Claves para entender la votación en Chile

Este domingo los chilenos decidirán en un plebiscito si quieren modificar la Constitución

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Papeleta del plebiscito en Chile
Papeleta del plebiscito en Chile

Este domingo los chilenos van a las urnas para votar en el Plebiscito Nacional 2020, un referéndum convocado inicialmente para el 26 de abril pasado pero postergado debido a la crisis del coronavirus, con el fin de determinar si se inicia un proceso constituyente para una nueva Constitución y definir el mecanismo para dicho proceso. Fue propuesto por un acuerdo entre la mayoría de los partidos políticos chilenos y anunciado el 15 de Noviembre de 2019 como forma de calmar el mes de protestas que a partir del 18 de Octubre se habían iniciado en todo el país.

En la soledad de la urna, aquellos que le pierdan el miedo a la pandemia, deberán decidir el futuro de Chile y la dirección en la que avanzará el país. Una opción, el Apruebo (reformar la Constitución), ofrece la refundación desde la posibilidad de una hoja en blanco. Esa opción también representa la negación de la historia del país. La otra opción, el Rechazo, permite testificar que Chile ha sido capaz de construir un mejor país para todos bajo esta misma Constitución y que pueden ser capaces de seguir mejorando, sin recurrir a incendios, saqueos ni violencia.

Muchos creen que el Apruebo permitirá finalmente sepultar la herencia de la dictadura. Sin embargo, a la actual Constitución poco le queda de la época militar porque ha sido modificada numerosas veces desde 1990, en particular en el 2005 con la reforma de 58 artículos, lo que llevara al entonces presidente Ricardo Lagos a expresar “Tenemos hoy por fin una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile, del alma permanente de Chile”. En cambio lo que no ven quienes votarán Apruebo es que se corre el riesgo de apagar las luces del modelo social, institucional y económico abierto al mundo que se comenzó a construir en Chile, efectivamente, bajo la dictadura militar. Es más, porque hay mucha gente que se ha dejado llevar por los cantos de sirena de que una nueva constitución resultará en mejores pensiones, mejor salud y más oportunidades, votar Apruebo significa alimentar expectativas falsas que solo producirán una mayor decepción y la consiguiente rabia del electorado.

En entrevista reciente, el reconocido economista chileno Sebastián Edwards afirmó que, de ganar el Apruebo, Chile volverá a ser un país mediocre, violento y con instituciones débiles, un caso más de fracaso latinoamericano como lo fue buena parte de su historia. El análisis es acertado. El país se perdió hace tiempo porque prevaleció un relato del fracaso, un discurso igualitario cada vez más agresivo apoyado por la centro izquierda, los medios de comunicación y buena parte de la comunidad empresarial, incapaz de sacudirse la culpa que le generaba el haber sido exitosa en un país en que los logros personales se definen cada vez más como privilegios inmerecidos. Y aunque sin asidero en la realidad, porque todas las estadísticas y mediciones lo desmienten, este relato quedó sin responder por la derecha que no defendió el sistema de libre acuerdos que tanta prosperidad había traído al país y se dedicó, en cambio, a buscar aplausos en la izquierda.

Un trabajador arregla una cabina de votación dentro de un colegio electoral durante un simulacro de votación antes del próximo referéndum sobre una nueva constitución chilena en Santiago, Chile, el 23 de octubre de 2020
Un trabajador arregla una cabina de votación dentro de un colegio electoral durante un simulacro de votación antes del próximo referéndum sobre una nueva constitución chilena en Santiago, Chile, el 23 de octubre de 2020

De ahí que se desplazara el foco en el discurso público, desde la creación de riqueza, a su redistribución lo que llevó al país a un gradual deterioro de su capacidad de crecer y crear progreso, que a su vez produjo más problemas que se intentaron resolver con más gasto y redistribución. “Se olvidó que el crecimiento acelerado no era un atributo del alma nacional; que en general nuestro desarrollo había sido mediocre; y que solo la implementación de reglas del juego de buena calidad y la construcción de consensos en torno a ellas, había permitido dar el salto al primer lugar en la región”, escribió René Cortázar, ministro de dos gobiernos de la Concertación.

Así llegó Bachelet al poder en su segundo mandato, queriendo imponer “otro modelo” para lograr la ansiada igualdad, meta que requería, como ella misma afirmó, eliminar los vestigios del sistema neoliberal. El resultado fue desastroso para la calidad de vida de los chilenos, quienes eligieron a Piñera esperando “tiempos mejores” según su propio slogan de campaña. Pero como era previsible, con un Presidente y una coalición sin ideas claras, los tiempos de progreso no llegaron y el país explotó. Y así está Chile ahora, como un país latinoamericano cualquiera, arrojado a un proyecto constitucional del que se espera todo tipo de resultados mágicos. Lo que viene es, nuevamente, previsible: en poco tiempo la frustración por la incapacidad de resolver los problemas que aquejan a los chilenos a pesar de la nueva Constitución llevará a otra crisis o a un estado permanente de inestabilidad y mediocridad económica, con un fisco sobreendeudado y una economía asfixiada, lo cual hará que el Estado crezca todavía más.

Valorar lo conseguido gracias al sistema de acuerdos voluntarios y, desde el crecimiento, proponer las reformas necesarias que nada tienen que ver con una nueva Constitución es la base para salir del tremendo caos en el que el país se encuentra. Es posible evitar el destino latinoamericano de mediocridad, pero para eso las élites intelectuales y políticas deben cambiar su narrativa y promover la única fórmula que permite salir adelante a los países y que no es mucho más compleja que promover los acuerdos libres y competitivos, regidos por el imperio de la ley y apoyados con un Estado moderado y eficiente que garantice orden, seguridad y justicia, base misma de la fundación de las democracias.

Porque pasado se sentían abusados y desoídos producto de la narrativa imperante repetida por años respecto del crecimiento de la desigualdad y los abusos empresariales. Y aunque no resiste análisis medido como se lo quiera medir y con las fuentes que se quieran tomar, se quedó casi sin contestar por la derecha, estableciéndose así un relato sobre el país que no reconocía sus éxitos y no advertía sobre los peligros de las contra reformas realizadas y que fue, en parte importante, el responsable de la debacle actual. Desde luego el país tiene problemas, como ocurre siempre en todos los órdenes de la vida, pero son producto de las reformas que retrocedieron – la “retroexcavadora” de Bachelet – y de las expectativas frustradas producto de la caída en la calidad y cantidad de ofertas laborales por un crecimiento económico persistentemente mediocre. En lugar de enfrentar estos problemas, en cambio, la clase política en el poder que le entregó lo que quería a la izquierda radical, ambigua respecto de la violencia y dispuesta a aprovecharla al máximo: la posibilidad de desmontar la “Constitución de Pinochet” a costa de rendir el “modelo” que, con evidentes problemas producto de los cambios realizados últimamente en particular, le otorgó al país un grado de prosperidad nunca antes visto.