
En la costa norte de Venezuela y en algunas islas cercanas habita un ave cuyo colorido y peculiaridad la hacen única en el mundo. Se trata de la cotorra margariteña, conocida científicamente como Amazona barbadensis, un loro que se destaca por su plumaje vibrante y sus características inusuales. Aunque en la actualidad se encuentra en peligro de extinción, esta cotorra sigue fascinando por su rareza y belleza. Su presencia limitada la convierte en un verdadero tesoro natural del Caribe y de las zonas secas de Venezuela.
Esta especie pertenece a la familia Psittacidae. La mayor parte de su cuerpo es de un tono verde brillante, pero lo que más resalta es la coloración amarilla que cubre su cabeza y hombros, una de las razones por las que también se le conoce como cotorra cabeciamarilla. Esta combinación de colores la distingue de otros loros, y, aunque la tonalidad amarilla es predominante, se han registrado algunos ejemplares que presentan manchas rojas en los hombros, un rasgo menos común que resalta aún más su rareza. Además, algunas cotorras jóvenes pueden exhibir pequeñas manchas de color azul turquesa en la frente y mejillas, las cuales disminuyen con la madurez del ave.
Los ojos de la cotorra margariteña son otro detalle notable. Con tonos que van desde el rojo hasta el naranja, contrastan con el pico blanquecino que remata el rostro del ave. A diferencia de otros loros, su cola es relativamente corta y en su interior muestra plumas con tonos rojizos en la base. En cuanto a su tamaño, la cotorra margariteña mide entre 33 y 36 centímetros de longitud, lo que la convierte en un loro de dimensiones moderadas.
El Amazona barbadensis no presenta dimorfismo sexual, es decir, machos y hembras lucen prácticamente iguales, sin diferencias evidentes en el color de su plumaje o en el tamaño. Esta falta de distinción visual entre sexos es inusual en algunas especies de aves, lo que hace de esta cotorra un animal aún más interesante para los observadores y amantes de la biodiversidad.

Hábitos y comportamiento de una especie poco común
La cotorra margariteña habita en zonas con vegetación xerófila, un tipo de vegetación adaptada a condiciones áridas y de escasa lluvia, un rasgo que la diferencia de muchas otras especies de loros que prefieren entornos más húmedos. Esta especie se encuentra mayormente en matorrales desérticos secos, dominados por cactus y arbustos espinosos de baja altura. Aunque a simple vista pueda parecer que estas zonas no ofrecen un refugio adecuado para una cotorra, este loro ha desarrollado una adaptación única a estos ecosistemas difíciles.
En cuanto a su alimentación, la cotorra margariteña consume una dieta variada que incluye semillas de diferentes plantas típicas de su hábitat, como el yaguarey, el guayacán y el guichire. Además, complementa su dieta con frutos y tallos de diferentes especies vegetales, mostrando así una gran capacidad de aprovechamiento de los recursos disponibles en zonas áridas. Su capacidad para encontrar alimento en áreas de vegetación escasa es otro de los rasgos que la hacen especial.
El comportamiento social de esta especie es notable. La cotorra margariteña vive en grupos que pueden ser pequeños o llegar a formar grandes bandadas, especialmente durante el final de la tarde, cuando se congregan para volar hacia los dormideros comunales. En estos sitios, donde buscan refugio durante la noche, los loros establecen vínculos de pareja y comparten información sobre zonas de alimentación, además de protegerse colectivamente de los depredadores. La vida en grupo es una característica que ayuda a su supervivencia y la diferencia de otros loros menos sociales.
Una de las peculiaridades de esta cotorra es su capacidad de vocalización. Aunque otras especies del género Amazona también emiten sonidos agudos y fuertes, el grito de la cotorra margariteña es áspero y se distingue por ser un poco más agudo que el de otras cotorras. Este comportamiento vocal, sumado a su preferencia por zonas áridas, hace que observar a esta especie sea una experiencia única, incluso para los expertos en aves.

Aunque su nombre científico, Amazona barbadensis, parece sugerir una relación con la isla de Barbados, esta cotorra nunca habitó en ese territorio. El nombre se debe a que varios ejemplares fueron enviados desde la isla de Margarita a Europa a través de Barbados durante el período colonial, lo que causó una confusión que se ha mantenido hasta hoy.
La combinación de su plumaje vibrante, comportamiento social y adaptaciones únicas la convierten en una especie rara y fascinante. Lamentablemente, su estado de conservación sigue siendo crítico, porque la captura para el comercio de mascotas y la pérdida de hábitat amenazan su supervivencia.
Últimas Noticias
Cómo funciona la red de sensores inspirada en la naturaleza que refuerza la protección de la biodiversidad
El sistema reproduce principios del entorno natural para detectar sonidos clave y activar alertas en tiempo real. Gracias al uso de la IA, esta tecnología permite intervenciones rápidas frente a la caza furtiva y extiende las posibilidades de monitoreo ambiental en regiones remotas

¿Fue África austral un inesperado refugio para los primeros humanos durante miles de años?
Un reciente estudio científico reconfigura el mapa de los orígenes de la humanidad y plantea nuevas preguntas sobre la diversidad, las migraciones y la adaptación de las poblaciones ancestrales en el continente africano

Humanos, ratones y moscas: cuál es vínculo que descubrió la ciencia y sorprende a los expertos
Un reciente trabajo del MIT explora movimientos cotidianos bajo una nueva lupa científica y plantea preguntas sobre la naturaleza de habilidades compartidas

Cómo es el plan de la NASA para construir casas en Marte usando bacterias terrestres
La combinación de dos microorganismos crearía un cocultivo aglutinante que se podría mezclar con rocas y polvo marciano para levantar hábitats que posibiliten establecer una colonia humana permanente en el planeta rojo

Desde el estrés hasta el deterioro cognitivo: cinco formas en que los microplásticos dañan el cerebro
Un análisis de la Universidad de Tecnología de Sydney detalló cómo afecta la exposición continua a pequeñas partículas sintéticas presentes en alimentos, agua y objetos de uso diario



