
Durante este fin de semana, Lollapalooza Argentina volverá a desplegarse en el Hipódromo de San Isidro, celebrando su décimo aniversario en el país, con miles de fanáticos que lo han acompañado a lo largo de los años. Lo que comenzó como un festival alternativo en Estados Unidos en 1991, hoy se convirtió en un fenómeno global, con ediciones en distintas partes del mundo y un impacto que trasciende generaciones. Sin embargo, pocos conocen la historia detrás de este evento que cambió la manera de experimentar la música en vivo y el fanatismo por los artistas.
Perry Farrell, líder de Jane’s Addiction, fue el creador de Lollapalooza. Su idea surgió cuando, en 1991, su banda se encontraba organizando una gira de despedida y quiso hacer algo diferente: un festival itinerante que reuniera a bandas de rock alternativo, indie y punk rock en un mismo escenario. Así nació la primera edición con un cartel que incluyó a propuestas como Siouxsie & the Banshees, Living Colour, Ice-T con Body Count y Rollins Band, entre otros.
A diferencia de otros festivales de la época, no tenía una sede fija, sino que recorría distintas ciudades de Estados Unidos y Canadá, consolidándose rápidamente como un evento clave en la cultura joven de los años 90. Se lo presentó como el “festival de la generación X”, reflejando la identidad de una época marcada por el auge del rock alternativo y el grunge que escuchaban las personas que asistían a ver a sus ídolos.

Desde su llegada al mundo de la música, el mega festival no solo se diferenció por su cartel de artistas de reconocimiento mundial, sino por su capacidad de conectar con el público y crear un ambiente donde la diversidad es protagonista. Su creador entendió desde el inicio que el festival debía ser más que una serie de conciertos: debía ser un espacio de expresión y un punto de encuentro donde cada persona pudiera sentirse parte de algo más grande.
El nombre del festival fue un hallazgo del propio Farrell mientras exploraba un diccionario en busca de palabras llamativas. “Lollapalooza”, descubrió, tenía dos significados: “algo grandioso” y “un chupetín gigante y giratorio”. La imagen del chupetín se convirtió en el ícono de las primeras ediciones, representando la energía, la irreverencia y la explosión creativa que definieron al festival. “Pensé en toda la gente increíble que iba a congregar. No solo los artistas, sino la gente en sí misma: los sponsors, los rockeros punk, post-punk, los raperos... Toda esa gente salvaje: Gibbie Haynes, Ice T, Henry Rollins. Y entendí que era un nombre perfecto”, explicó Farrell en una entrevista años atrás.
Desde su debut, el evento intentó ser un reflejo de la identidad de los jóvenes de los años 90. Sin embargo, su formato itinerante duró hasta 1997, cuando la industria musical comenzó a transformarse y el evento debió reinventarse. Tras algunos años de ausencia, el cantante decidió revivir el festival en 2003, esta vez con un formato estable en Chicago. A partir de 2005, el evento se consolidó con una sede fija, ampliando su duración a tres días y luego a cuatro en algunas ediciones desde 2016.

De esa manera, transformó la manera en que se vive la música en vivo y el fanatismo por los artistas, creando un espacio donde el público no solo asiste a un concierto, sino que experimenta una conexión única con cada show. No solo abrió paso a otra posibilidad de compartir la emoción en comunidad, sino también de descubrir nuevos sonidos y vivir el arte en su máxima expresión. La diversidad de géneros en cada edición amplió los horizontes musicales de miles de personas, permitiendo que generaciones enteras se encuentren en un mismo lugar para celebrar la música sin límites ni etiquetas.
Por si fuera poco, el éxito de Lollapalooza de Chicago llevó a que el festival cruzara fronteras, expandiéndose a nuevas sedes a lo largo del mungo. Chile fue el primer país de Sudamérica en recibirlo en 2011, y luego, en 2014, llegó a Brasil y Argentina, marcando un hito en la historia de los festivales en la región. Más tarde, el evento también sumó ediciones en ciudades como París, Berlín y Estocolmo, consolidando su presencia en Europa y alcanzando un reconocimiento global.
La llegada de Lollapalooza al país
El 1 y 2 de abril de 2014, Argentina vivió su primera edición de Lollapalooza, con más de 130 mil espectadores y un lineup que quedó en la historia: Red Hot Chili Peppers, Arcade Fire, Soundgarden, Nine Inch Nails, Pixies, Phoenix y Julian Casablancas encabezaron un festival que desde entonces se convirtió en un ritual anual.
A medida que pasaban las ediciones, Lollapalooza Argentina logró posicionarse como una experiencia multisensorial: un espacio donde la naturaleza, los espacios verdes y la energía del público se combinan con la música en un espectáculo irrepetible. Los atardeceres en el Hipódromo de San Isidro, la convivencia entre diferentes generaciones, y la posibilidad de descubrir nuevos artistas convierten a cada edición en un evento especial.

Uno de los momentos más memorables de los últimos años se vivió en 2023, cuando Farrell visitó junto a Jane’s Adicction el festival en Buenos Aires y se subió al escenario por primera vez acompañado por su banda. Su presencia fue un recordatorio de cuánto ha crecido el evento en Argentina y del impacto que ha tenido en el público local.
A lo largo de estos diez años, demostrado su capacidad para renovarse y seguir conquistando a nuevas generaciones. Su oferta se ha diversificado, sumando artistas de géneros como el pop, la música urbana y la electrónica, sin perder su identidad original. Este equilibrio entre tradición y modernidad es lo que mantiene al festival vigente, adaptándose a los cambios de la industria musical y a las nuevas formas de consumo cultural.
Lo que comenzó como una gira de despedida de Jane’s Addiction, se convirtió en un evento que ha trascendido el tiempo y las fronteras. En Argentina, su llegada en 2014 marcó un antes y un después en la historia de los festivales, estableciéndose como uno de los eventos más esperados del año. La emoción del primer día sigue intacta en cada nueva edición, con fanáticos que vuelven año tras año para reencontrarse con la magia de la música en vivo.
Con una trayectoria que data de más de tres décadas desde que Farrell lo inventó, Lollapalooza no es solo un festival, es una celebración de la música, el arte y la conexión humana. A lo largo de estos años, su espíritu sigue intacto: la pasión por la música, la energía del público y la capacidad de sorprender en cada edición hacen que su historia siga escribiéndose con cada nuevo acorde.
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