Por Leo Ros
Lollapalooza, Día 2 (Video: Infobae)
Arctic Monkeys no es una banda de esas que busca empatizar con su público. Entre tema y tema los integrantes charlan entre ellos a oscuras, casi de espaldas a la multitud que vino a verlos esta noche al Lollapalooza Argentina.
Acá no hay artilugios ampulosos, ni camisetas del país, ni el siempre presente "son el mejor público del mundo". Eso sí, cuando la música suena las complicidades aparecen como por arte de magia, aunque a cuentagotas. Alex Turner es pura pose.
El líder de la banda se saca una y otra vez sus gafas de sol a lo largo de la noche, casi como un tic. Se apoya en la guitarra sin tocarla, se arregla el pelo cuidadosamente. Turner es hoy una estrella de rock que creció ante nuestros ojos, que pasó de ser un muchachito con algo de acné a este hombre por el que deliran multitudes.

Al tipo parece no importarle demasiado aunque, incluso, este del Hipódromo de San Isidro (¡100 mil personas!) sea uno de los públicos más numerosos que vio en vivo a la banda. "Muchas gracias por favor", tira, en un desganado español, a mitad de show.
Casi no dice nada más. La lista de temas es la misma que en el resto de la gira. Un tercio dedicado a AM (2013), su disco más exitoso, el que terminó de definirles su identidad. Otro tanto para Tranquility Base Hotel & Casino (2018), su más reciente creación.

Y un picadito del resto de su historia para completar. Así las emociones se balancean entre el festejado inicio con "Do I Wanna Know?" y "Brainstorming" (donde el baterista Matt Helders se luce con un solo, sí, un solo de batería aquí en 2019), y los baches que produjeron, por ejemplo, "One Point Perspective", "The Ultrachesse" y la que le da título al álbum que vienen a presentar.
Tranquility Base Hotel & Casino iba a ser un disco solista del cantante, y se nota. Por eso nadie se sorprende cuando en "505" Turner hace lo que en este momento parece más gustarle hacer. Se sienta al piano un rato hasta que interrumpe todo para irse al fondo del escenario a servirse una copa de vino, mientras el resto del grupo sigue tocando.

"Dos shows en un día, cuatro noches a la semana. / Dinero fácil", canta en "Star Treatment", la canción con la que la banda vuelve a escena después de un parate de cinco minutos, un tiempo algo excesivo para un festival de estas características.
"Gracias y adiós", saluda por última vez en "R U Mine?", antes de irse de vuelta a camarines para, ahora sí, no volver más. De fondo queda sonando la versión que hizo Joe Cocker de "With a Little Help from My Friends", clásico de The Beatles. Y quien tiende una mano para levantar la noche está a punto de aparecer por el Stage 2.
"Mi nombre es Tiësto ¿Están listos para la fiesta?", preguntó el DJ y la respuesta no se hizo esperar. La horda de gente atravesó el campo y sin mediar introducción arrancó a bailar. La electrónica es otro de los componentes esenciales del Lollapalooza y un clásico como Tiësto siempre es bienvenido.

Es increíble lo que una tarima, dos pantallas gigantes y un DJ pueden hacer. Con 50 años de vida y unos cuantos en las pistas, el neerlandés Tijs Michiel Verwest supo darle a la gente su merecido. Saltando sin parar, la masa festivalera despidió la segunda fecha del Lollapalooza.
Antes del cierre protagonizado por Arctic Monkeys y Tiësto, hubo dos shows no aptos para prejuiciosos. Primero The 1975, catalogada por muchos como la banda más amada y más odiada de la escena británica. La razón de esas tan extremistas etiquetas parece residir en cómo el grupo que lidera Matty Healy fue "inflado" por los medios especializados ingleses.
El caso más emblemático es el de la revista NME, que en 2014 le otorgó el "premio a la peor banda", y solo dos años después, en 2016, lo puso vencedor en la categoría mejor disco por I Like It When You Sleep For You Are So Beautiful Yet So Unaware Of It. ¿Una mejora sustancial en su música o puro humo? Healy, su líder, no ayuda demasiado.
Sus declaraciones derrochan arrogancia y es especialista en ponerse gente en contra. Su última batalla fue contra los meet and greet, el momento en el que los fans pueden conocer en persona a sus ídolos. "¿A quién se le pudo ocurrir la idea de inventar los meet and greet? ¡Moneticemos la relaciones humanas!", tuiteó en plena gira sudamericana.
Su presencia en vivo, por otro lado, es llamativa. Canta, se mueve
vertiginosamente, sabe lo que tiene y lo da sin escúpulos. "Gracias a todos por venir, muchas gracias. Esta canción es para ustedes", lanzó antes de "Robbers", su disco debut. Sí, el mismo que no le gustó a la NME, pero que el nutrido grupo de fanáticos de este lado del mundo parece amar.

Luego fue el turno de Sam Smith, que brilló en el Stage 2, en uno de los shows más concurridos de la jornada. "Es una locura, ¿cuánta gente hay aquí? Estamos muy emocionados de estar en Argentina por primera vez. Siempre quise venir, gracias por hacerlo posible".
"¿Quién quiere bailar esta noche? ¿Pueden cantar cada palabra conmigo lo más alto que puedan? Esta canción la escribí a los 18 y me cambió la vida, si la conocen canten conmigo, por favor", anunció antes de "Lay me down".

Smith se ganó un lugar en esa casta de cantantes británicos con presencia
escénica y voz melodiosa de la que, por ejemplo, formaba parte George Michael. El autor de "Faith", fallecido en el final de 2016, fue su espejo en un momento clave de su vida. "Fue la razón por la que decidí que quería hacer música pop", develó cuando lo homenajeó en 2017 con, justamente, "Father Figure".
Cada movimiento fríamente estudiado, cada nota perfectamente colocada. Arropado por una banda ajustada y un grupo de coristas que se lucen
a la par suya, como en "Baby, You Make Me Crazy", Smith puede tomarse ciertas licencias y bailar mientras sonríe porque, bueno, de eso se trata lo suyo.

El Lollapalooza sigue este domingo en lo que será su última jornada, con los shows de Kendrick Lamar, Vicentico, Lenny Kravitz y Paulo Londra, entre otros.
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