
Marta tiene 27 años y es educadora social. Pero detrás de esa profesión hay una historia marcada por el maltrato emocional, la humillación constante y el abandono. Creció en el seno de una familia narcisista, una estructura en la que, como explica la psicóloga, y cofundadora de Acció Psicologia, Noemí Calvó, “los padres anulan las necesidades emocionales de los hijos” y “buscan que los niños sean una extensión de su ego y necesidades”.
Desde pequeña, Marta fue testigo de esas dinámicas: “Vi que mi madre utiliza mucho la mentira, encubre a una parte de su persona y me utiliza a mí como excusa para quedar bien”, ha relatado para Rac1. Aunque ha confesado que son comportamientos que acabó “normalizando”, los episodios que ha tenido que soportar no han sido fáciles. Tal y como ha narrado, su madre, en una ocasión, ha llegado a ignorarla por una semana, “después de los gritos” por pasar a la cocina “con el pelo desatado y encontrarse un poco en el suelo”.
“Me echó de casa y me quedé en la calle”
A los cinco años, los padres de Marta se separaron y, con diez, se mudó a otra ciudad junto a su madre. Lo que parecía un nuevo comienzo se convirtió en una experiencia de constante tensión emocional. Fue víctima de acoso escolar y comenzó a suspender en la escuela. Un psiquiatra le diagnosticó TDAH y la medicaron intensamente: “Hasta los 17 años estaba medicada con hasta siete pastillas al día”, ha revelado.
Pero el punto de quiebre llegó cuando decidió abandonar sus estudios, debido a la reacción tajante de su madre: “Me echó de casa y me quedé en la calle”. En ese momento perdió el contacto con ella durante años. Su padre, que vivía fuera de Barcelona, le ofrecía apoyo económico mínimo: “Me mandaba 200 euros, como si esto ya lo hiciera un buen padre”.
Sola, sin red familiar ni amistades, Marta cayó en una espiral de adicción. “Estaba desolada y desamparada y acabé cayendo en la adicción al cannabis y a los videojuegos”, recuerda. La depresión se intensificó hasta llevarla al límite: “Llamé a mi padre para despedirme”. Afortunadamente, fue capaz de detenerse y pedir ayuda. Así llegó a la consulta de Noemí Calvó, quien comenzó a trabajar con ella el “trauma del vínculo de apego”, una dinámica común en “personas que han vivido un huracán”, según afirma la psicóloga.
“Pasaba del 0 al 100 porque no quería estar sola”

La recuperación no fue inmediata, pero fue posible. Marta encontró un objetivo inesperado: los estudios. “Volví a estudiar un grado medio. No sé de dónde saqué la motivación porque en ese momento mi motivación era fumarme todos los puerros que pudiera al día y estar al máximo de horas posible jugando en un ordenador”, ha comentado. No obstante, “mis estudios me permitieron descubrir mi pasión, ayudar a personas con discapacidad, y eso me salvó la vida”.
Como consejo, Calvó ha comentado que “cuando los que te aman te duelen, tienes que aprender a irte de allí para recuperarte". Algo que Marta aprendió con el tiempo, porque pese a su evolución, las secuelas del pasado persisten: “Yo intentaba hacer de buena hija a ver si así conseguía que me quisieran, pero con el tiempo he visto que, por mucho que intente hacer bien las cosas, nunca voy a ser suficiente para ellos. Ahora ya me he dado por vencida y expreso quién soy y cómo soy”.
Su experiencia con el abandono y la manipulación influyó también en sus relaciones personales. “Temía al abandono. En todas las relaciones desde los 17 años yo no sabía poner límites. Cuando conocía a una persona pasaba del 0 al 100 porque no quería estar sola, en dos meses les decía ir a vivir juntos. No he sabido amar, ni de amor, ni de amistad. Hace dos años que esto ha cambiado”.
Actualmente, Marta sigue en terapia, trabajando un Trastorno de Conducta Alimentaria y enfrentando, desde la empatía, las heridas de su historia. A pesar de que su familia “me ha hecho mucho daño”, ha decidido no ponerlos “en la posición de malos”. Aun así, su vínculo continúa siendo el mínimo: “No me fuerzo absolutamente a nada. No sé por qué la mantengo porque no me hacen bien, pero la parte más difícil es acabar de romper esa relación al 100%”, ha confesado. En cuanto a su padre, ha narrado que “le puedo ver una vez al año, pero después siempre acabo mi mente llorando y sintiendo que no me ama”.
Pese al dolor, Marta ha encontrado una forma de seguir adelante. “He vivido con mucho odio dentro, pero ahora he visto que si vivo con odio no dejo espacio a otras cosas que sí que me harán feliz”. Por este motivo, mantiene el compromiso de sanar sin reproducir los patrones que vivió. “La mejor manera de seguir adelante es coger distancia y dejar que la vida te enseñe cosas. He culpado a mis padres durante mucho tiempo y me ha costado horrores, pero ahora he encontrado la paz”.
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