enojaba. Sabía que me quería decir algo, y yo lo tomaba. Era muy inteligente para llegarle a las personas. Tenía el liderazgo de no siempre decirlo hablando. Para nosotros siempre fue un eje, un guía. Y cuando Manu estaba bien era una cosa y cuando Manu por ahí no estaba bien, era aprender. Cuando él no estaba bien, también te enseñaba. Nos pasó antes de un torneo, que venía errando. Y en un momento le pregunto ‘¿qué te pasa que no la metés?’. ‘Ya va a entrar. Es un tema que no hay que pensarlo. ¿Siempre entró, no? Ya va a entrar. Y si no entra, tendré un torneo malo hasta que entre. No voy a estar todo el torneo sin meterla’, me dijo. ¿Qué le vas a decir a un tipo que te contesta así? Es imposible. Él no se obsesionaba, era un tipo muy equilibrado. Nosotros aprendíamos de ese tipo de cosas, de esa mentalidad.

Gabriel Fernández, integrante de la Generación Dorada de básquet (Matías Arbotto)
Gabriel Fernández, integrante de la Generación Dorada de básquet (Matías Arbotto)

Luis Scola era muy joven en ese momento, pero hoy es la bandera de la actual Selección

— Al igual que con Manu, tuve y tengo una gran relación. Luis siempre fue un jugador veterano en un cuerpo de joven. Siempre ponemos ese mismo ejemplo. Luis siempre fue un líder dentro de la cancha. Pero él te ayudaba en momentos críticos a esa edad. Hoy, por ahí, tiene un liderazgo muchísimo más pronunciado. Me parece que en los últimos años en la Selección ha sido el guía, el capitán indiscutido. Por presencia, por todo. Desde el 2007 o 2008 que no ha faltado en ningún torneo.

Me parece que en ese momento de la Generación Dorada también era otro líder. Silencioso, que aportaba, que sumaba. Que si le preguntabas algo él siempre tenía una palabra más de aliento, o una forma más de buscarle la vuelta y no darse por vencido.

¿Cree que el secreto del Alma era la falta de temor a perder?

— La falta de temor al juego, a perder, a la competencia, al entrenamiento, a lo desafiante que éramos. En ese momento no teníamos miedo de jugar contra nadie. Jugábamos contra equipos NBA y pasaba lo mismo. No había forma: o nos ganaban por muy poco, de casualidad, o ganábamos nosotros, o terminábamos mal. Era un problema que tenía el equipo, que estaba con toda esa energía, que la estaba intentando domar. Ése era el alma del equipo, se notaba ahí. Se notaba que nunca se iba a dar por vencido, que siempre iba a seguir, que le iba a buscar la vuelta y que no tenía miedo a jugar. Y nunca le tuvimos miedo a nadie. Siempre desafiamos a todos. Al no tener miedo para competir, y le sumás el trabajo de equipo, la amistad y sacrificio, le podés ganar a cualquiera.

Cuando la pudo domar, obviamente que se vieron los resultados. Creo que fue un proceso muy lindo el haberlo vivido y lo más importante es que ese equipo fue disfrutando el camino. No es que lo vivimos con estrés esa situación. Fue un sueño con un disfrute del proceso, del camino. Me parece que esa es la clave de todo éxito, ir disfrutando los pasos. Me parece que ese equipo lo pudo hacer por la amistad que teníamos entre nosotros. Cuando uno no estaba bien, ahí otro, que es un amigo, te estaba hablando. No es que era uno de afuera, un compañero circunstancial.

¿Sos consciente que integraste un equipo que cambió un deporte en Argentina?

— Sí, creo que hubo un gran cambio, en el deporte en general. Mostramos un camino, en un deporte como el básquet, que estaba lejos del número uno, y logramos estar dentro de los tres o cuatros primeros lugares durante un montón de años, que no es poco. Creo que todavía, más de 20 años después de que comenzamos, todavía seguimos ahí arriba. Jugadores con más de 40 años jugando en ligas importantes, que mantienen ese nivel por la constancia. Ese camino, esa metodología de trabajo es la que va. Creo que fue una metodología que muchos copiaron. El juego de equipo lo han copiado hasta en la NBA. Y estamos contentos de que eso haya sucedido, fue un éxito para nosotros.

¿Cómo ves el recambio generacional dentro de la Selección?

— Creo que viene muy bien. Me parece que el recambio real, después de la Generación Dorada, está comenzando ahora. Ha quedado sellado en el último Mundial. Los jugadores entendieron sus roles y pueden jugar más de 6 ó 7, que es lo que venía pasando en los últimos torneos, donde Argentina bajó su rendimiento por falta de jugadores. Encontró un equipo fuerte, que está llegando a un techo.

¿Lo que ustedes lograron es una mochila para estos jóvenes?

— Yo creo que ya no. Quizá para los que venían después de nosotros, que es una camada intermedia, que ya pasó por la Selección, y que lamentablemente tuvieron poco tiempo, porque nosotros jugamos muchos años en la Selección. Scola sigue jugando, de hecho. Para esos chicos, que tuvieron un periodo corto, por ahí fue más difícil. Pero para estos chicos, con todos nosotros ya retirados, no. Ellos tienen que jugar tranquilos.

Gabriel Fernández fue subcampeón del mundo en 2002 y ganó la medalla de oro en Atenas 2004 (Photo by Chris McGrath/Getty Images)
Gabriel Fernández fue subcampeón del mundo en 2002 y ganó la medalla de oro en Atenas 2004 (Photo by Chris McGrath/Getty Images)

¿Qué es de tu vida actualmente?

— Actualmente estoy en un impasse en lo que tiene que ver con el básquet. No puedo decir que lo dejé, porque es una pasión. Estuve como entrenador y como dirigente los últimos años y me gustaron mucho las dos cosas, pero llevan muchísimo tiempo.

Después tengo una empresa bastante importante, que se fue haciendo en los últimos años de a poco. Es una empresa que hace trailers, casa rodantes, todo lo que tiene que ver con carretones y vehículos de tiro. La verdad es que era un rubro raro, no pensé que iba a tener éxito. Me metí como una inversión más, que a veces te sale, y se está convirtiendo en una pasión. Pero bueno, es un país difícil, con muchos problemas. La pandemia nos complicó muchísimo más.

Hace un tiempo hablaste públicamente sobre la enfermedad de tu hijo (esclerosis tuberosa). ¿Hoy cómo se encuentra?

— Con la pandemia también estamos con un problema bastante grande. Hoy cuesta tratarlo, llevarlo a cualquier lugar es exponerlo. No porque no tenga la posibilidad de llevar a un médico, sino porque el médico te dice de hacerlo por Zoom. Es un tema neurológico, una enfermedad genética, que se sabe poco, porque son de esas denominadas enfermedades raras, y estamos en una complicación.

Nuestro hijo nos ha enseñado un montón. Está con nosotros hace 8 años. A veces tiene una crisis diaria de epilepsia, donde pierde un poco el sentido. A veces tiene dos o tres. Y cuando te levantás a la mañana y ves eso, y con todo lo que viviste antes, decís ‘este día lo tengo que pasar de otra manera’. Estás preparado para lo que venga, que no te va a influir y no te va a llegar y no te va a hacer mal. Es una persona que desarrolló un retraso madurativo, pero a la vez es un ser de luz terrible, lleno de amor, que a nosotros nos enternece el día y nos enseña un montón. A su manera, nos enseña cosas todos los días. Uno tiene que estar predispuestos a aprenderlo, no hay que ser terco con esas cosas. Hay que ver lo que él te da y te enseña. Tiramos para adelante y cada vez estamos más fuertes como familia.

¿El aceite de cannabis los ayudó con el tema de la epilepsia?

— Lo ayudó. Hoy lo puedo decir, luego de varios años de experiencia. Y no le mete otro químico. Este tipo de enfermedades, donde lo número uno son los ataques de epilepsia, porque son los que desarrollan todos esos tubers que tiene en el cerebro, con la medicación y el cannabis es como que bajan. Eso mejora su vida, puede tener una mejor conexión con el resto. Se empiezan a ver las mejoras. Y cada mejora de él para nosotros es un triunfo, porque es nuestra felicidad diaria.

La ley para el uso de cannabis imagino que los ayudó.

— Sí, la ley fue un espectáculo. Ya venía avanzando a nivel mundial. Creo que fue algo determinante, que tenía que salir y te diría que lógico. También dejar de perseguir al que fuma marihuana. Yo en mi vida no lo hice, ni lo haría, porque no la quiero ni probar, pero convivo con aceite de cannabis todo los días. Lo manipulo, lo he probado, porque quiero ver lo que le doy a mi hijo. Para el que tiene un problema o tiene que disimular el dolor, como enfermos de cáncer, está comprobado que es un éxito y no tiene efectos adversos como otras drogas.

Edición de video: Mariano Llanes / Video: Matías Arbotto

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