La derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo, el 18 de junio de 1815, no solo supuso el colapso de su imperio, sino también la misteriosa desaparición de su tesoro personal. Joyas familiares, lingotes de oro, valiosos documentos y objetos cargados de simbolismo se esfumaron en el tumulto, cayendo en manos de los vencedores y profundizando la humillación del emperador francés. El saqueo y la exhibición de estos bienes no solo destruyeron su riqueza, sino que marcaron el fin de una era, tal como documentó The Telegraph.
El tesoro imperial: un botín reunido para la fuga
En previsión de posibles traiciones y ante la amenaza de un golpe en París, Napoleón reunió un patrimonio formidable antes de partir a la campaña. Su hermano José le entregó diamantes; su hermana Paolina Bonaparte aportó un collar deslumbrante que había recibido en la isla de Elba. Ambos tesoros se confiaron a Louis Joseph Marchand, asistente personal del emperador, quien los escondió en un cofre especial de la carroza imperial.
Sin embargo, el botín no se limitaba a joyas. El tesorero general Guillaume Joseph Peyrusse recibió la orden de cargar un millón de francos en oro y entre 100.000 y 200.000 francos en plata en un carro, destinados no solo a financiar la campaña, sino a servir como reserva ante cualquier eventualidad política en París. Napoleón, según The Telegraph, advirtió con frialdad: “La capital no está a salvo de un golpe de mano”.

La riqueza material iba acompañada de objetos que evidenciaban el refinamiento del emperador: un neceser de higiene personal fabricado por Martin Guillaume Biennais, una vajilla de té, café y chocolate con sello imperial, candelabros, cubiertos, un cronómetro de plata, perfumes, mapas y hasta botellas de ron.
La debacle en Waterloo y el caos de la retirada
Tras la derrota, el ejército francés quedó reducido a soldados dispersos, equipajes abandonados y carros atrapados en el barro. Ese desconcierto propició el saqueo del convoy imperial. La carroza de Marchand, unos catorce kilómetros al sur del campo de batalla, quedó expuesta. Él mismo, según crónicas mencionadas por The Telegraph, sólo pudo ocultar 300.000 francos en billetes bajo su uniforme, pero tuvo que dejar atrás 100.000 francos en oro. La presión de la derrota y la cercanía del enemigo le impidieron rescatar más.
El landó imperial fue interceptado poco después por las tropas prusianas, a unos nueve kilómetros más al sur. El mariscal Gebhard Leberecht von Blücher lo reclamó como trofeo y ordenó su traslado a Krieblowitz. En una carta dirigida a su esposa, Blücher escribió: “He puesto fin de una vez por todas a las danzas de Napoleón. Su ejército está en fuga y toda su artillería, equipajes y tesoros están en mis manos”, de acuerdo con The Telegraph.

A la medianoche, la dormeuse imperial fue interceptada por el mayor Von Keller y el 15.º regimiento de fusileros prusianos. Uno de los servidores de Napoleón apenas pudo rescatar una cartera con documentos; el resto quedó en la carroza, la cual Von Keller abrió a sablazos. El vehículo y los objetos confiscados terminaron en Düsseldorf.
En Charleroi, el convoy del tesoro vivió otro episodio caótico. El comisario del tesoro, ante la inminencia del desastre, distribuyó oro y valores entre los soldados, registró nombres y cantidades, pero el pánico desató una pelea salvaje sobre el cofre. El granadero Hippolyte de Mauduit, citado por The Telegraph, relató el caos y la violencia, con soldados luchando por su parte del botín hasta que solo quedaron heridos y muertos alrededor de la caja saqueada. Muchos que intentaron huir fueron interceptados y despojados por los prusianos.
El valor y destino del tesoro
El valor del botín superó con creces la reserva logística habitual del ejército francés. El collar de Paolina Bonaparte estaba valuado en 300.000 francos, los diamantes de José en 800.000, y solo en la dormeuse habría 200.000 napoleones de oro. A los 100.000 francos en oro que Marchand no logró recuperar y el millón en oro trasladado en el carro especial, se sumaban objetos personales, recuerdos familiares y piezas de arte aplicado. La magnitud del tesoro refuerza la dimensión del colapso, según detalla The Telegraph.

Buena parte de estos bienes fue llevada a Inglaterra y, en enero de 1816, la exhibición de la carroza y los caballos imperiales atrajo multitudes, dejando en ridículo al antiguo emperador. La prensa británica subrayó detalles íntimos, desde perfumes a botellas de licor encontradas en el equipaje. Según The Telegraph, la noticia llegó a la isla de Santa Elena, donde Napoleón, desde el exilio, reaccionó con furia al saberse objeto de mofa pública en Londres.
El significado profundo del saqueo
El robo del tesoro imperial tras Waterloo fue más que un golpe material: los vencedores se apropiaron de la leyenda y la exhibieron como trofeo para sellar la derrota de Napoleón ante el mundo. El saqueo y la exposición ante el público británico no solo desmantelaron el patrimonio del emperador, sino que destruyeron su aura de invencibilidad.
El despojo material y simbólico tras Waterloo cerró de manera definitiva el imperio napoleónico. El episodio reflejó la traición interna, la desintegración militar y la evaporación total del legado de Bonaparte.
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