El secretario de Estado y asesor de seguridad nacional del presidente Trump lleva mucho tiempo intentando socavar o derrocar al gobierno de Cuba, que mantiene estrechos vínculos económicos y de seguridad con Venezuela.
Una llamada telefónica antes del amanecer despertó al presidente Donald Trump. Su asesor de seguridad nacional tenía noticias urgentes sobre Venezuela.
Las protestas estaban estallando, algunos soldados habían desertado y el líder autocrático del país, Nicolás Maduro, había sido trasladado a toda prisa a un complejo militar. Parecía que podrían obligarlo a abandonar el poder. “Guau”, dijo Trump, según las memorias de John Bolton, entonces asesor de seguridad nacional.
Ese momento esperanzador para Trump, en su primer mandato, duró poco. En parte debido a la ayuda que Maduro recibió de Cuba, la revuelta fracasó, según funcionarios del gobierno estadounidense. Eso decepcionó no solo al presidente y a sus principales ayudantes, sino también a Marco Rubio, el senador republicano por Florida que había sido uno de los impulsores de un esfuerzo para derrocar al líder venezolano.
Casi siete años después, Maduro sigue en el poder. Rubio, ahora secretario de Estado y asesor interino de seguridad nacional de Trump, es uno de los principales artífices de la creciente campaña de presión militar contra Venezuela. Y aunque expulsar a Maduro parece ser un objetivo inmediato de la política estadounidense, hacerlo podría ayudar a cumplir otro sueño de Rubio desde hace décadas: asestar un golpe crítico a Cuba.
“Su teoría del cambio implica cortar todo apoyo a Cuba”, dijo Juan Gonzalez, quien fue el principal asesor del presidente Joe Biden en la Casa Blanca para asuntos del hemisferio occidental. “Según este planteamiento, una vez que Venezuela caiga, Cuba le seguirá”.
Rubio ha insinuado la idea en público, como cuando le dijo a NPR a principios de 2019 que una Cuba debilitada sería una “consecuencia” bienvenida de un cambio en el gobierno de Venezuela, aunque no fuera “la razón central” para echar a Maduro. “Todo lo que sea malo para una dictadura comunista es algo que apoyo”, dijo.
En privado, ha sido más directo. Como senador, Rubio discutía habitualmente el apoyo de Maduro a La Habana en detalle con sus colegas, así como con funcionarios estadounidenses y diplomáticos extranjeros, según un ex asesor del Senado que a menudo estaba presente en las discusiones. El ex asesor dijo que Rubio había “articulado una visión” según la cual separar a Venezuela de Cuba tendría consecuencias desastrosas para el gobierno cubano.
“Todo gira en torno a Cuba: cualquier cosa que él pueda hacer para debilitar al régimen cubano”, dijo otro funcionario estadounidense que participó en reuniones informativas con Rubio durante el primer gobierno de Trump. El funcionario y el ex asesor del Senado hablaron bajo condición de anonimato para poder discutir sobre conversaciones privadas.
En 2019, Rubio y los asesores de Trump extrajeron lo que consideraron una importante lección de la fallida ofensiva contra Maduro ese abril: Cuba había sido la pieza clave para salvar a Maduro, no su pueblo ni sus generales.
La inteligencia cubana había alertado a Maduro de la conspiración, y agentes cubanos dentro de su país le ayudaron a aplastarla, dijeron Bolton y otros exfuncionarios. Cuba también tenía un avión esperando, listo para llevarse a Maduro a La Habana, según dijeron entonces funcionarios de Trump.
En sus publicaciones en las redes sociales durante ese periodo, Rubio rechazó la idea de que Maduro fuera objeto de un intento de golpe de Estado, señalando que Estados Unidos no lo consideraba un gobernante legítimo.
“El único golpe es el que lleva a cabo Cuba en apoyo del dictador Maduro”, escribió Rubio.
Para Rubio y otros funcionarios estadounidenses, incluidos algunos del gobierno de Biden, el episodio de 2019 puso de relieve los profundos vínculos entre Venezuela y Cuba, cuyos dirigentes políticos de izquierda han puesto trabas a los presidentes estadounidenses desde Dwight D. Eisenhower.
Por su proximidad al extremo sur de Florida, su ideología comunista, la resonancia histórica de la crisis de los misiles cubanos de 1962 y, no menos importante, el poder político de la numerosa comunidad cubanoestadounidense del sur de Florida, la isla ha ejercido durante mucho tiempo una enorme influencia sobre los legisladores de Washington.
Venezuela y Cuba disfrutan de una asociación económica, política y de seguridad que los dirigentes cubanos se esfuerzan por proteger, pues temen que la caída de Maduro y su posible sustitución por un dirigente respaldado por Estados Unidos pueda amenazar su propia supervivencia.
En los últimos meses, el ejército estadounidense ha acumulado una gran fuerza cerca de Venezuela. Está atacando embarcaciones y matando a personas a bordo quienes, según afirman Trump y Rubio, sin presentar pruebas, trafican con drogas. Muchos expertos jurídicos han considerado ilegales estos ataques. Todo ello forma parte de una campaña para presionar a Maduro para que dimita o para derrocarlo por la fuerza, campaña que no cuenta con la autorización del Congreso.
Cuando Trump habló por teléfono con el líder venezolano el mes pasado, le exigió que abandonara el poder, dijo un funcionario del gobierno estadounidense.
El gobierno de Trump intensificó bruscamente su campaña de presión contra Maduro al incautar el miércoles un buque petrolero con petróleo venezolano en el mar Caribe. El petrolero había descargado parte del petróleo en un barco más pequeño con destino a Cuba antes de dirigirse a China, informó el viernes The New York Times.
Aunque Trump y Rubio han enmarcado la ofensiva contra Maduro en la lucha contra el narcotráfico procedente de América Latina, aquellos que mantienen una actitud belicista ante Cuba ven la posibilidad de asestar un golpe al gobierno de La Habana.
Un opositor cubano, José Daniel Ferrer, que huyó a Estados Unidos en octubre tras ser excarcelado y se reunió con Rubio, dijo en una entrevista que deponer a Maduro favorecería también la caída, o posible caída del régimen cubano, al que considera “la matriz del mal”.
Ferrer dijo que Rubio y él hablaron de los vínculos entre Venezuela y Cuba en su reunión del Departamento de Estado del mes pasado.
En una publicación en las redes sociales el viernes, el senador Lindsey Graham, republicano por Carolina del Sur que ha trabajado estrechamente con Rubio, describió la estrategia final: “Esperemos que se acerque el final del reino del terror de Maduro en Venezuela, y entonces podremos centrarnos en Cuba, uno de sus mayores aliados y uno de los regímenes más opresivos de nuestro patio trasero”.
Es un discurso lejano a la realidad, dicen algunos. El gobierno cubano ha sobrevivido a décadas de aislamiento desde el colapso de la Unión Soviética, su aliada durante la Guerra Fría. Sigue beneficiándose de dos poderosos mecenas, Rusia y China, y depende menos de Venezuela que hace una década. Las sanciones impuestas por Estados Unidos a Venezuela y el consiguiente colapso económico han obligado a Maduro a reducir sus exportaciones de petróleo a La Habana en los últimos años.

Política en el exilio
Para Rubio, ver desmoronarse el gobierno de Cuba sería uno de los sueños de su vida hecho realidad.
Los padres de Rubio, Mario y Oriales, emigraron a Florida desde Cuba tres años antes del triunfo de la revolución comunista de Fidel Castro en 1959. Al ascender en la política republicana de Florida, Rubio se presentó como enemigo jurado de Castro (“un dictador malvado y asesino”) y de sus sucesores.
En Florida, un estado con más de dos millones de residentes de ascendencia cubana y venezolana, muchos de ellos votantes republicanos, fue una poderosa combinación de mensaje y mensajero.
Como senador, Rubio puso constantemente de relieve la represión política y los abusos contra los derechos humanos en Cuba, y se opuso a cualquier intento de relajar la presión estadounidense sobre su gobierno. Cuando Rubio anunció su candidatura a la presidencia en 2015, lo hizo desde la Torre de la Libertad de Miami, un antiguo centro de procesamiento de refugiados cubanos que huían del gobierno de Castro.
“Rubio surge de la política anticubana de Miami”, dijo Benjamín Rhodes, ex viceconsejero de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama.
Rhodes gestionó el restablecimiento parcial por parte de Obama de los lazos económicos y diplomáticos de Estados Unidos con Cuba e interactuó con Rubio en aquel momento. “Siempre ha estado arraigado a una política de cambio de régimen hacia La Habana: es el núcleo de su identidad”, dijo Rhodes.
“Siempre ha sido un artículo de fe en Miami que si cae el dominó venezolano, le seguirá el dominó cubano”, añadió.
Desde que se incorporó al gobierno de Trump, Rubio ha presionado directamente por su causa ordenando nuevas sanciones contra funcionarios, actividades y empresas del gobierno cubano.
Cuando se le pidió que comentara sobre las opiniones de Rubio sobre Cuba y Venezuela, el Departamento de Estado dijo que ambos regímenes estaban “desestabilizando todo el hemisferio” y añadió que el gobierno de Trump estaba llevando a cabo una campaña antidroga para proteger a los estadounidenses de la amenaza del “veneno enviado a nuestro país por organizaciones terroristas”.
Trump, por su parte, parece menos implicado personalmente en el destino de Cuba, aunque en enero renovó su anterior designación de Cuba como Estado patrocinador del terrorismo.
Como candidato en 2015, Trump dijo inicialmente que el acercamiento de Obama a La Habana estaba “bien”, antes de adoptar una línea más dura, más en sintonía con la de su partido. En 2019, hablando en Miami ante una audiencia de venezolanos, declaró que “nada podría ser mejor” para el futuro de Cuba “que el renacimiento de la libertad y la democracia en Venezuela”.

El crisol
La moderna asociación Cuba-Venezuela surgió de la admiración de Castro por el predecesor de Maduro, Hugo Chávez, un defensor de los pobres que protagonizó una revolución fallida antes de ganar unas elecciones para tomar el poder como presidente en 1999.
Ambos eran autócratas altaneros que denunciaban el libre mercado y el imperialismo estadounidense al tiempo que celebraban su hermandad socialista. Chávez incluso recibió a Castro en Caracas el día del 75 cumpleaños del líder cubano, dirigiendo a una multitud de miles de personas para que le cantaran “Cumpleaños feliz”.
Con Chávez, Venezuela empezó a suministrar al gobierno de Castro casi 100.000 barriles diarios de petróleo con grandes descuentos, un salvavidas fundamental para una economía cubana atrofiada por décadas de sanciones estadounidenses. A cambio, Castro envió miles de oficiales militares y de inteligencia que ayudaron a capacitar —y vigilar— a las fuerzas de seguridad de Maduro.
Gonzalez, el ex asesor de Biden, advirtió que a menudo se exageraba el papel de los cubanos en Venezuela. Sin embargo, dijo, asesoran a Maduro, llevan a cabo operaciones de contraespionaje e imponen lealtad.
“Todos los miembros del ejército y los de la seguridad presidencial están bajo la lupa”, dijo. “Son elegidos a dedo y vigilados como halcones. Si se salen de la línea, acaban en prisión y son torturados hasta la muerte”.
Esto ha dificultado que Estados Unidos obligue a los oficiales militares a volverse contra Maduro, dijo Gonzalez.
Cuba también ha enviado miles de trabajadores médicos a Venezuela para ayudar al deficiente sistema de salud del país. Han proporcionado una atención importante, pero Maduro también ha manipulado algunos de sus servicios para asegurarse votos para su coalición en las elecciones.
El pacto de petróleo por seguridad sobrevivió a las muertes de Chávez y Castro. Pero las estrictas sanciones impuestas por Trump en su primer mandato, y mantenidas por el presidente Joe Biden, han obstaculizado la capacidad de Maduro para compartir recursos. Venezuela envía ahora a Cuba unos 27.000 barriles diarios, según datos recientes de Pdvsa, la empresa petrolera estatal venezolana, informó Reuters el viernes. Es apenas una cuarta parte de la cantidad que recibía Cuba en el apogeo de Chávez.
Los expertos afirman que el número de profesionales cubanos en Venezuela también ha descendido, aunque las cifras exactas son difíciles de precisar.
El acartonado Maduro, que asumió el poder en 2013, carece del grandioso carisma de su predecesor, pero sigue siendo el otro único líder revolucionario socialista de América Latina con el espíritu de Castro. Su rival política más destacada es la lideresa de la oposición venezolana, María Corina Machado, una conservadora que apoya el libre mercado y que está respaldada desde hace tiempo por Rubio. El secretario de Estado apoyó formalmente su candidatura al Premio Nobel de la Paz, que ella ganó en octubre.
Incluso con un apoyo venezolano disminuido, dijo Rhodes, está claro que La Habana está decidida a proteger a Maduro.
“Los cubanos deben creer que si Maduro es destituido y se produce el ascenso de un gobierno de derecha en Venezuela, eso podría ser la gota que colme el vaso de un gobierno cubano ya de por sí debilitado”, dijo Rhodes.
Pero ese tipo de pensamiento podría ser peligroso, añadió. “Es mucho más probable que Cuba colapse y se convierta en un Estado fallido a que se produzca algún tipo de transición ordenada hacia un gobierno respaldado por Miami”, dijo Rhodes.
Además, el planteamiento de Rubio sobre Venezuela y Cuba implica un riesgo político para él mismo, ya que los críticos ven la amenaza de las costosas políticas de “cambio de régimen” que Estados Unidos ha probado y fracasado. Entre ellos se encuentran algunos de los partidarios acérrimos de Trump, como el ex estratega de la Casa Blanca Stephen Bannon, el presentador de pódcast Tucker Carlson y la asesora informal de Trump Laura Loomer.
Cuba ejerce una atracción singular sobre los belicistas latinoamericanos, y especialmente para los que proceden de familias de la diáspora como la de Rubio, dijo Curt Mills, director ejecutivo de la revista The American Conservative, que se opone a los esfuerzos estadounidenses de cambio de régimen. Esos belicistas ven a los gobiernos políticos de izquierda de la región, desde Nicaragua a Venezuela, “como unos apéndices en última instancia bastante desventurados de La Habana”.
“Cuba”, dijo, “es el crisol”.
© The New York Times 2025.
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