
Se ha convertido en una de las obras documentales más importantes del año, premiada por diversas asociaciones de críticos estadounidenses y se trata del último trabajo de investigación de la directora Laura Poitras (que ganó el León de Oro del Festival de Venecia con La belleza y el dolor) y Mark Obenhaus.
Se trata de un retrato de lo más contundente de la trayectoria profesional de Seymor Hersh y la naturaleza elusiva de la verdad en el periodismo contemporáneo. La película plantea una cuestión esencial: ¿qué ha sucedido con los grandes reporteros de investigación (figuras que, como Hersh, dedicaron su vida a desvelar las zonas más oscuras de la historia estadounidense).
En ese sentido este documental se perfilaría como una meditación sobre la ética, los peligros y las resistencias ligados al trabajo periodístico de alto impacto.
Poitras y Obenhaus han optado por articular su relato a partir de los principales escándalos estadounidenses del último medio siglo. Historias como la masacre de My Lai, Watergate, el escándalo de Abu Ghraib, y episodios más recientes como la destrucción del Nord Stream, funcionan aquí como un espejo en el que se refleja el ciclo eterno de ocultación institucional y los esfuerzos recurrentes para sacar la verdad a la luz.
Estos hechos constituyen tanto la mitología periodística como el punto de partida para cuestionar por qué ahora casos como el de Jeffrey Epstein quedan a menudo fuera del alcance de investigaciones exhaustivas.
Medio siglo desvelando crímenes y encubrimientos
La estructura de Cover-Up. Un periodista en las trincheras, permite recorrer la biografía profesional de Hersh como una síntesis del propio ciclo histórico de Estados Unidos. El documental arranca con una reconstrucción precisa y cruda de la masacre de My Lai, ocurrida el 16 de marzo de 1968 y encubierta durante dieciocho meses por el Ejército estadounidense y los medios de comunicación.
El trabajo de Hersh en 1969 supuso el primer reconocimiento público de aquellas atrocidades: mujeres, niños y ancianos asesinados, torturas, violaciones y una narrativa oficial basada en la mentira sistemática.
Este método se repite a lo largo del filme: cada segmento biográfico se entrelaza con hitos periodísticos que convierten a Hersh en protagonista indispensable para comprender cómo la obstrucción de la verdad es una constante histórica. Tras la publicación del caso My Lai, Hersh se incorporó a la redacción de The New York Times, donde puso en marcha investigaciones sobre el escándalo Watergate y denunció operaciones encubiertas de la CIA, como los experimentos de control mental MK-ULTRA o las conspiraciones internacionales de asesinato.

Hersh se aproximó a la figura del gran reportero cultivando fuentes al margen de los circuitos clásicos y manteniendo un respeto férreo por la confidencialidad de los informantes, una cuestión de vida o muerte en determinados casos.
El documental también recupera una etapa menos conocida: el desencanto de Hersh con la prensa tradicional y su retorno al mundo freelance tras la investigación sobre irregularidades en Gulf & Western Industries, que afectaron incluso a la dirección de The New York Times. Un caso que demuestra los límites que pueden imponer incluso los medios de referencia al periodismo de investigación.
Errores, resistencias internas y la persistencia de la verdad
A lo largo de la película, Poitras y Obenhaus rehúyen cualquier tentación hagiográfica. Los directores enfatizan los fallos más graves de Hersh para ofrecer una perspectiva honesta sobre el precio de adentrarse en zonas de máxima opacidad. Uno de los episodios más citados es el escándalo derivado de las cartas falsas sobre un supuesto pacto de silencio entre John F. Kennedy y Marilyn Monroe, que obligó al periodista a retirar un capítulo de su libro antes de publicarlo en 1997. Asimismo, la relación amistosa de Hersh con Bashar al-Asad y el riesgo de que sus vínculos personales interfirieran en el análisis crítico de conflictos como el de Siria aparecen reflejados como parte inherente de una carrera plagada de encrucijadas éticas.

El filme ilustra además la evolución de Hersh hacia una actitud cada vez más combativa y vigilante ante el poder, especialmente tras el 11S y durante la llamada “guerra contra el terror”. A través de testimonios recogidos en su propio despacho, rodeado de archivos y documentos físicos, el periodista rememora cómo logró desvelar el escándalo de las torturas en Abu Ghraib gracias a una fuente anónima que contactó con él tras escucharle en la radio. La película retrata así el contraste entre la impermeabilización digital contemporánea y las posibilidades abiertas por la comunicación directa y personal del periodismo tradicional.
El legado de Hersh y la actualidad del encubrimiento
La mayor aportación de Cover-Up. Un periodista en las trincheras, reside en su capacidad para articular el recorrido vital de Hersh como una metáfora del conflicto permanente entre verdad y opacidad. El documental no solo ‘revisita’ los hitos del periodismo norteamericano, sino que establece continuidades entre My Lai, Watergate, el Iraq de George Bush o la actual crisis en Gaza.
Una obra urgente y necesaria sobre los mecanismos (institucionales, económicos y mediáticos) que perpetúan la ocultación y la mentira, y sobre el papel indispensable de un periodismo dispuesto a desafiar los límites impuestos por el poder. La vigencia de la actitud de Hersh resulta evidente al observar la cobertura superficial de casos como el de Epstein, donde las investigaciones periodísticas sistemáticas han dado paso al relato fragmentario y la resignación ante los archivos sellados.
La película aspira no solo a revisar el pasado, sino a recordar cuán necesario sigue siendo el periodismo de investigación. Y es que es la labor de reporteros como Hersh la que permite comprender y confrontar el “estado metafísico” del encubrimiento que, según la propia expresión del periodista, define el presente y condiciona el futuro de la información.
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