
Con la llegada de diciembre, nuestro país se prepara para la celebración de la Navidad, una tradición que llegó al continente americano de la mano de Cristóbal Colón. Este evento no solo simboliza un momento de festividad religiosa, sino también un encuentro cultural.
Durante la época de la conquista, la Corona española emprendió una extensa labor de cristianización, con el objetivo de difundir la religión católica entre la población americana. Este proceso abarcó diversas estrategias, que incluyeron desde el aprendizaje de las lenguas autóctonas hasta la enseñanza del castellano a las comunidades originarias.
Entre estas estrategias se destacaron la representación de obras teatrales durante las misas dominicales, la integración de elementos locales en festividades religiosas y la promoción de iconos sagrados, como cruces y esculturas de figuras santas. Estas prácticas buscaban establecer una conexión más profunda y significativa con los habitantes originarios.
Las prácticas que actualmente consideramos propias han pasado por un camino de adaptación e inclusión para alcanzar la forma en que las conocemos en la actualidad.
¿Cómo era la Navidad en la época del Virreinato?

Durante la época virreinal en el Perú, el nacimiento de Jesucristo adquirió una importancia significativa en la vida cotidiana de los indígenas. No solo marcaba el tiempo para cumplir con tributos, sino que también establecía normas que regulaban su conducta, al igual que la de otros grupos sociales. Entre estas pautas, dos aspectos destacan como referencias clave: el ayuno durante la vigilia de Navidad y las restricciones laborales durante la celebración.
Por otro lado, se les permitía evitar el trabajo durante la festividad, siendo responsabilidad de encomenderos, corregidores y curacas velar por el cumplimiento de estas directrices.
Las festividades navideñas, al igual que otras celebraciones religiosas, se inauguraban con el sonido de las campanas de las iglesias, marcando las distintas etapas de la ceremonia. No obstante, las tonadas variaban, especialmente en la noche de vísperas de Navidad, cuando las campanadas convocaba a la Misa solemne.
A nivel familiar, era común la elaboración de altares durante los días de vigilia de Navidad. No obstante, debido a los disturbios generados, que en algunos casos terminaban en tragedia, el obispo de Trujillo, Carlos Marcelo Corne y Velázquez, prohibió esta práctica en 1623, imponiendo penas de hasta 50 reales e incluso la excomunión mayor a quienes la infligieran.

En el siglo XIX en Lima, la Navidad era una verdadera festividad, muy distinta a la forma en que actualmente se celebra. El escritor y político peruano, José Gálvez, menciona que todo el mes de diciembre y parte de enero eran períodos festivos en la ciudad.
Las celebraciones incluían una serie de actividades, desde homenajes a la Purísima Concepción hasta la gran fiesta de Reyes, con desfiles y cabalgatas. Ricardo Palma relata que en la Plaza Mayor se instalaban mesas desde la tarde del 24 de diciembre, donde se vendían flores, dulces, juguetes y licores. Posteriormente, las multitudes acudían a los templos para celebrar la Misa del Gallo, la liturgia más significativa de la Nochebuena, realizada a la medianoche.
Las iglesias se esmeraban en decorar sus altares y fachadas para esta ocasión, utilizando incluso decoraciones importadas, y la multitud regresaba a la plaza mayor después de la misa para continuar con la celebración. En los hogares, las familias, según su posición social, celebraban la cena navideña, que se convertía en un festival de sabores y platos criollos en las mesas ambulantes de la ciudad.
Las costumbres de la Navidad virreinal reflejaban una mezcla de tradiciones religiosas, celebraciones festivas y una amplia diversidad gastronómica que marcaba esta época del año. El escritor costumbrista Hernán Velarde, en su obra “Lima de antaño”, describía este banquete donde se fusionaban sabores como chicharrones, tamales, humitas, cau-cau, escabeche, turrones, champús y una variedad de delicias como mazamorra morada, manjarblanco, picarones, buñuelos, entre otros. Estos banquetes eran la atracción en lugares como la plaza mayor, un punto de encuentro donde limeños de todos los estratos sociales se mezclaban para disfrutar de esta celebración festiva.
Así era la Navidad durante la República: la Guerra con Chile

En la etapa republicana, los artesanos indígenas y mestizos se especializaron en la elaboración de figuritas más accesibles, permitiendo que un mayor número de hogares pudiera disfrutar de estas representaciones. Ricardo Palma describió los nacimientos como verdaderas celebraciones domésticas, donde se montaban pequeños escenarios con el establo de Belén y sus respectivos personajes. Las figurillas de pasta o madera decoraban estos montajes, siendo visitados y admirados por todos durante las noches.
Durante el auge del guano, las navidades eran tiempos de gran opulencia. Sin embargo, con la Guerra del Pacífico y la Reconstrucción Nacional, estas festividades se tornaron sombrías. No fue hasta el gobierno de Nicolás de Piérola, desde 1895, que la situación del país mejoró, trayendo consigo costumbres europeas más marcadas, como la introducción del árbol de Navidad, la figura de Santa Claus y la influencia gastronómica europea.
Las tiendas del Jirón de la Unión exhibían una amplia gama de productos importados, desde confites y chocolates hasta frutas confitadas, turrón y vinos finos. La costumbre que trajeron los españoles de decorar las mesas navideñas con dulces y confiterías se mantuvo a lo largo del tiempo, aunque algunos manjares, como el “turrón del alba”, dejaron de consumirse.

Las descripciones literarias y testimonios de personajes como Abraham Valdelomar nos transportan a la riqueza gastronómica de la cena navideña, con platos como lechoncito tostado al horno, empanadas de choclo, pan calientito y aromas de chicharrones, tamales y ponche de agraz impregnando el ambiente festivo.
El consumo del paneton en el siglo XIX hasta la actualidad

En el siglo XIX, aunque la costumbre de comer panetón era mu limitado, algunas familias limeñas ya disfrutaban del célebre “Panetón de Milán” o el “Pan dulce a la genovesa”. Un aviso publicado en el diario El Comercio anunciaba el Panetón Bonaspetti, comercializado en la Bodega de la Unión en Mercaderes 195, frente a la sombrerería Crevani, el 16 de diciembre de 1898.
Estos primeros panetones italianos fueron importados y vendidos en las bodegas, principalmente para el disfrute de familias extranjeras residentes en el país. Fue en el siglo XX cuando Motta y D’Onofrio iniciaron la industrialización en masa del bizcocho dulce, lo que propició su popularización hasta nuestros días.
En este contexto, el panetón se ha convertido en un aspecto singular de estas festividades, colocando a Perú como el país con mayor consumo per cápita de este producto después de Italia. El 80% de las ventas de este postre se concentra en los últimos cuatro meses del año, y más del 40% se adquiere con la finalidad de ser regalado.
Si bien Italia, el país de origen, consume alrededor de 29 mil toneladas anuales, en Perú esta cifra se eleva a 34 mil toneladas cada año, destacando la arraigada tradición y el aprecio por este dulce navideño en la cultura peruana.
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