En 2017, un video casero de Fer Metilli explotó en las redes y se convirtió en un fenómeno viral. Sin estrategia, sin producción, sin más intención que la de jugar con su pareja, el también humorista Agustín Aristarán, más conocido como Soy Rada, la actriz tandilense se encontró de repente en los teléfonos de medio país. “Entramos a ver bailar a Bianca, mi hijastra, y cuando salimos en el break ya tenía 2200 comentarios. A las dos horas, mis amigas me lo mandaban por WhatsApp. Hace ocho años no era tan común", contó en una charla con Sebastián Wainraich en La noche perfecta.
Todo había comenzado en el auto, camino a La Plata. Metilli tuvo la idea de un sketch improvisado, un intercambio de frases rápidas con Aristarán. La primera toma fracasó por un ataque de risa, la segunda fue la definitiva. Lo subieron y siguieron con su día, sin imaginar que estaban a punto de entrar, sin invitación, en la cultura popular de las redes sociales.
Pero si el humor marcó su destino en ese instante viral, lo cierto es que llevaba años habitando su vida. Desde la infancia en Tandil, entre risas familiares y tardes frente al televisor, aprendió a descifrar la comedia como un código de unión y escape. “En mi casa se consumía mucho humor y era nuestro punto de relajación”, reveló en charla con Teleshow. Su madre, de carácter más bien retraído, y su padre, un hombre nervioso y tenso, encontraban un espacio común en la carcajada. “Cuando mirábamos cosas de humor nos conectábamos todos. Para mí era una isla hermosa”.
Las influencias no tardaron en calar hondo. Su casa era un santuario del humor: desde los clásicos de Charles Chaplin, hasta los musicales de Lolita Torres que El Trece repetía los fines de semana. Pero hubo un programa que la marcó especialmente: Rompeportones. El ciclo de sketches que en los ‘90 reunió a nombres como Emilio Disi y Miguel del Sel era un ritual en su hogar. “Hasta hoy lo siguen viendo en Canal Volver“, contó.
En aquel universo, hubo una figura que la impactó con fuerza: Ana Acosta. La comediante era una de las pocas mujeres en un género dominado por hombres y, para Metilli, representó un modelo a seguir. En la pantalla, en los gestos, en la cadencia de los remates, aprendió a desentrañar los secretos de la comedia.
Así, la chica tímida que creció en Tandil, observando el humor como un refugio familiar, tomó una decisión. Con firmeza, comenzó sus estudios en la Escuela de Arte y, poco a poco, fue generando sus propios espacios en el teatro local. Pero la sensación era clara: para seguir creciendo, debía dar un paso más grande. Buenos Aires se presentaba como un destino ineludible, aunque su plan original no tenía la audacia de los escenarios.

“Pensaba seguir como empleada en un comercio y, en mi tiempo libre, seguir formándome”, recordó. Pero el destino –o su propia voluntad– tenía otros planes.
La mudanza no fue fácil. Sin grandes ahorros y con su padre sin trabajo, fue su prima Valeria quien le abrió las puertas de su casa en la ciudad. “Si no hubiese sido por el apoyo de las mujeres de mi familia, no sé si me lo hubiese bancado”, confesó. Con apenas $2.000, que en aquel momento le alcanzaban para dos meses, llegó a Buenos Aires. A los pocos días, encontró trabajo en un local de ropa. “A la mañana estudiaba Comedia del Arte y clown con Cristina Moreira, y a la tarde trabajaba". Pero la comedia estaba a punto de encontrarla.
Las luces de la calle Corrientes y la mística del Paseo La Plaza eran un imán para ella. Se sentaba en los cafés de la zona, imaginándose parte de ese mundo. Y un día, en una cartelera cualquiera, un papel impreso cambió su rumbo.

El aviso era del Canal Utilísima: buscaban mujeres que hicieran comedia. Aquella misma noche, su prima le mencionó la convocatoria. La casualidad era demasiada. “Escribí el mail y lo mandé”. Lo llamativo no fue solo que la llamaran, sino que ese casting la puso en contacto con Nora Schiavoni, una referente del stand up que se convertiría en una de sus grandes amigas y mentoras.
Fue entonces cuando descubrió el género y decidió que ese era su camino.
Hoy, ya consolidada en el mundo del humor, Metilli y Aristarán comparten profesión y crítica feroz. “Con el amor que nos tenemos, somos crueles”, admitió. Quizás porque saben que la risa es un asunto serio.
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