El dictador cubano, Miguel Díaz-Canel, advirtió a los ciudadanos que habría consecuencias si salían a manifestarse a las calles, luego de que muchos en la isla siguen sin electricidad después de más de 72 horas.
En un comunicado publicado el lunes después de que estallaran protestas esporádicas durante el fin de semana, Díaz-Canel, dijo que el gobierno “no tolerará este tipo de conducta” y que los manifestantes “serán procesados como corresponde y con el rigor que contemplan las leyes revolucionarias”.
Las protestas contra el gobierno son ilegales en la isla y los grupos de derechos humanos afirman que actualmente hay más de 1.100 presos políticos en las cárceles cubanas. Muchos de estos fueron detenidos tras las manifestaciones masivas de julio de 2021 provocadas por cortes de electricidad y hambre.
Cuba está lidiando con su peor crisis económica desde la caída de la Unión Soviética y ha perdido el 10% de su población desde 2021. Sus últimos problemas comenzaron el viernes cuando una falla en una planta eléctrica provocó un apagón en toda la isla. Desde entonces, todo el sistema ha colapsado al menos tres veces mientras los funcionarios luchaban por restablecer el suministro eléctrico.
Díaz-Canel, quien fue fotografiado vestido de civil mientras se reunía con funcionarios de energía el viernes y el sábado, había cambiado a uniforme militar para la reunión del gabinete del domingo en la que se hizo la declaración. El presidente sugirió que la mayoría de los participantes en la única protesta que reconoció estaban borrachos y que estaban siendo incitados por “contrarrevolucionarios del exterior”.
El lunes, los medios estatales dijeron que se había restablecido la electricidad para aproximadamente el 56% de los residentes de La Habana, aunque muchas áreas rurales siguen sin servicio. Mientras tanto, el este de Cuba estaba siendo golpeado por las fuertes lluvias de Oscar, que azotó la isla el domingo como un huracán de categoría 1 antes de degradarse a tormenta tropical y girar al noreste hacia las Bahamas.
“La población ya no puede más”
En La Habana Vieja, una escena se repite en medio de la lluvia: una fila de personas que se convierte en un concurso de gritos y empujones. Un trabajador de una tienda estatal en monedas extranjeras intenta mantener la calma, mientras todos ansían lo mismo: la comida descongelada que, después de cuatro días sin electricidad, ahora se vende a precios más accesibles en pesos cubanos. La situación no es aislada; se trata de una consecuencia directa del reciente apagón que afectó a toda la nación.
Con el retorno gradual de la electricidad, los habitantes de la capital isleña enfrentan seis horas diarias de cortes eléctricos, tras los esfuerzos de los últimos días por reactivar el sistema eléctrico nacional. Sin embargo, el impacto permanece, sobre todo en áreas como La Habana Vieja, donde el estrés y la molestia todavía son palpables. Patricia, residente del municipio de El Cotorro, explicó a la agencia de noticias EFE que en su hogar no hay luz ni agua, y que la situación les obliga a medidas extremas: “La población ya no puede más, la verdad”, afirma.
Hechos similares se viven en otras partes de la isla, donde los ciudadanos, privados de recursos básicos, recurren a métodos inusuales para preservar los alimentos que están a punto de caducar. Según Patricia, sus vecinos, en un acto desesperado, “han improvisado fogatas con la madera de las camas para cocinar todo antes de que la comida se eche a perder”. Las autoridades provinciales han respondido, vendiendo carbón subvencionado “para evitar a toda costa que la poca comida que han acaparado se pudra”.
Pedro, un vendedor ambulante de frutas y verduras de 74 años, comenta cómo el apagón ha modificado el comportamiento del consumidor. Aunque reconoce que “ahora, el que puede permitírselo compra producto fresco para el día”, no es ajeno a la realidad de la mayoría: “Yo no veo mejoría. La ponen dos horas y luego la quitan (la luz). La vida está dura”.
En las calles amontonadas de La Habana Vieja, la población sigue luchando por recuperar la cotidianidad interrumpida por el apagón. Germán, de 69 años, describió la crisis mientras removía los escombros de su antiguo hogar, ahora colapsado. “Yo veo que es muy difícil que pueda haber una solución rápida”, menciona. Su testimonio refleja un sentir común en Cuba, donde la lucha por la supervivencia diaria se define por la escasez y los altos precios: “Pero creo que el problema más grande ahora es la lucha diaria por la supervivencia alimenticia. Todo está caro”.
En contraste, dentro de una tienda privada que aún logra abrir sus puertas pese a las circunstancias, una pareja de turistas alemanes observa atónita el panorama que les rodea. En estas tiendas, los precios de productos básicos son inasequibles para la mayoría de los cubanos. El precio de un jamón en lonchas, como el que consiguió Patricia en la calle, cuesta más de 1.000 pesos, una cuarta parte del salario medio de un cubano.
Los desafíos en Cuba, incitados por el apagón, exponen las dificultades diarias para sus ciudadanos en un país sumido en incertidumbre económica. Mientras las autoridades intentan estabilizar el suministro eléctrico, la población enfrenta una realidad cada vez más precaria y llena de obstáculos. Con las constantes interrupciones de los servicios básicos, el descontento se convierte en un sentimiento común mientras las personas buscan resolver, de cualquier manera posible, los problemas del día a día.
(Con información de EFE y Bloomberg)