Como es habitual en Chile, se votó sin incidentes, con resultados que se conocen inmediatamente y tal como se esperaba, con 59 años, en su tercer intento, triunfó José Antonio Kast (JAK), político de larga trayectoria que fue diputado durante cuatro periodos consecutivos en representación de la Unión Demócrata Independiente, a la que renunció para crear el partido Republicano como expresión de una derecha más ortodoxa, logrando derrotar a la izquierda por amplia margen. La pregunta tiene relación con el tipo de gobierno, si lo suyo será una administración conservadora centrada en las urgencias del momento, es decir, las promesas de superación de las múltiples crisis del país, tales como seguridad, inmigración ilegal, retroceso económico, o sorprenderá al intentar buscar una alianza más amplia, que represente el nuevo clivaje que por primera vez en democracia gana una contienda presidencial.
En efecto, todas las elecciones que tuvieron lugar en democracia entre 1989 y 2021 giraron en torno al paradigma que dejó instalado el plebiscito que en 1988 rechazó la permanencia del general Pinochet en el poder, porcentajes que se repetirán en las elecciones presidenciales siguientes, incluyendo aquella donde Boric derrotó al propio Kast en segunda vuelta. Sin embargo, ahora predominó un nuevo diferenciador, donde la mayoría representa más bien al conjunto de fuerzas que se unieron para rechazar la propuesta de reforma constitucional rupturista en referéndum constitucional que tuvo lugar el 2022, y que ahora, por primera vez triunfa en una presidencial, resultado que mantiene hasta hoy a la constitución de 1980, la cual sobrevivió también a un segundo intento de modificación, impulsado esta vez por Kast, igualmente rechazado el 2023, es decir, años desperdiciados, cuya revisión y análisis he hecho en el libro “Chile y su giro de 360 grados”.(1)
El gobierno que pretendió ser refundacional de Boric terminó en total fracaso, ya que el retroceso de Chile ha sido gigantesco, prácticamente en todo nivel, tanto que quizás por vez primera desde el retorno a la democracia, los temas sobre los cuales giró esta última elección son temas impulsados por la derecha, como ser el crecimiento económico, la desregulación y, sobre todo, inseguridad generalizada, inmigración ilegal y delincuencia. Además, Kast se va a convertir en el primer presidente que llega a La Moneda reivindicando el legado del general Pinochet.
La duda es qué tipo de gobierno hará Kast, ya que a partir del cambio profundo que significó la inesperada violencia de octubre 2019 que pudo no solo haber derribado al gobierno de Piñera sino también al propio sistema democrático, Chile ingresó a un periodo de confusión reflejado en una verdadera lotería electoral, con muchas elecciones en años continuos, y donde el resultado de cada una de ellas fue distinto al anterior, clima en el cual fue electo Boric y su programa de ruptura que descalificaba al Chile de la transición post dictadura, internacionalmente reconocido como algunos de los mejores años de su historia, el Chile de la democracia de los acuerdos, que consiguió vía grandes pactos la reducción de la pobreza, el desarrollo económico y el progreso social, logros que pusieron a Chile en la vanguardia regional.
Sin embargo, contra ese Chile se alzó la alternativa de Boric, y pareció que, por decisión de los propios chilenos, el país se convertiría en el tercer caso sudamericano de retroceso político, social y económico, uniéndose a Argentina desde Perón a los Kirchner y a Venezuela, a partir de la elección democrática de Chávez, aunque, por cierto, sin el carácter trágico de esta última.

Kast asumirá oficialmente en marzo 2026 con muchas expectativas, pero también muchos frentes que atacar y, por lo tanto, muchos problemas que resolver. El contexto es de crisis variadas, siendo la dificultad mayor, el actual sentido de propósito del país, incluyendo su proyección internacional. Al respecto, la pregunta es la clásica ¿Qué hacer?, donde de partida, la derecha enfrenta su problema histórico y no solo de ahora, la falta de una cultura de coalición, ya que al igual que en esta elección donde pudo haber ganado en primera vuelta con comodidad, prefirió abordarla dividida en tres candidaturas, en un clima de confrontación una contra otra, donde el principal adversario parecía ser quienes pensaban parecido, lo que solo parcialmente se resolvió en esta segunda vuelta.
A pesar de ello, el país que legó el general Pinochet, el de la división en dos bandos irreconciliables comenzó a derribarse, ya que sectores todavía no muy numerosos, pero sí significativos de quienes estuvieron en la vereda opuesta ahora apoyaron públicamente a Kast, siendo uno de los hechos más relevante el paso dado por el expresidente Eduardo Frei.
Coincide con otro cambio, en el sentido que hoy Kast no generó miedo o rechazo en el centro, al mismo tiempo que se modificaba el clivaje, es decir la división o fractura política, del parteaguas que durante tanto tiempo determinó los resultados electorales. Para el propio Kast fue una novedad en relación con su primera participación presidencial del 2017 (fue cuarto) y a la elección que perdió con Boric en la segunda vuelta del 2021, donde fue derrotado en el voto de centro que lo percibió como demasiado extremo, repitiéndose el resultado del plebiscito de 1988.
¿Por cuánto tiempo predominará esta nueva línea divisoria? No lo sabemos, y dependerá de cuál camino tome Kast en sus primeros días, si es que se limita a buscar la mayoría en la derecha más la suma de apoyos tan poco confiables como el populismo de Parisi, o cambia la conversación, decidiéndose a buscar una mayoría nueva, una, a la vez social y electoral, que le permita gobernar en mejores condiciones considerando dos cosas, la primera, es la lotería electoral manifestada en votaciones distintas en cada elección como también en los dos referéndums constitucionales, y segundo, sobre todo, no correr la misma suerte que sufrió Piñera con el estallido del 2019, con un sector violento que no ha desaparecido, sino que está probablemente dormitando, además de la oposición total que le hará tanto el Frente Amplio de Boric como el más organizado Partido Comunista.
Para Chile, lo mejor que podría pasar sería que Kast sorprendiera y en vez de limitarse a la difícil tarea de unir a la siempre díscola derecha y su conocido espíritu de fronda, a partir del voto de centro recibido, invitara con nombre distinto a una nueva Concertación, esta vez no solo con restos, sino incorporando a nuevos votantes, y con todos los que quieran participar, intentara reproducir lo que dio grandes resultados a partir de los 90, es decir, la experiencia de coalición de grupos distintos en torno a objetivos precisos, con suerte otras tres décadas, no solo para administrar mejor, sino para buscar nuevamente cambiarle la cara a Chile, obteniendo algo que ningún país ha logrado en Iberoamérica como tampoco existe hoy fuerza política que esté proponiendo centrarse en solo dos objetivos, solo dos: el desarrollo económico y una democracia de calidad.

Kast ya tuvo una lección, su nuevo partido, el republicano arrasó el 2023, obteniendo la mayoría para el segundo proceso constitucional, sin embargo, cometieron el mismo error de quienes habían fracasado antes con el proyecto ultraizquierdista, ya que, en vez de buscar una propuesta unitaria de consenso, se optó por un programa partidista, el suyo, con lo que sufrió también una fuerte derrota al ser rechazada en referéndum su propuesta.
La Concertación original surgió como coalición de centroizquierda para enfrentar el plebiscito de Pinochet y fue exitosa como gobierno, precisamente porque buscó construir una mayoría desde el primer día, entendiendo que el país era uno solo, y que no se debían repetir gobiernos como el de la Unidad Popular de Allende como tampoco el de Pinochet. Ese Chile estaba más dividido que el actual, ya que en ese entonces había un porcentaje importante que no quería la democracia, como también existía otro porcentaje relevante que no quería el mercado, por lo que la transición chilena fue esencialmente solo eso, un gran acuerdo sobre precisamente lo que separaba al país, adoptándose la democracia en lo político y el mercado en lo económico como denominador común.
Por lo tanto, si se toma el camino de la Democracia de los Acuerdos no hay necesidad de inventar nada, tan solo centrarse en dos objetivos y nada más que dos, el desarrollo económico y la democracia de calidad. Más aún e igualmente relevante, el éxito de la transición chilena también se debió a que entendió que su instalación coincidió con un gran cambio internacional en los 90, por lo que se adecuó rápidamente, lo que colaboró para que con rapidez Chile fuera reintegrado al club de los países democráticos. Es en ese marco internacional que la transición hace su propio aporte, la construcción de una de las más amplias redes de tratados comerciales del mundo que incluyen EE. UU., Europa, China, Japón, el Pacífico, otros lugares, que le han dado sustento a las exportaciones y permitieron una modernización económica que ha sobrevivido a todos los ensayos empobrecedores recientes como también al mal gobierno de Boric.
El tema internacional no es un favorito de la derecha chilena como tampoco figuró en forma destacada en ninguna de las ocho candidaturas en esta última elección, pero por lo mismo podría ser quizás un lugar que le proporcione satisfacciones a Kast con rapidez, si es que decide tomar este camino. De partida, recuperar buenas relaciones con EE. UU. e Israel (clave para el sector Defensa de Chile) se puede hacer en pocos días y seguramente la mano estará extendida para ser estrechada en ambos, pero no debe allí limitarse, ya que el mundo está experimentando el mayor cambio desde el fin de la ex URSS, con un agregado, que EE. UU. como el país que creó el sistema de relaciones económicas internacionales posterior a la segunda guerra mundial, está hoy modificando su propia creación, afectando a aliados y adversarios.
De lograrse un acuerdo con China, dado el poder de ambos, ese hecho hará nacer un nuevo sistema en reemplazo del que está desapareciendo frente a nosotros. Al respecto, con rapidez Chile podría llegar a Washington con una propuesta de largo plazo, que, en el día de hoy, podría tener relación con lo que más le interesa a la potencia, que son las tierras raras, y donde no ha surgido ninguna importante desde la región, y, por lo tanto, EE. UU. las busca en Ucrania, Australia o donde puede, dada su necesidad y reacción tardía. Coincide también con la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 recién publicada, donde la que todavía es la primera potencia del mundo, aparece con un renovado interés en Latinoamérica, el “Corolario Trump a la Doctrina Monroe”.

Una oportunidad para que Chile adopte una posición sin complejos y quizás su abundancia en tierras raras, en el nuevo escenario, le podría dar una ubicación estratégica semejante a la opción tomada por los acuerdos comerciales en los 90. En esa oportunidad, esa opción a la vez económica y geopolítica complementó lo que la Democracia de los Acuerdos hizo a nivel interno, para permitirle a Chile los progresos más rápidos de su historia, sobre todo, el desarrollo de una fuerte clase media, esa vez más creación del mercado que del Estado.
Chile se ha equivocado con una idea de “excepcionalidad” en Iberoamérica que no es tal, y que además le ha hecho daño en el sentido de un funcionamiento de las instituciones que han demostrado que no siempre respondían. Sin embargo, lo que Chile efectivamente posee no es menor, consistiendo su activo en la capacidad para institucionalizar salidas creativas y pacíficas, encontrándolas cuando todo parece conducir a la confrontación. Si se tuvo éxito en los 90, con voluntad se puede ahora.
Es por ello, que creo que se puede abrir una nueva e inesperada, hasta sorpresiva oportunidad para un Pacto por Chile en la forma de un Gran Acuerdo Nacional, abierto para quienes deseen participar y suscribirlo, que idealmente dure 25 a 30 años, durante varios gobiernos, a ser seguido, con constancia, uno detrás del otro. Inédito si se tiene éxito, ya que el desarrollo económico y la democracia de calidad como logro conjunto y permanente ha eludido a todos y a cada uno de los países de la región.
Creo que puede haber reaparecido la posibilidad de retomar la senda que, hasta la violencia del 18 de octubre de 2019, parecía que era el camino para progresar. Chile, al parecer, puede haber aprendido la lección, y quizás ahora, las fuerzas políticas pueden mostrar el tipo de sentido común exhibido por la ciudadanía en dos referéndums constitucionales, ya que sobre todo con el resultado del primero, Chile se salvó de transitar el camino que ha hundido a tantos países.
El aprendizaje puede haber sido costoso, pero a Chile se le puede ofrecer la oportunidad de recobrar un camino que se extravió durante años, el de la Democracia de los Acuerdos, ya que existe en Chile como también en el mundo, mucha evidencia sobre lo que funciona como también sobre lo que no ha funcionado nunca, toda vez que hay caminos que nos acercan al esquivo desarrollo y otros que nos alejan de él.
A los profesionales de la política se les pide que actúen con seriedad y prudencia para que exista estabilidad, de ahí la importancia de acuerdos básicos sobre el seguimiento de caminos de éxito probado en la generación de los recursos que permitan financiar derechos colectivos, con la gradualidad que los haga sustentables a través del crecimiento económico y de la productividad, y al mismo tiempo, que el camino conduzca a una mayor igualdad.
Por su parte, para la democracia de calidad no basta con decir que las instituciones funcionan, sino que deben hacerlo de buena forma, solucionando problemas en vez de crearlos, como también se requiere que en el electorado predomine la razón por sobre la emoción y los hechos por sobre la narrativa. Y para posibilitar lo anterior, también se requiere un compromiso nacional con la reforma del Estado, cuya maquinaria es anticuada y anquilosada, es decir, un Estado Burocrático cuyo aggiornamento es imprescindible en este siglo XXI.
Para el partido Republicano surge la necesidad de no repetir lo que ocurriera cuando logró la mayoría en el segundo proceso constitucional, toda vez que la negociación con otras corrientes fue vista como una claudicación y se impuso una visión partidista que al final fue rechazada en el referéndum. El momento de Chile exige construir puentes más que muros, y eso supone rescatar la flexibilidad que hace posible el diálogo democrático, imprescindible para abordar expectativas enormes ante el total fracaso del intento refundacional de Boric, en un escenario donde esas fuerzas, ahora en la oposición, pueden contribuir al alza de la conflictividad, y, por lo tanto, polarización y populismo en ambos lados.
Para quienes triunfaron en las urnas, responder a la confianza de los chilenos como también de los extranjeros avecindados, que después de cinco años de residencia pudieron votar, el éxito debe verse en la forma en que se aprovecha la oportunidad histórica que se ha presentado, donde no es necesario reinventar la rueda, sino recuperar lo mejor de experiencias recientes.
Construir acuerdos y mayorías sólidas es la mejor forma de superar las amenazas de nuevos estallidos de violencia callejera como también administrar las altas expectativas que se sitúan en los ganadores, toda vez que se anhela un cambio profundo en temas como seguridad y delincuencia, pero la capacidad de responder a esos anhelos puede demorarse años y no semanas o meses, y quizás aún más tiempo en temas como la desarticulación de las redes del crimen organizado. Y quien diga otra cosa puede estar mintiendo. De ahí la necesidad de hablar con la verdad y evitar vender humo.
La sinceridad no es solo una necesidad ética sino también vital para un contexto donde se puede producir desilusión antes que se termine un gobierno de solo 4 años, sin reelección inmediata para el presidente. Por ello, hay que observar lo que ocurrió en la transición a la democracia de los años 90 y como la reinserción internacional de Chile en cuanto país democrático tomó muy poco tiempo al tener lugar inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín. Hoy, una oportunidad semejante se le ofrece a Chile para una política exterior que piense primero en el país y después en darse gustos ideológicos como lo hizo el gobierno que acaba de ser derrotado.
Para ello, se hace necesario que quienes van a estar a cargo del tema internacional no dejen de leer la Estrategia de Seguridad Nacional 2025 de EE. UU., ya que allí, en solo 33 páginas, se informa en forma explícita lo que esa potencia quiere hacer, lectura también aconsejable para el equipo económico, dada la íntima relación de la política de aranceles con la geopolítica. Por cierto, esto puede durar solo lo que queda del gobierno de Trump ya que no obedece a un consenso, sino que la potencia está dividida y polarizada (otra lección para Chile), pero aun en ese caso extremo, lo que resta de ese gobierno va a ser la mitad del de Kast, y con el poder de EE. UU. seguramente se va a crear una nueva realidad, obligatoria para el resto del mundo.
Esa Estrategia muestra no solo la política de EE. UU. para Iberoamérica, sino también que busca aliados en la región. ¿Quiere Chile volver a serlo? Todo indica que sí y para ello, también es positivo que existan grandes acuerdos en lo internacional, ya que a la ciudadanía se le va a pedir sacrificios, y para ello es mejor contar con un relato, una épica, un horizonte, una meta, que un gobierno solo de derecha no posee.
(1) Esos dos procesos constitucionales son el tema de mi libro “Chile y su giro de 360 grados”, Interamerican Institute for Democracy, Amazon, 264 pp, 2024.
-Máster y PhD en Ciencia Política (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)
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