
El nombre de G.W. Pabst puede que no sea muy familiar hoy día, pero hubo un tiempo en el que fue uno de los hombres más importantes del cine alemán. Quentin Tarantino lo rescató del olvido en gran medida con Malditos bastardos, en la que convertía al personaje de Michael Fassbender en todo un experto en cine alemán, y en concreto en la obra del cineasta austríaco. Al igual que Tarantino hacía en aquella magnífica película, ahora un escritor se ha propuesto sacar de nuevo a George Wilhelm Pabst del ostracismo y “cambiar” la historia para contar la vida de este hombre que fue clave en la historia del cine, pero que también acabó colaborando para Adolf Hitler y el régimen nazi.
“En realidad quería escribir otra cosa. Quería hacer un libro ambientado en la época del cine mudo, en los felices años 20, que fue la época dorada del cine alemán. Pero entonces di con la historia de Pabst, de cómo volvió a Alemania de Estados Unidos, y supe que tenía que ir por ahí”, cuenta a Infobae España Daniel Kehlmann, escritor nacido en Múnich, autor de varios best seller en Alemania y encargado de, como Tarantino, recuperar la vida de Pabst para ficcionarla en El director, la novela que ahora presenta en España. En ella, Kehlmann parte de todo lo que se desconoce de su vida durante el régimen nazi.
“No hay mucha información de aquellos años, pero sí hay un libro de un historiador que pudo hablar con su mujer de aquellos años y encontré algo en los archivos de la Gestapo, principalmente cartas entre Pabst y su familia y documentos sobre la forma de operar del régimen en materia de cine”, confirma Kehlmann sobre el proceso de documentación para rellenar ese vacío sobre la vida de Pabst, un reconocido director alemán durante los años 20, cuando realizó sus mejores obras —Bajo la máscara del placer, Tres páginas de un diario y La caja de Pandora— y descubrió a actrices como Louise Brooks o Greta Garbo.

El Fausto del Tercer Reich
Sin embargo, cuando los nazis llegaron al poder, Pabst decidió marcharse del país, primero a Francia y posteriormente a Estados Unidos, donde no logró encontrar el éxito de otros compatriotas como Fritz Lang, Josef von Sternberg o Ernst Lubitsch. Incapaz de adaptarse al idioma y al sistema de estudios que, irónicamente, era de lo más controlador, Pabst tuvo que regresar a su hogar cuando recibió la noticia de que su madre estaba enferma. Lo que no sabía es que ya no podría volver nunca a Hollywood, porque acabaría cayendo en las garras de los nazis tras ser llamado por Joseph Goebbels, ministro de propaganda y encargado del cine del Tercer Reich.
“Irónicamente, Goebbels quería hacer una serie de películas que no fueran del todo políticas y sí artísticas, con un presupuesto considerable para ellas. Me parecía un hecho tan fascinante que por eso también quise escribir sobre la industria cinematográfica nazi”, explica Kehlmann. Junto con Leni Riefenstahl —quien tiene su propio “cameo” en la novela—, Pabst se convertiría a regañadientes en uno de los nombres propios del cine nazi, realizando hasta tres películas para el Tercer Reich. De esos tres filmes, solo vieron la luz Comediantes y Paracelsus, ya que el tercero, El caso Molander, nunca se llegó a rodar, aunque las malas lenguas dicen que sí y que la película se perdió con la insurrección de Praga, donde Pabst rodaba justo antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Esta película perdida que atormentó hasta el fin de sus días a Pabst y sus allegados es todo un MacGuffin dentro de una novela llena de grandes recursos literarios, pero también cinematográficos.

‘Multiperspectivismo’ en la Alemania Nazi
“Siempre me ha interesado mucho relatar desde distintas perspectivas, nuestra historia está llena de malentendidos y por eso me gusta escribir con diferentes puntos de vista. Esto es que me resultaba especialmente atractivo en una novela sobre un artista cuyo principal talento era el montaje”, señala Kehlmann, aludiendo a la capacidad de Pabst para enlazar escenas. Fue uno de los primeros en montar sus películas de tal forma que una escena comenzase con el mismo movimiento de la anterior para generar así una gran fluidez visual y narrativa. “No creo que yo pudiera ser director de cine, pero creo que habría sido un gran editor, se parece mucho al trabajo de un escritor”, reconoce el autor de la novela.
Ese ‘multiperspectivimo’ hace que uno empiece un capítulo de El director sin saber dónde, cuándo ni con qué personaje está, lo que aporta un gran misterio y expectación a cada episodio. Sus elipsis y narrativa descriptiva, pero ambigua, hacen que uno pueda sentirse tanto en una comedia romántica sobre Hollywood y la relación de Pabst con su mujer Trude y sus dos musas, como también en una película de terror, cuando uno se encuentra con el capítulo de un joven regresando a casa por vacaciones, para descubrir con horror que se trata del hijo de Pabst como miembro de las Juventudes Nacionalsocialistas.

El mismo horror y ambigüedad van apareciendo a partir de la segunda mitad de la novela, cuando Pabst acepta el trato y se convierte en el Fausto del Tercer Reich, con total libertad y presupuesto de sobra para realizar sus películas, pero teniendo que hacerlas en medio de una masacre internacional e, incluso, con extras procedentes de campos de concentración. “Pabst lo que quiere es hacer una buena película, seguir haciendo obras maestras, y de repente se ve seducido por una serie de recursos que le permiten hacer buen cine. Y es por eso que me invento lo de El caso Molander, que nunca sabremos si era una gran película, pero hace la historia mucho más interesante”, esgrime Kehlmann.
El director expone este gran conflicto entre arte y realidad, entre el artista y el oscuro benefactor —que va del mencionado Fausto a la reciente The Brutalist— y cómo el cine puede ser a veces tanto un reflejo de la vida como una forma de evadirse de ella, como le sucedió a Pabst en el momento más oscuro de su país. “Siempre existe esa tentación, pero los escritores no tenemos la obligación de mirar a ningún otro lado. Es legítimo escribir en tiempos difíciles poemas de árboles bonitos. Pero en el caso de los directores de cine, hay un presupuesto, el dinero tiene que venir de algún lado. Ellos están más atados al sistema”, defiende el autor, quien cree que, de vivir hoy día, Pabst actuaría de la misma forma. “No creo que le importase mucho quién le contratase mientras pudiese seguir haciendo sus películas, así que sería feliz trabajando para Netflix o en cualquier otra plataforma”.
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