Liderazgo SOS: radicales, a las cosas

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Alfredo Cornejo, presidente de la UCR (Gustavo Gavotti)
Alfredo Cornejo, presidente de la UCR (Gustavo Gavotti)

Las democracias contemporáneas, inmersas en un proceso de personalización creciente, demandan liderazgos. No se trata sólo de líderes políticos, sino también de liderazgos sociales, religiosos, de género, económicos y culturales, que sean capaces de interpelar a las personas, escuchar sus demandas y necesidades, ser sensibles a sus sueños y anhelos, canalizar sus reclamos y expresarlos de una manera coherentes, y eventualmente, llevar las soluciones y las respuestas a los diversos espacios de toma de decisión.

Vivimos en un mundo en donde los ciudadanos-electores sienten -y manifiestan- un profundo descreimiento por las instituciones y los actores tradicionales de la política, como los partidos, el Congreso y los sindicatos. La idea de que grandes partidos de masas –muchos de ellos concebidos a mediados del siglo XX o antes- expresen y articulen intereses tan generales y amplios como para ser capaces de contener a la mayor cantidad de electores posibles está en crisis. Hoy las personas están buscando liderazgos, personas de carne y hueso, creíbles y responsables ante los ciudadanos, capaces de expresar la pluralidad de intereses que los representan, dando lugar así a una política ya no de las generalidades, sino de las particularidades, es decir, dando lugar a una “micro-política”.

¿Adelante radicales?

Está claro que no existe liderazgo exitoso si la persona que pretende encarnarlo no puede formular un conjunto de ideas y valores coherente y creíble, transmitir su visión sobre los temas que interpelan a los electores, movilizarlos en torno a ellos y traducirlos en proyectos políticos capaces de suscitar amplios apoyos.

El pasado jueves, un grupo importante de dirigentes y militantes de la UCR se congregó en Mar del Plata en una de las primeras reuniones partidarias tras su salida del poder el pasado 10 de diciembre. Entre los objetivos de la cumbre que trascendieron por medio de la prensa, estaban construir una agenda de trabajo y dirimir el nuevo rol que asumirán como oposición.

Siempre es bueno realizar balances, más aún después de una experiencia compleja como la de las recientes gestiones de Cambiemos a nivel nacional y en la provincia de Buenos Aires. Es más, los consultores políticos sabemos que a menudo se aprende más de las derrotas y los fracasos que de los triunfos. En este marco, si los radicales tienen como objetivo volver al poder en próximas contiendas, posicionarse sólo como oposición no los acercará a ello, sino que, en el mejor de los casos, los atrincherará en el Congreso de la Nación y en algunos de los enclaves territoriales que aun conservan.

El gran interrogante es si las “boinas blancas” podrán fortalecer liderazgos internos, siendo capaces así de volverse competitivos hacia afuera de las estructuras partidarias, pudiendo hablarles no solo a los demás actores de la clase política, sino fundamentalmente a los ciudadanos de a pie.

Radicales al poder

En los últimos 36 años de vida democrática, el radicalismo acarició el poder de la presidencia de la Nación en distintas oportunidades. La primera fue en el sexenio de Raúl Alfonsín, que rompió una hegemonía electoral justicialista de casi cuatro décadas, conquistando no sólo el codiciado “sillón de Rivadavia”, sino también la gobernación de la provincia de Buenos Aires y otros altos cargos a lo largo y ancho del país. El segundo momento fue en el marco de la Alianza, coalición que le permitió al radical Fernando de la Rúa llegar al poder en 1999 para sucumbir a finales de 2001 en el marco de una profunda crisis política, económica y social. El tercer momento no tuvo a un radical sentado en el “sillón de Rivadavia”, pero sí en la vicepresidencia de la Nación y en la presidencia de la Cámara de Senadores de la Nación. Se trató del mendocino Julio Cobos, con quien los radicales volvieron al poder de la mano de la transversalidad kirchnerista. El cuarto momento fue la presidencia de Mauricio Macri, donde pese a ser uno de los puntales de la coalición desde el punto de vista del desarrollo territorial y organizacional, a duras penas estuvo cerca del poder real.

En este último período, los radicales constituyeron una de las tres patas originarias de Cambiemos, proporcionando a la incipiente coalición, formada escasos meses antes del triunfo electoral de 2015, su cobertura territorial de la mano de fiscales, legisladores, gobernadores y gobiernos locales. Esto, en un país tan extenso como Argentina, es fundamental desde el punto de vista de la táctica electoral.

Sin embargo, es “vox populi” entre los seguidores del partido de Alem el malestar generado hacia los principales responsables de la gestión anterior por su falta de amplitud en lo que respecta a la exclusión del partido centenario, no sólo de la toma de decisiones importantes sino también de la distribución de cargos relevantes. Como si fuera poco, recientemente se han conocido expresiones del ex presidente, que lejos de asumir responsabilidades por los yerros de su gobierno, adjudica el fracaso a un conjunto de actores, entre ellos los radicales.

En definitiva, de 36 años de democracia, los radicales supieron estar en el poder -o cerca- en 17. Sin embargo, es evidente que estos últimos cuatro años ese rol se articuló en un formato hasta entonces desconocido para ellos. Los radicales fueron efectivamente parte clave de la coalición electoral, pero muy marginados de una alianza de gobierno que nunca logró efectivizarse como tal, quedando excluidos así de la participación de la toma de decisiones relevantes para trazar el rumbo de la administración.

Un liderazgo hacia adentro, pero también hacia afuera

Más allá de erigir liderazgos políticos dentro del radicalismo –procedimiento que actualmente se dirime de manera efectiva mediante la elección de un presidente partidario y las jefaturas de los bloques parlamentarios, pero en la que también tallan los gobernadores-, es necesario que los correligionarios puedan identificar un líder orgánico que no sólo logre generar consenso dentro de su espacio, sino que también resulte competitivo hacia afuera. Con esto, no solo se alude a la necesidad de fortalecer a un candidato que pueda por sí mismo ser capaz de resultar competitivo en las urnas, sino que también pueda ser un actor de peso en el espacio de Juntos por el Cambio.

Si los radicales deciden seguir siendo parte de la coalición electoral, es necesario que se replantee el rol de cada uno de sus actores, se institucionalicen funciones y se definan mecanismos para la selección de candidatos y la solución de posibles controversias.

Parafraseando al célebre ensayista español José Ortega y Gasset, que en 1939 les pedía a los argentinos abandonar las “cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos”, pronunciando así su célebre frase “argentinos, a las cosas”, hoy podríamos decir: “Radicales, a las cosas”.

En suma, no sólo es momento para construir una oposición al gobierno, sino que es tiempo de fortalecer los liderazgos internos para poder hablarles a los argentinos de frente –aun a los no radicales- y proponerles un proyecto alternativo, creíble y coherente, que los entusiasme y los movilice.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019)