
“Mi abuela me enseñó a leer y me regaló un libro de Federico García Lorca ilustrado para niños”, cuenta Lana Corujo (Lanzarote, 1995) sobre la figura familiar que le inculcó la pasión por los universos oníricos. Le habló de hadas, le inculcó la herencia de la fantasía que escapa a lo tangible y le permitió soñar más allá de lo permitido. Gran parte de dicha herencia la plasma en Han cantado bingo (Reservoir Books), su primera novela. “Me leía cuentos que me explicaban el mundo desde otro punto de vista y siento que eso ha permanecido en mí”, cuenta a Infobae España desde su isla.
Tras Ropavieja (2021), un poemario sobre los cuidados, la ilustradora y editora regresa con una obra en la que combina la imagen y la palabra. En ella, Corujo rinde homenaje al paisaje volcánico canario y a la infancia a través de una historia de duelo, miedos, infancia y patrones familiares que se quiebran. “La relación entre hermanas me parece fascinante y tampoco he leído tanto sobre ello”, razona. Las dos protagonistas de la novela mantienen una relación tensa (una hermana mayor con responsabilidad y una pequeña a la que todavía se le permita fantasear) que se desarrolla en torno a un juego, un volcán, El Ahorcado, y un cartón de bingo.
Como ya hiciera Andrea Abreu en Panza de burro (2020), la infancia ocupa el tema central de la narración. La destrucción, el duelo y la idea del crecimiento para poder cruzar el ‘mundo adulto’ marcan la vida de la protagonista. Un volcán con ojos y una herencia mágica persigue a su familia, pero no se percatará de lo anterior hasta que una tragedia cercana la una a su destino. “A veces pensamos que la infancia es una parcelita que ocurre y que se deja a un lado en cuanto crecemos, pero persiste dentro. Me interesaba mucho explorar eso. La infancia ocurre, la infancia quema”, cuenta.
“A veces pensamos que la infancia es una parcelita que ocurre y se deja a un lado en cuanto crecemos, pero persiste dentro”

Han cantado bingo está escrito para percibirse como un pasatiempo: el lector puede leer primero los capítulos que comparten el mismo número, hincarle el diente a la novela tal y como se le presenta o jugar entre sus páginas. No hay nada prescrito. Corujo se enfrentó a un bloqueo creativo cuando tuvo que plantear la historia, pero se topó con un cartón de bingo que le dio un par de ideas. “Busqué cuántos números hay en un cartón de bingo y me salieron 15. Pensé: ‘Vale, pues voy a escoger 15 cifras y voy a convertir la novela en un juego’”, afirma.
“Gracias a la terapia, noto que es mi generación la que está desestructurando ciertos roles familiares”
Su obra, sin embargo, no se queda estancada en la época previa a la adolescencia. Sus páginas también abordan la madurez de su protagonista, obligada a mantener vivo el recuerdo del dolor y la pena cada vez que visita el techo familiar. “Gracias a la terapia, en mi entorno noto que es mi generación la que está desestructurando ciertos roles o ciertas formas de hacer las cosas”, dice sobre cómo romper los patrones arraigados en el libro de familia. “Merecemos seguir creciendo de forma más liviana y calmada”, añade. Sin duda, la “tranquilidad” es el lugar en el encuentra un remanso de “felicidad”, por eso cree que es “fundamental” romper con las herencias de parentesco.

Aquí, Corujo hace una analogía entre el ‘don maldito’ que tiene que acarrear su protagonistas y “los traumas generacionales” que vertebran el hogar... “Hasta que llega alguien que dice: ‘Hasta aquí’”, relata. Otro de los elementos distintivos de la novela es el peso que la autora le otorga al paraje canario: el volcán y la panza de burro -término que emplean los canarios para hablar de las nubes bajas que se acumulan por los vientos alisios- son dos personajes más. “El paisaje es un elemento muy fuerte de nuestro día a día, pues también construye nuestras emociones”, dice la autora.
La importancia de hablar de su realidad realza el poder de la narración, que pone el foco en las historias que se alejan de las grandes capitales para poner de relieve la diversidad lírica, visual y narrativa del país. En contraposición a obras como Han cantado bingo o Panza de burro, Canarias ha sido un plató internacional a causa del volcán de La Palma. Hace unas semanas, Netflix albergó en su catálogo una ficción de lo más morbosa sobre la catástrofe que azotó a la isla en 2021 tras la erupción del Cumbre Vieja. En ella no aparece ningún canario, todos los actores son noruegos y, además, añadieron un tsunami a la receta audiovisual.
“Muchas veces perdemos el contexto y la vinculación con el territorio, y con la gente que habita en él”
“Estuve muy pendiente de las críticas que llegaban”, dice Corujo, que admite no haberla visto. “No somos un plató cinematográfico para que vengas y hagas lo que quieras sin contextualizar las cosas. Creo que muchas veces perdemos ese contexto y la vinculación con el territorio, y con la gente que habita en él”, admite tajante sobre la serie del gigante del streaming. A veces, dice, “parecemos palmeros que forman parte del decorado”. Por eso, considera importante que haya “sensibilidad” a la hora de abordar el desastre natural de La Palma. “Lo que han hecho no se corresponde con la realidad”, concluye.
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