Benedicto XVI y una apuesta por América Latina

Joseph Ratzinger, el papa que, con diferencias y sin dialécticas, puso en la palestra a la Iglesia Latinoamericana

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Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, murió el 31 de diciembre de 2022 a los 95 años (Thomas COEX / AFP)
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, murió el 31 de diciembre de 2022 a los 95 años (Thomas COEX / AFP)

Resulta paradójico experimentar que la autodenominada “cultura de la imagen” ha disminuido nuestra capacidad para ver. Nuestras retinas y pupilas se agitan y desgastan de tanto mirar: miran pantallas, publicidades, vidrieras, tutoriales, maratones de series… Pero no ven. Estamos ciegos, no por exceso de luz, sino por saturación de imágenes. Al decir de Giovanni Sartori, el homo sapiens fue desplazado por el homo videns.

Nos cuesta ver en profundidad, percibir y distinguir. Tanto que muchos cristianos hemos reducido la historia y la vida de la Iglesia a películas de Netflix, películas que —más allá de la calidad de la fotografía, de los méritos de la producción y de algunos datos históricos ciertos— dan bastante lugar a la ficción, a la libre interpretación y a la simplificación de los acontecimientos en desmedro o beneficio de este o aquel personaje.

Son claras las diferencias de pensamiento y estilo entre Benedicto XVI y Francisco. Pero también han sido claros los gestos de armonía y comunión, tanto públicos como privados, en orden a dar estabilidad a la vida y gobierno pastoral de la Iglesia.

Hemos sido testigos de una época de la historia de la Iglesia que hizo evidente aquello que Romano Guardini, referente intelectual de Ratzinger y Bergoglio, llamaba “la teoría del contraste”. “La teoría del contraste ve lo viviente como un entramado de pares de ‘contrastes’ que, sin poder ser reducidos el uno al otro, se implican, no obstante, de modo esencial”, ha dicho. Estamos frente a una tensión realista, en la que los polos no se excluyen el uno al otro, y en la que tampoco se reducen a una síntesis “superadora”. En cambio, se integran en su identidad propia, y hacen a la unidad de la realidad diversa. Nos sucede muchas veces que confundimos lo contrario y lo contradictorio: lo contradictorio se excluye, mientras que lo contrario puede integrarse.

Aparecida y la legitimación del contrario

El viernes 11 de mayo de 2007, Benedicto XVI entraba en Aparecida. Una ciudad de más de 8.000 habitantes, que alberga el santuario de la patrona del Brasil: Nuestra Señora de Aparecida. La Virgen negra, que fuera hallada por unos pescadores en las aguas de Porto Itaguaçu.

Por primera vez, llegaba a estas tierras marianas el teólogo que se convirtió en papa. Un hombre de una tremenda profundidad espiritual, agudo intelecto especulativo y exquisita sensibilidad estética. Ese que se retraía ante las multitudes y era un experto en la delicadeza del trato personal. El que supo ser vanguardia en la renovación teológica conciliar, y custodio de la tradición durante el pontificado de Juan Pablo II.

Resultan luminosas las palabras de Víctor Manuel Fernández, actual arzobispo de la Plata, testigo directo de tan importante acontecimiento: “La llegada del Papa fue muy emotiva. Verlo tan cerca y tan contento, y escuchar las efusivas expresiones de afecto de los brasileños nos conmovió a todos… Aunque tuve ocasión de saludar cuatro veces a Juan Pablo II, me conmovió particularmente estar dos horas tan cerca de Benedicto (a cinco metros) y escucharlo hablar con gusto y con gozo, como dejándose estar entre nosotros. En el mensaje que pronunció durante unos 60 minutos, el Papa siguió el mismo esquema del documento de Síntesis de los aportes recibidos”.

Benedicto XVI daba así inicio a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM). La experiencia de las cuatro anteriores conferencias del CELAM (Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo) explicitaba una distancia entre el sentir de la Iglesia europea y el de la Latinoamericana: no siempre hubo comprensión y confianza. Sin embargo, contra toda expectativa, la presencia de Benedicto XVI no hizo más que legitimar y motivar el camino de la Iglesia en América Latina, a la cual señaló riesgos y oportunidades. En su docilidad espiritual y profundidad intelectual, el papa valoraba y celebraba la vida de la Iglesia americana: “Del encuentro de esa fe con las etnias originarias ha nacido la rica cultura cristiana de este continente, expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas”.

Benedicto XVI conocía bien las reflexiones teológicas y los procesos históricos latinoamericanos. No era un improvisado. Durante el encuentro, señaló características particulares y desafíos propios de la Iglesia de esta región. Desde el ámbito social, político y cultural, hasta la fisonomía espiritual de nuestros pueblos, dando un lugar especial y relevante a la religiosidad popular: “La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”.

El rol histórico

En medio de un cambio de época en el que los protagonismos de los bloques continentales definían las transformaciones políticas, económicas y culturales, el papa, que hacía su última gran apuesta por una Iglesia europea cansada y con falta de vigor, invitaba, a su vez, a la Iglesia de América Latina a subir a la palestra.

Sensible a los “signos de los tiempos”, Ratzinger sabía que Europa abandonaba sus raíces cristianas y hacía fuertes llamados para “volver a casa”. África ofrecía la gran vitalidad de una iglesia joven, pero carecía de la estabilidad y maceración que produce el tiempo. Asia daba signos de crecimiento, pero sus pequeñas comunidades no representaban un peso significativo en tantos países con grandes poblaciones. Solamente América, con sus cinco siglos de cristianismo, su experiencia de integración cultural, la vitalidad de su fe y una identidad definida, a pesar de sus limitaciones, fragilidades y errores, estaba lista para comenzar a desplegar un rol protagónico en la historia de la Iglesia.

No era descabellado prestar atención a aquella intuición del filósofo uruguayo Methol Ferré, quien consideraba que la V Conferencia del CELAM en Aparecida podía dar inicio a un tiempo de transición de “Iglesia reflejo” a “Iglesia fuente”. Según el teólogo brasileño Henrique de Lima Vaz, las “iglesias reflejo” están más determinadas por la teología y la vida de otras iglesias que por ellas mismas, mientras que las “iglesias fuentes” encuentran en sí mismas las vertientes de su propia renovación.

Años más tarde, en Brasil, el papa Francisco afirmaba: “Como ustedes, también yo soy testigo del fuerte impulso del Espíritu en la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe en Aparecida, en mayo de 2007, que sigue animando los trabajos del CELAM para la anhelada renovación de las iglesias particulares”.

El traspaso

En diciembre del 2007, en su mensaje a la Curia Romana, Benedicto XVI afirmaba: “Aparecida decidió lo correcto, precisamente porque mediante el nuevo encuentro con Jesucristo y su Evangelio, y sólo así, se suscitan las fuerzas que nos capacitan para dar la respuesta adecuada a los desafíos de nuestro tiempo… Fue un acierto que nos reuniéramos allí y elaboráramos el documento sobre el tema: ‘Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida’… El Documento de Aparecida concreta todo esto hablando de la buena nueva sobre la dignidad del hombre, sobre la vida, sobre la familia, sobre la ciencia y la tecnología, sobre el trabajo humano, sobre el destino universal de los bienes de la tierra y sobre la ecología, dimensiones en las que se articula nuestra justicia, se vive la fe y se da respuesta a los desafíos del tiempo”.

Cinco años después, Benedicto XVI anunciaba su renuncia. Una vez más, no lo hacía de modo improvisado. En rectitud de conciencia y habiendo iniciado los procesos para la transformación de la Iglesia en lo que se refiere a los temas de abuso sexual, transparencia financiera y reforma de la curia romana, daba lugar a la elección del primer papa latinoamericano de la historia de la Iglesia, quien fuera presidente de la comisión redactora del documento final de la V Conferencia del CELAM. A él profesó obediencia y fidelidad hasta el final de sus días, evidenciando una realidad de más de contrastes y que de contradicciones.

Valga aquí el recuerdo de unas palabras de G. K. Chesterton, comparando a Francisco de Asís y Tomás de Aquino que nos resultan analógicas para Bergoglio y Ratzinger: “Y sí, a pesar de los contrastes tan grotescos y hasta cómicos. Como la comparación entre un gordo y un flaco, entre un alto y un bajo, a pesar del contraste entre el vagabundo y el estudioso, entre el comerciante en paños y el aristócrata, entre el que odia los libros y el que los ama, entre el más rudo de los misioneros y el más apacible de los profesores, el gran hecho de la historia de la Iglesia consiste en que estos dos grandes hombres llevaban a cabo el mismo trabajo: uno en el estudio y otro en la calle. No traían al cristianismo algo nuevo en el sentido de introducir en él algo pagano o herético; por el contrario, traían el cristianismo a la cristiandad”.

Durante estos días, mientras se formaba en la basílica de San Pedro una fila con miles de peregrinos, despedimos en acción de gracias a un gran papa, a un papa que supo ser protagonista de su tiempo, apropiándose de los frutos más exquisitos de la cultura occidental europea. Damos gracias por su magisterio, su testimonio y docilidad. Un hombre, al decir del papa Francisco: “De un coraje enorme, y una humildad infinita”. Tocará a la Iglesia Latinoamericana asumir con madurez y confianza, parresia, y sin rupturas, los desafíos que la Providencia le confíe.

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