La cara oscura de las aplicaciones para ligar: “Es poner tu autoestima en manos de otras personas y te van a destrozar”

El psicólogo Rafael Ballester explica por qué las aplicaciones, como Tinder, Grindr o Bumble, pueden destruir la imagen propia, llegar a causar adicción o provocar sensación de soledad

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Imagen de recurso de un
Imagen de recurso de un hombre que utiliza su teléfono. (Infobae)

La Real Academia Española recoge catorce acepciones para definir la palabra ‘amor’, pero cada persona tiene la suya propia. El término, repleto de matices, es una mezcla de expectativas, aprendizajes y pulsiones que cada cual ensambla como puede. Es una lámina de metal entre el martillo y el yunque. Y pese a producir una sensación similar a pesar del espacio y el tiempo, cambia. Los poetas del Romanticismo exploraron un amor que bien ahora podríamos calificar como ‘tóxico‘, con un joven Werther abocado al suicidio o un Bécquer que sufría el desamor como una puñalada en su propia carne. La realidad ahora es otra. Hemos aprendido, como sociedad y como individuos. Ese “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” -reza la RAE, que tal vez, también se haya quedado anticuada- encuentra ahora otros caminos no menos peligrosos.

Las aplicaciones como Tinder o Grindr se han situado en los últimos años como uno de los espacios más populares para buscar pareja, sexo o simplemente algo de compañía. Para Rafael Ballester, catedrático de Psicología en la Universitat Jaume I de Castellón y especialista en psicología clínica, estas plataformas pueden ayudar a aquellas personas que tienen dificultades para entablar un primer contacto a nivel personal, pero también puede provocar consecuencias negativas para la salud mental.

En conversación con Infobae, Ballester explica que en sus sesiones es habitual recibir a pacientes afectados por un uso dañino de estas plataformas. El experto detalla que se trata de “personas a las que las redes les han supuesto consecuencias negativas, desde una adicción al sexo, al cibersexo o a las aplicaciones en sí mismas; hasta problemas de soledad; o haber sufrido, por ejemplo, sextorsión o de chantaje por compartir ciertas imágenes; o problemas de ansiedad relacionados con una búsqueda constante”.

Oportunidad y riesgo

El atractivo de la inmediatez, la multiplicación de perfiles y la facilidad para romper el hielo se presentan, en muchos casos, como ventajas, especialmente para quienes arrastran dificultades a la hora de iniciar contactos presenciales. No obstante, Ballester alerta de que, tras ese factor facilitador, se esconde un potencial riesgo cuando el uso no es moderado y puede llevar a la adicción.

Muchas veces, la no solo se manifiesta en la frecuencia de uso, sino en la intensidad emocional con la que se vive la experiencia. El psicólogo explica que muchas personas llegan a consulta tras haber desarrollado episodios de ansiedad al enfrentarse a la dinámica competitiva de los “matches”, el acceso a relaciones rápidas y el juicio constante de la apariencia física. Sin olvidar la necesisas de borrar una y otra vez las secuelas de relaciones fugaces o del rechazo reiterado, que, antes o después, se traducirá potencialmente en una baja autoestima o sensación de vacío.

Un camino que puede llevar a la adicción al sexo

La adicción al sexo y al cibersexo son las caras ocultas, poco conocidas e, incluso, estigmatizadas del uso de estas aplicaciones. Ballester recalca que ciertas plataformas, como Grindr, potencian especialmente la compulsividad sexual porque "el objetivo es encontrar sexo rápido en cualquier sitio y que, además, tiene la geolocalización activa”. Esta inmediatez, añade el especialista, multiplica la capacidad adictiva del entorno, facilitando contactos al instante y reforzando conductas impulsivas difíciles de controlar.

Frente a experiencias como las que ofrece Tinder, que Ballester describe como ligeramente “más civilizada, donde los perfiles no son tan explícitamente sexuales”, los usuarios de Grindr y plataformas similares se exponen a un flujo continuo de propuestas rápidas y anónimas. Detrás de la pantalla, la promesa de encuentros inmediatos intensifica el “lo quiero y lo quiero ya” que define la compulsividad sexual. “Son aplicaciones especialmente adictivas, especialmente destroza-personas a nivel de autoestima porque, muchas veces, no vas a encontrar mucho afecto ni una relación sentimental”, alerta. Ese entorno volátil puede erosionar la autopercepción de los usuarios, que terminan midiendo su valía a partir de un cuerpo o una foto.

El circuito de la compulsividad

El impacto de estas dinámicas no se limita a la mera frecuencia de uso, sino que afecta directamente a la necesidad de validación instantánea y refuerzo inmediato. El usuario dependiente revisa constantemente su móvil en busca de un nuevo perfil, una respuesta o una promesa de satisfacción inmediata. “Eso es muy adictivo a nivel general y a nivel sexual también lo puede ser,” advierte el catedrático, quien subraya que la adicción al sexo, como problema clínico, se caracteriza por una “falta de control de los impulsos sexuales”.

Mantener relaciones impulsivas sin protección y la dificultad para postergar el encuentro sexual marcan esa diferencia entre un deseo gestionado y una urgencia crónica. “Si tú eres adicto a las redes, a las aplicaciones, va a ser más difícil cortar la conducta que no empezarla,” asegura el especialista. En ese círculo, la autoestima de muchos pacientes se erosiona con cada rechazo o desinterés ajeno; la soledad se acentúa y se disparan episodios de ansiedad y vacío emocional.

Cómo afrontar la adicción a las aplicaciones de citas

El abordaje clínico de la adicción a las aplicaciones de citas no difiere demasiado del que se emplea con otras conductas compulsivas, como la adicción al juego o a la comida. De hecho, el equipo de Ballester cuenta con un programa específico enfocado en la recuperación de usuarios con patrones problemáticos de uso digital, ya sea en aplicaciones de citas o en conductas vinculadas al cibersexo.

La intervención comienza con una evaluación personalizada para identificar el perfil y las necesidades concretas del paciente. Tras esto, se realiza una planificación ambiental, una técnica que busca dificultar el acceso a la fuente de adicción: “Si tú eres adicta a la cocaína, lo primero que te indican es que evites tener cerca esa sustancia; aquí es igual. Si tienes adicción a las apps de citas, hay que eliminar las aplicaciones descargadas, instalar controles parentales o buscar un acompañamiento responsable que supervise el uso, según la edad del paciente y sus circunstancias.

(Composición Infobae: blog.cuy.pe / TechTudo)
(Composición Infobae: blog.cuy.pe / TechTudo)

Junto a la planificación ambiental, el programa incluye un entrenamiento psicológico con técnicas de autocontrol emocional y gestión de impulsos sexuales. El proceso no impone la renuncia drástica, sino que invita al paciente a consensuar medidas progresivas. El objetivo es dificultar la conducta adictiva y entrenar la toma de conciencia. Después de haber practicado el control de impulsos, se produce un reencuentro gradual con situaciones de riesgo, para observar si el usuario es capaz de gestionar el impulso y evitar recaídas. “El consumo moderado y saludable puede tener efectos positivos, pero cuando se ha desarrollado una adicción, ese consumo moderado es prácticamente imposible,” apunta Ballester.

Las señales de alarma

Distinguir entre el uso saludable y la adicción a las aplicaciones de citas supone, para muchos un desafío . Según Ballester, el tiempo de conexión y la intensidad conductual constituyen las primeras señales, pero el punto de inflexión lo marca el malestar que genera esa relación con la tecnología. Por ello anima a observar los patrones de conducta, ya que no solo importa la cantidad de horas invertidas, sino cómo afecta al día a día, por ejmeplo, em el desarrillo de los estudios o el trabajo, si afecta los vínculos personales o el estado de ánimo.

“Cuando te está generando problemas de estado de ánimo, estás irritable, estás deprimido porque no consigues los matches que querrías o te ves como casi imposible porque no acaba de cuajar nada… Es que te está bajando la autoestima,” muestra el catedrático. La calidad del sueño, la capacidad de concentración y la disposición a establecer relaciones profundas se ven comprometidas cuando el usuario termina por centrar su vida en la lógica superficial y reiterada de la evaluación virtual.

La imposibilidad de dejar de usar la aplicación pese a las consecuencias negativas es otro un punto crítico. “Cuando tienes pareja estable y, a pesar de que la quieres y estás bien con ella, aún así necesitas seguir utilizando las citas para tontear… Cuando tienes una cierta relación de dependencia y, a pesar de eso, lo sigues haciendo, tienes que empezar a preocuparte”, indica.

El experto recuerda que no todos los casos obedecen a un único perfil psicológico: las causas pueden ser la baja autoestima, la timidez, la presión social o la falta de habilidades sociales, así como la mera popularización de estas prácticas en la cultura contemporánea. En cualquier caso, la alerta debe dispararse cuando la relación con las aplicaciones deja de proporcionar una satisfacción puntual y pasa a condicionar la cotidianeidad, el bienestar personal y la salud mental.

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Autoestima, validación y vulnerabilidad

Las aplicaciones de citas, lejos de ser un simple escaparate de oportunidades afectivas, generan circuitos complejos de validación y dependencia emocional. Ballester señala que, a pesar de la apariencia de seguridad que a menudo proyectan quienes exponen su imagen de manera explícita, la mayoría de los usuarios que comparten fotos íntimas lo hacen movidos por una necesidad de aprobación constante. “Hay un perfil mayoritario de gente con baja autoestima que necesita gustar al otro. Porque si tú tienes una autoestima saludable, te aceptas con tus virtudes y defectos, y entiendes que hay cosas más importantes en el cuerpo que el cuerpo mismo,” explica.

Este circuito de validación externa convierte cada like, cada foto compartida o cada mensaje recibido en una especie de prueba constante sobre el valor propio. Cuando la autoestima depende principalmente del juicio ajeno, la persona se vuelve extremadamente vulnerable a rechazos incluso banales: “Es poner tu autoestima en las manos de la de las otras personas y claro, te van a destrozar porque les estás dando un valor a las opiniones de los demás que no deberías darle”.

Antes de las redes sociales, la seducción se basaba en gestos, retratos, aromas y objetos simbólicos. Desde abanicos codificados hasta mensajes en clubes nocturnos, las personas han desarrollado estrategias para conectar emocionalmente, incluso en contextos represivos como el de la comunidad LGBTQ .

Una espiral de frustración y soledad

En este entorno de validación inmediata, la búsqueda de aprobación puede convertirse en una espiral: “Te sientes solo, te conectas más, pero te haces más dependiente. Claro, el contexto y los contactos que tienes son muy superficiales y la sensación de soledad es mayor. Es un círculo vicioso”.

No obstante, Ballester insiste en que la baja autoestima no es la única variable en juego. La timidez, la presión social —sobre todo en gente joven, para quienes la soltería se percibe casi como un fracaso— o la falta de habilidades sociales también pueden llevar a un uso problemático de estas plataformas. En el fondo, estas aplicaciones pueden intensificar el miedo a la soledad e incluso llevar a aceptar vínculos de baja calidad solo por evitar el estigma de estar solo.

Ante ese miedo, estas aplicaciones se perciben en muchos casos como una vía rápida, casi mágica, para cubrir carencias afectivas o acceder a vínculos estables. Sin embargo, el resultado suele ser distinto. “No va a ser algo milagroso; no por buscar algo en una aplicación lo vas a encontrar simplemente descargándotela,” advierte Ballester. Por eso, aconseja aprender a tolerar la soledad y desarrollar una autoestima sólida ajena a la validación exterior es, en último término, el mayor reto para quienes se mueven por estos escenarios digitales. Solo desde ese lugar es posible acercarse a relaciones más saludables, ya sea de forma virtual o presencial.