
Lavarse las manos después de ir al baño es un gesto básico de higiene. Sin embargo, cuando se trata de secarlas en un baño público, la decisión no siempre es sencilla: ¿usar el secador automático?, ¿en la ropa?, ¿buscar papel? Por comodidad, desconocimiento o falta de opciones, muchas personas recurren al secador de manos que suele estar instalado junto al lavabo. Pero aunque pueda parecer una alternativa práctica y limpia, la ciencia sugiere que no siempre es la opción más higiénica.
Un estudio de la Universidad de Leeds ha resuelto este dilema y advierte de que “los secadores de aire a presión y aire caliente provocan el aumento de la aerosolización bacteriana al secarse las manos”. Es decir, que propician la propagación de bacterias. Por ello, su uso en entornos sanitarios es peligroso, ya que pueden “facilitar la contaminación microbiana cruzada a través de la diseminación aérea al entorno o a los usuarios del baño”.
Su función de secar la cumple; pero no mantiene la higiene de un baño y fomenta el aumento de la dispersión de microbios como el Staphylococcus aureus y la Escherichia coli, y para virus como el norovirus y los virus de la gripe.
Uno de los investigadores responsables del estudio, el profesor Wilcox, advierte que “la próxima vez que se seque las manos en un baño público con un secador eléctrico, puede que esté propagando bacterias sin saberlo. También puede que se salpiquen microorganismos procedentes de las manos de otras personas”.
Alternativas al secador de manos

Lucía Almagro, biotecnóloga y divulgadora científica, basándose en diferentes estudios también explica este fenómeno y propone otras alternativas al secador de manos.
Para ella, el dispensador de toallas de papel es la mejor alternativa, pues “son las que más bacterias arrastran y mejor absorben la humedad”. Además, ese papel que queda puede usarse para abrir la puerta y no tocar directamente el picaporte o el pestillo de la puerta con la mano recién lavada, ya que es también un lugar lleno de bacterias y gérmenes. Sin embargo, este método tiene como inconveniente la necesidad de gestionar la acumulación de residuos. En el caso de no haber papel disponible, la biotecnóloga sugiere secar las manos al aire libre.
Un debate abierto en la comunidad científica
Durante la pandemia, los fabricantes y distribuidores de secadores de manos defendieron la seguridad de estos dispositivos y su efectividad frente al virus SARS-CoV-2. Para respaldar sus argumentos, recurrieron a fuentes oficiales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) o el Ministerio de Sanidad español.
Su defensa se apoyaba en las mejoras tecnológicas incorporadas a los secadores de manos, como los filtros HEPA (“High Efficiency Particulate Air) H13—capaces de bloquear hasta el 99,5 % de las partículas del tamaño de máxima penetración (MPPS)—, el uso de materiales antibacterianos y la inclusión de sistemas ionizadores.
Además, sostenían que las alternativas como las toallas de papel o de tela suponen un coste operativo considerablemente mayor, debido a los gastos asociados a su compra, almacenamiento, reposición y eliminación, así como al mantenimiento constante de los dispensadores y la gestión de residuos.
En definitiva, los secadores de manos modernos han mejorado en higiene gracias a nuevas tecnologías, pero su riesgo de propagación de bacterias sigue generando debate frente a opciones como las toallas de papel. Una elección dependerá del equilibrio entre salud, coste y sostenibilidad.
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