
La historia del Vaticano sumó una nueva escena trascendental: el cuerpo del Papa Francisco, fallecido en la Casa Santa Marta, fue trasladado a la Basílica de San Pedro para ser velado por los fieles. La imagen del féretro de madera abierto en el altar central, sin elementos ceremoniales adicionales como los tres ataúdes o el báculo pontificio, encarna la voluntad del pontífice argentino de simplificar los funerales papales y subrayar su condición de pastor, más que de soberano.
Ese mismo espacio, donde el Papa había impartido por última vez su bendición “Urbi et Orbi”, se convierte ahora en el punto de encuentro entre el pueblo católico y su líder fallecido. La Basílica de San Pedro, más allá de su función litúrgica, representa uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos de la historia del cristianismo y el corazón físico y simbólico del catolicismo global.

La refundación de la cristiandad
La actual basílica se alza sobre los restos de la iglesia construida en el siglo IV por el emperador Constantino, en el lugar donde, según la tradición, fue sepultado el apóstol Pedro. Aquella primera basílica permaneció en pie más de un milenio, hasta que el deterioro estructural y simbólico forzó su demolición. El regreso del papado a Roma desde Aviñón hizo evidente la necesidad de un templo que reflejara la autoridad restaurada de la Iglesia.
La reconstrucción comenzó formalmente cuando el papa Julio II encomendó a Donato Bramante el diseño de una nueva iglesia. Su proyecto proponía una planta centralizada en forma de cruz griega, alineado con el ideal renacentista de armonía. Con el paso del tiempo, se sumaron al proyecto los nombres más destacados del arte occidental: Rafael, Antonio da Sangallo el Joven, Miguel Ángel, Carlo Maderno y Gian Lorenzo Bernini, entre otros.

La cúpula más alta del mundo: el legado de Miguel Ángel
Miguel Ángel asumió la dirección de las obras con más de siete décadas de vida. Recuperó el concepto de planta central de Bramante y rediseñó la monumental cúpula, inspirada en la de Santa Maria del Fiore de Florencia. La estructura, de doble cascarón —una interna hemisférica y otra externa ovoide—, se convirtió en el emblema visual de la basílica y en un logro técnico sin precedentes. A pesar de no verla finalizada, Miguel Ángel dejó delineadas sus proporciones. La construcción se concluyó bajo la dirección de Giacomo della Porta.
La cúpula alcanza los 140 metros de altura y domina el skyline del Vaticano. Se apoya sobre un tambor elevado con dieciséis ventanas, que permiten una iluminación cenital en el altar mayor. Este diseño no solo refuerza el carácter sacro del espacio, sino que amplifica el dramatismo visual, particularmente durante las grandes ceremonias papales.

Una fachada monumental para un poder global
La intervención final corrió por cuenta de Carlo Maderno, quien fue designado por el papa Pablo V. Maderno extendió la nave principal, transformando la planta en una cruz latina, más adecuada para procesiones y actos multitudinarios. Esta modificación, sin embargo, ocultó parcialmente la cúpula al ingresar, un efecto criticado por algunos contemporáneos.
La fachada, finalizada por completo, se construyó con travertino y presenta cinco entradas. La central, conocida como la Loggia della Benedizione, es desde donde el papa saluda a la multitud en Navidad y Semana Santa, y se anuncia el “habemus Papam”. Ese balcón cobró un nuevo significado: fue el último escenario público del pontífice argentino, que lo utilizó para desear “buena Pascua” con un hilo de voz.

El barroco de Bernini: una plaza abierta al mundo
Gian Lorenzo Bernini diseñó la plaza de San Pedro, un espacio urbano concebido para encarnar la acogida de la Iglesia. Las 284 columnas dispuestas en forma de elipse generan un “abrazo” arquitectónico. En la cima se ubican 140 estatuas de santos, y en el centro se alza un obelisco egipcio trasladado a Roma por el emperador Calígula.
Bernini también esculpió el baldaquino de bronce sobre el altar mayor, una estructura de casi 29 metros de altura con columnas salomónicas que marca el lugar exacto de la tumba de san Pedro. Su ornamentación, en sintonía con el estilo barroco, enfatiza la teatralidad y la emoción, sin perder de vista el rigor simbólico de cada detalle.
El cuerpo de Francisco, expuesto ahora en el corazón de este edificio, devuelve a la Basílica de San Pedro a su función fundacional: ser el umbral entre lo terrenal y lo eterno. Allí, donde se celebraron coronaciones, cónclaves y funerales papales, se da hoy el último adiós a un pontífice que eligió la sobriedad como testamento litúrgico.
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