
Se esperaba el golpe seco de la justicia al recibir la sentencia para los ocho de Zárate, los ya para siempre “rugbiers”, los que mataron a Fernando Báez Sosa en noviembre de 2020. Los hechos fueron pruebas determinantes a partir del principio, es decir, desde que los patovicas los arrastraron del boliche Le Brique, hoy abandonado y sombrío santuario con ofrendas y pintadas. No sobraría revisar y verificar cómo funcionan los boliches en la Argentina: edades permitidas, alcohol a quiénes y con la legitimidad de lo vendido, la zigzagueante incursión de los que pueden vender drogas, la cantidad mayor de lo que el espacio permite, la música que no deja hablar ni oír.
Aceptada la previa que consiste en emborracharse antes de ir a las dos o tres de la mañana al boliche – por lasitud o indiferencia de mayores que los prefieran reventados en una casa que ambular por las calles - , los chicos tienen muy incorporado como ritual de crecimiento el boliche (no se trata de señoras y señoras con algo de panza y ya de vuelta elegidos por locales que venden nostalgia y pasarla bien con el trío “Los Panchos” o “Los Plateros”). Los boliches son motor de ansiedad, desmadre y con mucha frecuencia peleas bravas. No se diga todo esto por crítica o desde lo alto de las cumbres morales: solo realidad. Sin boliche no hay verano.
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El asesinato de Fernando recorre el país cada día. Es que a las cinco condenas perpetuas y tres a quince años seguirán nuevos tramos de proceso. La intensidad de la patota corporativa -tocan uno, tocan todos- estuvo a cargo de los medios de comunicación en una tarea de gran valor: no hubo gran cantidad de espontáneos que llegaron hasta Dolores durante el juicio, debe decirse la verdad. Burlando, el experimentado y con perfecto manejo de los efectos mediáticos que actuó por la querella en los padres, Silvino y Graciela, movió con destreza sus habilidades probadas. Discutido en ciertos aspectos, conoce una personalidad capaz de influir sobre los demás en determinadas circunstancias

En el repugnante y salvaje crimen -casi en agonía, Fernando llegó a suplicar y detener los golpes- no hubo piedad. La conducta posterior a la muerte muestra una serie de gestos y actitudes que actuaron con acuerdo a un sistema de valores propios, leyes, se diría, que consideraron adecuados.
Como con los boliches y su mundo, sería importante saber qué ocurre en Zárate, los vínculos en el poder político y los negocios. Sabemos sí, que los ocho hicieron amistad sellada en club de allí y que el más conocido por considerarse el líder –es lo que ha trascendido, al menos -es Máximo Thomsen quien integró también el CASI.
Puede preguntarse si las condenas forman parte del movimiento de un péndulo que en su trayecto viajó desde el garantismo abolicionista zaffaroniano hasta la aplicación estricta de lo que corresponde: dura lex sed lex. No sería razonable enfocar todo desde esa perspectiva. Dura lex sed lex, nos llega desde el derecho romano y repetirlo – la ley es dura pero es la ley - hizo sonar esta vez el golpe seco del martillo.

Los ocho de Zárate tuvieron garantías y la defensa correspondiente frente a un homicidio aberrante, pues todo hombre (en general, sin que haga falta el todas y todos) frente a delitos de cualquier tipo que sea llevado a juicio es en un Estado de derecho.
No hemos llegado hasta aquí para excluir que con cárceles pavorosas, los condenados en aquella noche de Villa Gesell – la policía borrada- , los homicidas deben esperar, y saben que se abre un capítulo siniestro: dónde se internarán para pagar su culpa. Nadie ignora que los penales están habitados y hacinados por jefes y códigos que castigan si llegan “nuevos” después de haber quebrado a alguno con ferocidad.
La humillación y la esclavitud por parte de reclusos con poder, violaciones, extorsiones y abusos con las visitas . La lista es larga y conocida. Reconocida, además, como algo natural.
Claro que el caso de Villa Gesell hizo sonar el martillo de la justicia. El capítulo que vendrá será otra historia.
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