
Perú se encuentra en un punto de inflexión en su transformación financiera. La reciente norma que habilita el pago de sueldos a través de billeteras digitales como Yape y Plin ha sido recibida con entusiasmo por distintos sectores. Si bien mucho se ha hablado de su potencial para fomentar la inclusión financiera, esta medida va más allá: representa una oportunidad concreta para modernizar la infraestructura de pagos en el país, con impactos que trascienden el salario y alcanzan todo el ecosistema financiero.
Hasta hace poco, el depósito de haberes en cuentas bancarias era prácticamente la única vía aceptada para cumplir con esta obligación. Esta lógica partía de la premisa de que el sistema bancario era el único entorno capaz de ofrecer seguridad, trazabilidad y acceso a otros servicios financieros. Hoy, sin embargo, la realidad tecnológica y los hábitos de los usuarios han cambiado de forma radical.
Según datos del Banco Central de Reserva del Perú, en 2024 se registraron 442 pagos digitales por adulto, lo que equivale a más de una transacción diaria por persona. Las billeteras digitales han pasado de ser una novedad a convertirse en una herramienta cotidiana: ya representan más del 68 % de los pagos minoristas en el país.
Este cambio en los hábitos de pago no es casualidad. El entorno digital ha demostrado ser más accesible, rápido y adaptable a las necesidades de una población que demanda inmediatez y simplicidad. Sin embargo, detrás de esta experiencia visible para el usuario se esconde un reto mayúsculo: adaptar la infraestructura tecnológica del sistema financiero para soportar esta nueva realidad.
La norma que permite el pago de sueldos a través de billeteras digitales no solo valida una tendencia emergente, sino que obliga a repensar el diseño mismo del ecosistema de pagos. Ya no se trata solo de mover dinero de un punto A a un punto B, sino de hacerlo de manera eficiente, interoperable, con trazabilidad, seguridad y capacidad de integración con otros servicios, como adelantos de sueldo, beneficios sociales, préstamos personales y gestión de finanzas.
Esto exige una arquitectura moderna, basada en servicios digitales, con operación 24/7, integración vía APIs y estándares abiertos. No es posible sostener este crecimiento con sistemas legados, diseñados para operar en horarios de oficina y con estructuras rígidas. La agilidad, hoy, es un requerimiento técnico tanto como una expectativa del usuario.
Los casos de Brasil, con su sistema Pix, y de Colombia, con su apuesta por la interoperabilidad, ofrecen aprendizajes valiosos: allí donde se ha priorizado una infraestructura robusta y flexible, el crecimiento de los pagos digitales ha sido exponencial. Perú cuenta con condiciones similares: una población conectada, normativas en evolución y una oferta tecnológica madura.
Lo que falta es una visión compartida entre reguladores, entidades financieras y actores tecnológicos para construir un ecosistema interconectado y centrado en el usuario. Esta coordinación es clave para evitar la fragmentación del sistema y garantizar que el avance no beneficie solo a unos pocos actores, sino que amplíe efectivamente el acceso a servicios financieros.
Además, este nuevo escenario cambia las reglas de competencia. Las tradicionales “cuentas sueldo” ya no están exclusivamente en manos de la banca tradicional. Fintechs, neobancos y plataformas digitales ahora tienen la posibilidad de captar usuarios desde el inicio de su vida financiera activa, ofreciendo no solo almacenamiento de dinero, sino servicios personalizados, asesoría automatizada, educación financiera y experiencias de uso más intuitivas.
En este contexto, las instituciones financieras que quieran mantenerse relevantes deberán hacer más que digitalizar lo existente. Deberán rediseñar sus servicios, adoptar nuevas arquitecturas y colaborar en la construcción de un sistema interoperable que permita operar sobre múltiples rieles de pago.
El verdadero cambio no está solo en permitir nuevos canales, sino en repensar toda la infraestructura que hace posible el movimiento del dinero. Los líderes del ecosistema que entiendan esta transformación no solo responderán a la demanda actual, sino que marcarán el rumbo del sistema financiero que está por venir.

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