“Picasso en Uruguay”: todos los rostros del gran malagueño en una muestra que esperó casi un siglo

La gran exposición se inauguró en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo y puede verse hasta el 30 de junio. Hay casi cinco decenas de obras que ilustran las sucesivas metamorfosis del artista. También se exhibe el manuscrito de un retrato de Picasso escrito por el extraordinario artista uruguayo Joaquín Torres García

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Visitante ante una obra de la muestra “Picasso en Uruguay”. Foto: María François
Visitante ante una obra de la muestra “Picasso en Uruguay”. Foto: María François

Montevideo, especial. En la década de 1920, un amigo uruguayo de Picasso fantaseó con organizarle una exhibición de sus obras en el Río de la Plata. Se trataba de Jaime Sabartés, quien más tarde se convertiría en su secretario personal. Según su idea, la muestra debía comenzar en Montevideo, para arribar luego a Buenos Aires. "Aunque el resultado pecuniario no haya de ser fabuloso ni el éxito artístico de este ambiente pueda importarte" –le escribió a Picasso en una carta de 1928–, "a mí me agradaría que se te conociera más y de una manera directa, mejor que de oídas".

Curiosamente, el anhelo de Sabartés sólo pudo concretarse casi un siglo más tarde (sin que la muestra, lamentablemente, conozca un segundo capítulo en la capital argentina). Hablamos de Picasso en Uruguay, la exposición que, a fines del mes pasado, se inauguró en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo (MNAV). Tras el presente éxito de la gestión uruguaya, se esconden dos años de trabajo sostenido, algún que otro traspié diplomático y las negociaciones intensas entre el coleccionista argentino Jorge Helft, la Ministra de Educación y Cultura María Julia Muñoz, el Museu Picasso de Barcelona (MPB) y el Musée National Picasso-Paris (MNPP).

Pablo Picasso
Pablo Picasso

En la conferencia de prensa inaugural, el presidente del MNPP Laurent Le Bon exhibió sus medias rosas junto a su traje azul, ilustrando chistosamente las famosas etapas de Picasso. Pero, irónicamente, esta importante exposición no contiene ninguna pintura que ilustre la fase azul o la rosa. En cambio, el visitante puede acceder a casi medio centenar de obras que evocan muchas de las sucesivas metamorfosis del artista malagueño. La propuesta curatorial está cargo de Emmanuel Guigon, director del MPB. Consciente de que no hay muestra ni retrospectiva que pueda completar el surtido de identidades que reúne el nombre de Picasso, Guigon seleccionó un acertado conjunto de obras según un criterio nada críptico, pero tampoco redundante.

Laurent Le Bon junto al “Retrato de Marie-Thérèse” (1937, MNPP). Foto: Alfredo Visciglio
Laurent Le Bon junto al “Retrato de Marie-Thérèse” (1937, MNPP). Foto: Alfredo Visciglio

Hay piezas emblemáticas de varios períodos picassianos, algunas de las cuales probablemente el visitante desconozca. El itinerario va desde obras tempranísimas –deudoras del modernismo catalán de principios de siglo XX– hasta una pieza acabada un año antes del fallecimiento del pintor (Músico, 1972). Entre esos extremos, pasamos por la recepción del primitivismo, la aventura cubista, la práctica del collage y el assemblage, y la incursión en la escultura en hierro o bronce, así como en el modelado de cerámicas.

No faltan los escarceos de Picasso con el surrealismo ni sus paráfrasis sobre Diego Velázquez (pueden verse un par de telas de la ambiciosa serie sobre Las Meninas: ¡más de 50 variaciones en total!). Tampoco está ausente la insistencia en un erotismo que las nuevas generaciones de críticos, sensibles a la perspectiva de género, han comenzado a cuestionar, a veces sin trivialidad. Se destaca un busto que prefigura Las señoritas de Avignon, el cuadro de 1907 que pone en marcha la vanguardia del cubismo. La muestra también contiene documentos, fotografías y fragmentos de añejas filmaciones domésticas, que enriquecen el recorrido.

Detalle de “Mujer dormida junto a las persianas” (1936, MNPP)
Detalle de “Mujer dormida junto a las persianas” (1936, MNPP)

Como no podría ser de otro modo, en Picasso en Uruguay abundan naturalezas muertas de diversa índole, pero asimismo los retratos donde el desmontaje de los rasgos y miembros, unido a las perspectivas múltiples, potencia la expresividad e interpela de inmediato al observador. Es el caso de la conmovedora Mujer dormida junto a las persianas (1936) o alguna torturada semblanza de la fotógrafa y pintora Dora Maar, una de las parejas del artista. Así como el retrato de su joven modelo y amante Marie-Thérèse –un óleo de 1937–, y el de la hija de ambos: Maya con su muñeca, un cuadro del año siguiente que conjuga la descomposición cubista con cierta sensibilidad naïf. 

“Maya con su muñeca” (1938) © Succession Picasso 2019 (MNPP)
“Maya con su muñeca” (1938) © Succession Picasso 2019 (MNPP)

Picasso y Torres García, entre la admiración y la rivalidad

El catálogo de la muestra pone a disposición estudios y documentos sobre la relación entre Picasso y el artista uruguayo Joaquín Torres García (1874-1949). Así nos enteramos de que, entre ambos, surgió una rivalidad por momentos amistosa. Otros dirían: una enemistad con treguas.

El propio Torres García relató la historia de sus desencuentros con Picasso en su Historia de mi vida (1939). Se conocieron en Barcelona, en la época de la bohemia "noucentiste". El artista uruguayo acompañaría el desarrollo del cubismo desde la teoría, la crítica y la práctica. En 1917, reseñó elogiosamente la contribución de Picasso al ballet Parade, con música de Erik Satie. Tres años más tarde, sin embargo, fracasó en conseguir la intercesión del pintor para insertarse en el mercado del arte parisino. Esa decepción marcó para siempre su relación, que sin embargo se reanudó más tarde por intermedio del escultor Julio González.

A principios de los años 30, Torres García consideró la posibilidad de escribir un libro sobre este colega que, en lo personal, tanto lo había decepcionado: se trata de Picasso, vu par un peintre (Picasso, visto por un pintor, circa 1931-1936). Las desavenencias con el editor y con el propio Picasso lo llevaron a destruir el volumen, cuyo grado de elaboración es difícil determinar con certeza. Del estudio, sólo se conserva la cubierta diseñada por el artista uruguayo.

En la muestra de Montevideo, también se exhiben las páginas manuscritas donde Torres García aventura, mediante palabras, un retrato integral de Picasso. Es un texto de 1936, posterior a la tentativa fallida del libro, en donde el artista enumera rasgos de estilo que el pintor fue recogiendo y transmutando: los que reconocemos en el arte de Oceanía, pero también en nombre propios como Toulouse-Lautrec, Puvis de Chavannes, Ingres, Steinlen o Cézanne, entre otros. Al discriminar zonas más y menos valiosas de su producción, tal vez le restituye a Picasso parte del misterio que su excesiva fama le hurta: "No es todo oro lo que reluce, y entre su obra hay mucho de medio oro y mucho de inspirado y mucho de monstruoso. Es un prodigioso arlequín que, bajo los mil retazos de todos, desaparece. ¿Dónde está Picasso?". Por más monografías que leamos, felizmente esa pregunta todavía permanece abierta.

“Vaso en forma oval decorado con una cabeza femenina”, 1961 (MNPP)
“Vaso en forma oval decorado con una cabeza femenina”, 1961 (MNPP)

Picasso: un misterio que no cesa

A comienzos de marzo, en la Sala Lugones del Teatro San Martín de Buenos Aires, pudo verse el ciclo "Una cita con Henri-Georges Clouzot". Entre esos clásicos restaurados, se proyectó El misterio Picasso, un film anómalo de 1956 que François Truffaut incluyó entre sus películas preferidas.

Para Clouzot, que no abandona la perspectiva policíaca ni siquiera cuando aborda el documental de arte, el misterio de Picasso radica en el proceso de las obras, un proceso cuyo dinamismo sólo el cine puede restituir, colocando la cámara en el reverso del lienzo. De esa manera, el director francés filma al artista en acción y registra las decenas de obras sucesivas que entraña cada pintura. Porque, como sostuvo André Bazin a propósito del film, las fases intermedias de las creaciones de Picasso constituyen obras por derecho propio: "son ya la obra misma, pero destinada a devorarse o más aún a metamorfosearse hasta el instante en que el pintor quiera detenerse".

"Habría que poder mostrar los cuadros que están debajo de los cuadros", señala Picasso en el documental de Clouzot. Pero, ¿qué pasaría si, debajo de uno de sus cuadros, nos encontráramos con otro de Joaquín Torres García? Ése fue el asombroso hallazgo que parecen haber realizado, hace poco, investigadores de la Universidad de Northwestern y del Instituto de Arte de Chicago. Mediante el uso de rayos X fluorescentes, descubrieron que, bajo el cuadro La mendiga arrodillada (La Miséreuse accroupie, 1902), descansa un paisaje que probablemente se deba al pincel del artista uruguayo. Picasso convirtió ese panorama en una silueta femenina típica del período azul: la orientación de la tela se vuelve vertical en lugar de horizontal, y las líneas que trazan una colina devienen el contorno de una espalda. En el caso de que la atribución se confirme, en el cuadro de la mendiga encontraríamos el testimonio de una amistad destinada al equívoco, no menos que el palimpsesto que reúne dos maneras tempranas de encarar la vanguardia.

En cualquier caso, La mendiga arrodillada es un ejemplo elocuente de "estructura multicapa"–así hablan los especialistas–, donde Picasso supo reutilizar creativamente un lienzo anterior. De este modo, los estudios actuales acaban refrendando las interpretaciones pioneras de Torres García. Porque, en el texto de 1936 que citábamos antes, el artista uruguayo sostiene que, para Picasso, el punto de partida era siempre "algo ya hecho y no la realidad". ¿No estamos ante una buena definición del ready-made? En palabras de Torres García, es el propio Picasso –virtuoso todoterreno– quien se revela como un artista ready-made: "no un pintor que se hizo, sino un pintor que vino hecho".

“El beso” (1925) © Succession Picasso 2019 (MNPP)
“El beso” (1925) © Succession Picasso 2019 (MNPP)

* Picasso en Uruguay, exhibición curada por Emmanuel Guigon, puede visitarse hasta el 30 de junio, de 10:00 a 20:00, en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) de Montevideo (Tomás Giribaldi 2283, esq. Julio Herrera y Reissig). El ingreso es gratuito los martes, previa reserva mediante Tickantel. Los días restantes, la entrada cuesta 250 pesos uruguayos, y puede comprarse por Tickantel y en locales de Redpagos (se contemplan descuentos para jubilados, mayores de 60 años, jóvenes de 12 a 18 y docentes; los menores de 12 tienen entrada libre).

 

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