
A la hora de mirar la carta de un restaurante, el pescado salvaje se suele asociar a alta calidad y exclusividad, sobre todo si se tiene en cuenta que en España, el 95% de ciertas especies como la dorada, la lubina o la trucha viene de piscifactorías, según datos de La Vanguardia.
También se trata de una forma de cultivos rodeada de varios mitos, como por ejemplo, que engorda más debido al tipo de alimentación, que la calidad de sus grasas es peor, o que su sabor difiere mucho del de un pescado salvaje.
“Es difícil que alguien que de pequeño iba a pescar sardinas con su abuelo y después las asaban en la playa y las comían allá pueda encontrar la misma experiencia en un pescado de granja”, explica Javier Ojeda, gerente de APROMAR (Asociación Empresarial de Acuicultura en España) en una entrevista con La Vanguardia. El experto asegura que hasta un 65% del pescado que se consume en España, tanto de pesca como de acuicultura, es de importación.
Sin embargo, este sector en España es un modelo que es capaz de alimentar a la población de forma responsable, con el mínimo impacto medioambiental y que, además, proporciona empleo de calidad en zonas rurales de la España vaciada.
¿Cómo lo hace?
En primer lugar, se trata de un modelo que aporta al consumidor proteínas de alto valor biológico, ácidos grasos, Omega-3 y muchos minerales y vitaminas. Además, su huella ecológica es mínima. Según Ojeda, “el pescado de acuicultura suele tener menor huella ambiental que otros productos animales (como la carne de vacuno, cerdo o pollo) por razones biológicas, ecológicas y de rendimiento productivo”.
Lo más relevante, explica el experto para El País, es que los peces, siendo de sangre fría, no gastan energía en mantener su temperatura corporal. Además, como flotan en el agua, su gasto energético se reduce y necesitan menos alimentos que los animales terrestres.
El resultado: menos uso de recursos naturales, así como menores emisiones asociadas. Un ejemplo que propone El País es que por cada kilo de lubina o dorada se generan tan solo 4,0 kg de C02, mientras que cada kilo de ternera emite 29,6 kg de este gas. El resultado es un menor uso de recursos naturales y menores emisiones asociadas.
Cada paso bajo control
La acuicultura española es una de las producciones animales más vigiladas. Según Javier, se trata de un proceso en el que se controla cada paso, desde la reproducción, hasta la comercialización del producto final. Además, el pescado de acuicultura español es muy fresco no solo por la cercanía, sino también porque, una vez salido del agua, la cadena de frío no se rompe nunca.
En este proceso, el primer paso es elegir cuidadosamente a los peces reproductores más sanos y con mejor genética. Después, se fecundan los huevos, siempre en condiciones controladas. Posteriormente, los huevos se incuban en agua limpia y oxigenada. Una vez nacidas las larvas, se alimentan con piensos especiales o pequeños organismos. Cuando alcancen el tamaño deseado, pasa a ser alevines o juveniles, y su agua se sigue controlando.
Cuando tengan una talla comercial, se realiza una cosecha cuidadosa para reducir al mínimo el estrés, y el sacrificio se efectúa conforme a protocolos que garantizan el bienestar de los peces. Por último, antes de transportarlo al mercado, se inspecciona la calidad del pescado.
Actualmente, más del 50% del pescado consumido a nivel mundial proviene de la acuicultura, y en ciertos casos llega hasta el 90%. Si no fuera por la acuicultura, que se presenta como el mejor aliado de la pesca, el abastecimiento de pescado en los mercados sería paupérrimo.
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