
“No me puedo tirar en la cama a llorar por la muerte de mi marido, porque tengo seis hijos, entre ellos mellizos de cuatro meses”, dice, sin consuelo Mariel Claudia Lima (46). El 21 de abril pasado su esposo, Jorge Agüero (60), vendedor ambulante de churros, ingresó por la guardia del Hospital Cosme Argerich con síntomas avanzados de COVID-19. “Tenía mucho dolor en el pecho, dificultad para respirar y no saturaba bien. Lo lleve un poco obligado porque estaba asustado”, relata Claudia.
Según la mujer, en ese momento no había camas disponibles en terapia intensiva, algo que desde el ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad niegan: “no hay colapso”, aseguran. Según el reporte de ese organismo oficial, en esa fecha se registraba una ocupación del 83,2% de camas de la UTI. El informe agregaba que, en los casos moderados, la ocupación era de 46,2% (693 sobre 1.500 disponibles) y en los leves, de 10,6% (531 sobre 5.000).
El relato de la mujer es otro: asegura que lo ubicaron en una silla de un box con una máscara de oxigeno. “Le hicieron el hisopado, a las dos horas volvieron con el resultado positivo, y con eso hicieron una placa de tórax. El cuadro era grave: neumonía bilateral”. Jorge seguía dolorido, y sufriendo por no poder respirar, dice: “Me pidió que le traiga un abrigo de casa y una almohada para tratar de descansar”. Mientras tanto, Claudia reclamaba una cama.
El Ministerio de Salud de la Ciudad envió un comunicado sobre el caso: “Jorge Agüero ingresó a la guardia del Hospital Argerich el 21 de abril con síntomas compatibles con el COVID-19. En consecuencia, se le realizó test PCR y permaneció internado a la espera del resultado. Al día siguiente se confirmó el diagnóstico de coronavirus por lo que continuó internado en el área del hospital destinada a la atención de pacientes contagiados”.
“En el lugar se le brindaron todos los cuidados correspondientes bajo el monitoreo constante del personal de salud -sigue diciendo el comunicado oficial-. El 23 de abril, frente a una evolución desfavorable, el equipo médico resolvió su traslado a la Unidad de Terapia Intensiva. Desde ese momento recibió asistencia respiratoria mecánica y todos los tratamientos oportunos. Lamentablemente, a pesar del esfuerzo de los profesionales de la salud, (el paciente) falleció”.

Mariel, por su parte, indica que, en un principio, “nos daba terror ir a la guardia, hasta que en un momento tuvimos que llevar a Jorge porque le faltaba el aire y se sentía muy mal realmente”, recuerda. Allí lo atendieron rápido.
Finalmente, coincide la mujer, después de 72 horas Jorge fue trasladado de urgencia al sector de terapia intensiva del hospital. “Ingresó a la UTI, de inmediato lo sedaron e intubaron para conectarlo al respirador. Su estado era crítico. A la semana falleció por una falla cardiorrespiratoria”, dice.

Jorge ya fue cremado, y su familia aún espera sus cenizas para poder despedirlo. “Hablamos por última vez por mensaje de audio donde lo escuchaba mal. No llegué a verlo, ni a despedirme”.
La segunda ola del coronavirus golpeó a toda la familia, pero Claudia -lejos de estar enojada-, agradece la atención del personal médico. “Ellos hicieron todo lo que estuvo a su alcance, están desbordados, el problema es el sistema. No sé si el escenario sería otro si hubiera sido atendido el primer día... no lo sé”.
Y, aún shockeada por el dolor, remarca: “No sé quién tuvo la culpa, pero (Jorge) no tuvo la atención que requería en ese momento. No tenía la cama de terapia que necesitaba ni el respirador que necesitaba”, se lamentó su esposa. “Soy consciente que no soy la única familia que está pasando por esto. En el hospital había otros pacientes sufriendo como él”.
Jorge salía todos los días a trabajar en su bicicleta, vendiendo churros rellenos de dulce de leche que él mismo preparaba. “No le quedó otra que salir a trabajar para solventar la casa. Era cuidadoso con el barbijo y el alcohol en gel”. Ninguno de los seis integrantes se contagió. Aún desconocen cómo se coló el virus. “Una de mis hijas, la de 16 años es diabética, por suerte no se enfermó”.

“Por más que grite, llore o reclame nadie me lo va a devolver. Mis hijos hoy no tienen padre, y yo no tengo trabajo. Tengo que seguir y salir como sea, por ellos”, agrega.
Claudia vive con sus seis hijos en la habitación de un conventillo que alquila en la Boca. Desde antes de la pandemia está desempleada y ahora subsiste de donaciones. “Se acercaron del gobierno de la Ciudad para ofrecer contención. Pero necesito trabajar”.
Saca fuerzas de adentro y hace su pedido: “Lo único que quiero es trabajar para sacar adelante mis hijos, puedo limpiar, cocinar... hacer churros. Ahora voy a vender desde casa porque tengo la bicicleta rota. Lo que sí necesito urgente es leche y pañales para los mellizos”.
Para ayudar a Claudia llamar al 1131986139. Dirección: Enrique Parker 77, CABA
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