Durante semanas, mujeres permanecieron encerradas en un inmueble del Callao, sometidas por una organización criminal que las obligaba a prostituirse en hoteles de Lince, una de las zonas con mayor rentabilidad para el comercio sexual en Lima. Las condiciones eran brutales: castigos con cables eléctricos, golpes con bates de béisbol, rutinas forzadas de ejercicios y una dieta controlada como parte de un sistema de dominación que les impedía escapar. Las víctimas, de 18 y 20 años, fueron encontradas por la Policía tras una operación de inteligencia.
La red, conocida como Las babys del Tren, era liderada por mujeres jóvenes que alguna vez también fueron explotadas. Ahora, convertidas en victimarias, controlaban a otras migrantes venezolanas a través del miedo y la violencia. Bajo órdenes de un sujeto identificado como ‘Javivi’, actuaban como supervisoras en los puntos de trabajo y aplicaban sanciones físicas y económicas cuando alguna desobedecía. El caso revela una nueva fase del crimen organizado vinculado al Tren de Aragua, que ha diversificado sus operaciones delictivas en Lima.
Golpes, amenazas y “cuarteleras”: el régimen del miedo
La rutina de las víctimas estaba regulada por un grupo de mujeres que se hacían llamar “madres” o “cuarteleras”. Eran quienes daban las órdenes, vigilaban los movimientos y aplicaban castigos. Todo esto quedaba registrado en un chat grupal llamado: “Jehová es amor”. En ese espacio, las cabecillas instruían sanciones económicas por conductas mínimas, como discutir o no botar la basura, y notificaban castigos físicos cuando alguna intentaba rebelarse.

Las mujeres rescatadas relataron que no podían salir sin permiso, que tenían horarios estrictos para ejercitarse y que se les exigía mantener cierto peso corporal. En más de una ocasión, dijeron haber recibido descargas eléctricas con cables pelados o golpes con palos. Una de las sobrevivientes confesó que fue agredida con un bate por no obedecer una regla. También les imponían deudas falsas de hasta 15 mil soles, lo que justificaba su explotación diaria bajo amenaza de represalias.
De víctimas a agresoras: las mujeres del Tren de Aragua
Lo que más sorprendió a los agentes de la División de Trata de Personas fue que las responsables directas del abuso también eran mujeres, algunas menores de 20 años. Estas jóvenes, en su mayoría extranjeras, ya habían sido captadas años atrás por la red criminal del Tren de Aragua. Luego de vivir en condiciones similares, pasaron a formar parte del aparato de control de la organización, escalando posiciones hasta asumir roles de mando en Lima.
Conocidas como Las babys del Tren, estas mujeres replicaban el mismo patrón de sometimiento que alguna vez padecieron. Además del control físico, recurrían a la manipulación emocional, haciendo sentir a las víctimas que no tenían salida, ni en Perú ni en su país de origen. Según la Policía, su crueldad se intensificó tras la caída de otros líderes masculinos de la banda, como “El Chino”, lo que las llevó a asumir el liderazgo en zonas clave como Lince.
Lince, la plaza más codiciada para la prostitución
Lince se ha consolidado como uno de los puntos más rentables para las mafias de explotación sexual en Lima. La elevada demanda, la ubicación céntrica y la presencia de múltiples hoteles lo convierten en un distrito clave para las redes criminales. Desde hace varios años, grupos vinculados al Tren de Aragua han intentado controlar la zona, imponiendo tarifas a las mujeres que trabajan ahí y desplazando a quienes no se someten a sus reglas.
En este contexto, la facción liderada por ‘Javivi’ reactivó sus operaciones, pero con una particularidad: ya no usaban solo a hombres como controladores, sino a mujeres jóvenes con apariencia inocente, lo que les permitía pasar desapercibidas. Bajo ese esquema, Las babys del Tren actuaban como vigilantes y recaudadoras. Si alguna víctima intentaba irse a otro distrito o trabajar por su cuenta, la amenazaban con romperle las piernas o delatarla ante migraciones.
Un hogar convertido en prisión
El operativo policial se centró en una vivienda del Callao que, en apariencia, funcionaba como una casa compartida. Sin embargo, al ingresar, los agentes encontraron un ambiente de encierro, con reglas escritas, cámaras de seguridad internas y objetos usados para torturar. En ese lugar, las víctimas dormían, comían y eran vigiladas constantemente. Su salida al trabajo sexual se daba únicamente bajo supervisión directa, y debían rendir cuentas al regresar.

Uno de los detalles que más llamó la atención fue el uso de tatuajes como método de marcaje. Según los investigadores, algunas mujeres eran obligadas a tatuarse símbolos o frases para identificarlas como propiedad de la red. Aunque el caso se centra en dos víctimas, las autoridades sospechan que hay más mujeres sometidas bajo este sistema, incluso menores de edad que podrían haber sido trasladadas al interior del país para evitar operativos en Lima.
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