
Han pasado seis años desde que la vida de Sara Carbonero dio un giro inesperado. Lo que parecía un simple control médico rutinario en 2019 se convirtió en uno de los momentos más impactantes de su existencia: un diagnóstico de cáncer de ovario. Una noticia que llegó tan solo unos meses después de que su entonces pareja, Iker Casillas, sufriera un infarto de miocardio. En cuestión de semanas, el mundo de la periodista se sacudió con dos golpes que la obligaron a detenerse, mirar hacia dentro y reconstruirse.
Por aquel entonces, Carbonero residía en Oporto, centrada en su familia y alejada de los focos tras pedir una excedencia en Mediaset. La enfermedad la llevó a retirarse completamente para dedicar todos sus esfuerzos a su salud y su bienestar. Desde entonces, ha hablado en contadas ocasiones sobre lo vivido. Sin embargo, en los últimos meses ha comenzado a abrirse más, compartiendo reflexiones profundas sobre una etapa que, en sus propias palabras, la “paralizó” por completo.
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En una reciente entrevista con El País, Sara ha rememorado esos días en los que la palabra “cáncer” irrumpió en su vida con toda su crudeza. “Fue el primer día de mi vida que me enfrenté a la muerte”, confiesa. Tenía 35 años, llevaba un estilo de vida saludable, y aun así, le tocó mirar de frente a una enfermedad que, como reconoce, “te cambia todo”. El impacto fue tal que su terapeuta le explicó que debía transitar un duelo, no solo por lo físico, sino por el miedo, la incertidumbre y la transformación que supone convivir con algo tan impredecible.
En ese proceso, Sara no solo ha tenido que enfrentarse a la enfermedad en sí, sino también a sus consecuencias emocionales. “Tuve una época en la que no creía en nada, estaba enfadada con el mundo”, recuerda. Reconoce que perdió la fe, aunque ahora ha encontrado una nueva forma de espiritualidad, más conectada con la energía, la conciencia emocional y la conexión mente-cuerpo. No cree en esoterismos, aclara, pero sí en que el estrés y las emociones influyen en el cuerpo. “Por desgracia, a mí me ha tocado un cáncer. Sé que es multifactorial, que hay parte genética, pero creo que influyen algo el estrés y las emociones”, reflexiona.

“No acabas de respirar”
Su mayor temor, sin embargo, no era el suyo propio. Lo más doloroso de todo fue pensar en sus hijos. “Sin hijos, lo habría llevado de otra forma, pero lo que me mata de dolor es pensar en ellos y en lo que me necesitan”. Esa angustia fue, sin duda, el motor que la impulsó a luchar con más fuerza.
Sara no esconde que la enfermedad deja huella, incluso después de superar la etapa más dura del tratamiento. “Siempre hay cositas que van apareciendo y no acabas de respirar”, dice con honestidad. A pesar de ello, también ha encontrado espacio para la alegría. Recuerda con cariño el verano de 2019, el más divertido de su vida. “Me habían operado y dado la quimio y, con mi peluca, me creía Dios”, dice entre risas. Gracias a su amiga Isabel Jiménez, con quien ha compartido aventuras, se atrevió a vivir con intensidad. Y, aunque hoy es más precavida y admite que “no volverá a subirse a un helicóptero”, también ha aprendido a saborear cada instante.

Hace poco, durante una gala benéfica, Sara habló por primera vez en público sobre su enfermedad, sin poder evitar las lágrimas. Reconoció que durante años evitó pronunciar siquiera la palabra cáncer. “Cáncer, una palabra de la que he huido durante años. No me gusta hacer referencia porque creía que, si no la nombraba, no sería una realidad”. Pero ha aprendido que esto es una carrera de fondo. “Yo voy a ser siempre una paciente oncológica y que conviviré con la incertidumbre, he aprendido a abrazarla”.
Su testimonio impacta no solo por su sinceridad, sino por la inspiración que genera. Ella misma admite que su experiencia motivó a su entorno a vivir con más intensidad. “Mi cáncer les espoleó para disfrutar la vida”, dice. Y concluye con una frase que resume su nueva filosofía: “Si tengo un buen día, lo disfruto el doble que quien no le haya visto las orejas al lobo”.
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