El dilema de Washington: ¿el juicio político voltea a Trump o es un bumerán contra los demócratas?

En Estados Unidos, muchos dudan de la eficacia del impeachment. Creen que se podría convertir en un problema contra la oposición y debilitar al país en la guerra comercial contra China.

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Trump con las tropas estadounidenses en la base de Bagram, Afganistán, durante la celebración del Thanksgiving.
REUTERS/Tom Brenner
Trump con las tropas estadounidenses en la base de Bagram, Afganistán, durante la celebración del Thanksgiving. REUTERS/Tom Brenner

Trump es un presidente accidental, pero su destitución no lo será. Sacarse de encima a un presidente estadounidense, por más malo que sea, no es algo que se pueda realizar sin consecuencias para el país y el mundo. Si bien hay pruebas contundentes para que Trump sea sometido al proceso de remoción o impeachment, muchos dudan de su eficacia y creen que se podría convertir en un bumerán que destruya a la oposición demócrata y lo entronice otros cuatro años en la Casa Blanca. Además, de debilitar al país como potencia.

Donald Trump presionó y chantajeó a su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski, para que investigue e involucre en actos de corrupción al hijo del ex vicepresidente Joe Biden, quien hasta ahora es su rival más fuerte para las elecciones presidenciales del próximo año. Hunter Biden, tuvo un contrato millonario con la empresa de gas ucraniana Burisma mientras su padre se encargaba de las relaciones con Kiev tras la invasión rusa de la península de Crimea. Fue exonerado por un tribunal ucraniano de cualquier maniobra delictiva, pero Trump no se conformó con ese fallo y hace cuatro meses presionó a Zelenski para reactivar el caso y que explotara antes del inicio de las elecciones primarias estadounidenses, que comienzan en febrero.

El Congreso había aprobado a mediados de año una importante ayuda militar para Ucrania con el objetivo de que funcionara como contrapeso a la ofensiva rusa en la región. Pero Trump postergó la entrega sin mayores explicaciones. Fue cuando llamó a Zelenski para pedirle que le proporcionara pruebas de una supuesta interferencia de hackers ucranianos en las elecciones estadounidenses, una noticia falsa que exoneraba a los rusos de haberlo hecho. Luego, en esa misma conversación del 25 de julio, le deslizó al presidente Zelenski que intentara rever el fallo sobre Biden. Lo hizo pasar como una medida contra la corrupción. Le sugirió que lo tratara directamente con el fiscal general de Estados Unidos. “Sería genial”, le dijo al ucraniano. Luego, involucró directamente a su abogado personal, el ex alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani. El textual de Trump fue: “haré que Giuliani te llame y que también el fiscal general te llame y llegaremos al fondo del asunto. Estoy seguro que lo resolverás”.

El mandatario ucraniano no se quedó atrás y se mostró complacido y dijo que iba a acceder a la demanda: “como ganamos la mayoría absoluta del Parlamento, el próximo fiscal general será cien por ciento mi candidato. Él o ella analizará la situación específica de la compañía que mencionaste en este tema”. Trump, entonces lanzó la frase que esperaba escuchar su par ucraniano: “Su economía va a ir mejor de lo que yo predije…Nos va a ir muy bien a todos”. Ahí es donde se produjo el “quid pro quo”, algo que se da o se recibe a cambio de otra cosa. Trump usó a un gobierno extranjero para afectar a un potencial competidor suyo por la presidencia a cambio de ayuda militar y económica. Eso es abuso de poder, que puede derivar en destitución.

Una bandera llamando a la reelección de Donald Trump flamea cerca de su residencia de Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida. REUTERS/Yuri Gripas
Una bandera llamando a la reelección de Donald Trump flamea cerca de su residencia de Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida. REUTERS/Yuri Gripas

Cuando se conoció la transcripción de la conversación, Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, accedió a realizar una serie de audiencias para determinar si hay elementos sólidos para iniciar el proceso de destitución. La líder demócrata se había negado a hacerlo hasta ese momento a pesar de las pruebas que tenían por ese y otros casos de abuso de poder del presidente por temor a que Trump utilizara el impeachment como un arma política muy poderosa y terminara fortalecido. Y las circunstancias le dan la razón a ese primer instinto. Tres horas después de anunciarse el inicio del proceso, Trump lanzó una extraordinaria campaña de propaganda contra los demócratas que ya tenía preparada desde hace meses. En menos de 24 horas recaudó más de cinco millones de dólares para su campaña de reelección. Una semana más tarde ya eran 17 millones. Y lo más interesante desde el punto de vista político es que había conseguido que 50.000 personas que nunca antes lo habían apoyado, ahora entregaran dinero. Una cifra nada despreciable si se tiene en cuenta que Trump ganó las elecciones de 2016 en tres estados clave por menos de 80.000 votos en cada uno. “Junto a Donald Trump, los demócratas son nuestros mejores recaudadores de fondos”, comentó irónico Richard Walters, el jefe de gabinete del Comité Nacional Republicano.

“Es un golpe de Estado”, escribió Trump en uno de sus clásicos tuits que envía de madrugada. Un argumento utilizado profusamente por muchos de los dirigentes de todo el mundo que intentan perpetuarse en el poder a toda costa. También dijo que todo era “Lawfare”, una guerra jurídica, que expresa el tradicional malestar de la derecha estadounidense con el establishment liberal de Washington. El argumento es que el presidente está siendo atacado por “los medios de comunicación de las noticias falsas” y la “caza de brujas de los demócratas”. El mensaje enviado por Trump a través de las redes sociales decía concretamente: “Nancy acaba de lanzar un impeachment. ¡CAZA DE BRUJAS! Te necesito en mi Equipo de Defensa del Impeachment. Doná AHORA”. Si se realizaba una microdonación de al menos 10 dólares, el contribuyente es anotado en la “lista de patriotas” que sería “enviada el presidente Trump”.

La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, habla con los reporteros sobre la primera audiencia pública de la pesquisa de juicio político contra el presidente Donald Trump, en el Capitolio, en Washington, el jueves 14 de noviembre de 2019. (AP Foto/J. Scott Applewhite)
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, habla con los reporteros sobre la primera audiencia pública de la pesquisa de juicio político contra el presidente Donald Trump, en el Capitolio, en Washington, el jueves 14 de noviembre de 2019. (AP Foto/J. Scott Applewhite)

Esa misma noche del anuncio de inicio del proceso de impeachment, Trump se presentó en un mitin partidario en Texas y volvió a hacer su acto de señalar a los reporteros y camarógrafos que cubrían el evento y culparlos de lo que estaba sucediendo. También aseguró que “Nancy Pelosi está más loca que una cabra loca”. Y hasta desafió a que lo juzgue directamente el Senado sabiendo que allí los republicanos tienen mayoría y lo exonerarán. Pero el entusiasmo le duró poco. Fue cuando apareció ante el comité de la cámara baja el embajador estadounidense en la Unión Europea, Gordon Sondland quien lanzó un torpedo que dejó escorado el barco trumpiano. Aseguró que, por orden de Trump, trabajó junto a Rudy Giuliani para conseguir que Ucrania entregue la información que requerían desde la Casa Blanca. Según Sondland, la visita oficial a Washington del presidente ucraniano Zelensky, estuvo condicionada a que abriera la investigación que pudiera ayudar al presidente políticamente. Y que la ayuda militar estaba siendo retenida por esa misma razón. “Todo el mundo en la Casa Blanca estaba al tanto de lo que sucedía. Lo sabían el jefe de gabinete, Mick Mulvaney, el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton”, dijo Sondland. “Hubo quid pro quo”, sentenció.

Los elementos están más que claros. Trump puede ser el tercer presidente en la historia del país en ser sometido a un proceso de destitución. Pero ¿eso lo sacará de la Casa Blanca o le dará más votos y otros cuatro años en el poder? Esa es la pregunta del millón hoy en Washington. Es la misma que se formularon los republicanos en 1998 y que los hizo echarse para atrás con el impeachment del entonces presidente Bill Clinton, a quien tenían contra las cuerdas por el caso Lewinsky (la becaria con la que había tenido sexo en la Oficina Oval). El día de la votación en el Senado, los republicanos le perdonaron la vida Se necesitaban los votos de 67 senadores para sacarlo de la presidencia, y sólo 45 apoyaron la destitución. Se conformaron con humillarlo con el vestido azul manchado de su semen. Tenían la experiencia de la renuncia de Richard Nixon, en agosto de 1974, que le costó a Estados Unidos un duro golpe dentro del contexto de la Guerra Fría, y el hecho de que la economía de Estados Unidos vivía con Clinton un ciclo de expansión sin precedentes. Los estadounidenses estaban dispuestos a seguir apoyando a Clinton a pesar de su poca inteligencia emocional.

Por su personalidad, es casi imposible que Trump renuncie como Nixon. Seguramente peleará hasta las últimas consecuencias como Clinton. La economía también ahora está viviendo un buen momento. Y el país se encuentra en una guerra sin cuartel con China por determinar quién controlará el comercio internacional y liderará la revolución científico-tecnológica de los próximos 50 años. Muchos en Washington, tanto demócratas como republicanos, creen que tienen más para perder que ganar con la salida prematura de Trump y que es mejor apostar todo a batirlo en las elecciones del próximo año.

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