Memorias increíbles del capitán colombiano que combatió en la Guerra de Corea, casi muere por una granada china y acaba de cumplir 101 años

Luis Guillermo Peláez Isaza fue parte del único batallón latinoamericano que participó de aquel conflicto armado, entre 1950 y 1953. Con una lucidez impecable recordó ante Infobae sus vivencias en el frente batalla

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Capitán Luis Guillermo Peláez Isasa (Centro), en noviembre pasado, junto a dos oficiales coreanos.
Capitán Luis Guillermo Peláez Isasa (Centro), en noviembre pasado, junto a dos oficiales coreanos.

Entre más sudor, menos sangre. Esas fueron las primeras palabras que vio el capitán Luis Guillermo Peláez Isaza al desembarcar en la península de Corea como miembro de la primera brigada Batallón Colombia.

En ese primer contingente viajaron 1.500 soldados que tras casi dos semanas de travesía llegaron a reforzar el Ejército de aliados de Estados Unidos y Corea del Sur en el conflicto bélico contra Corea del Norte y el bloque comunista de China y la Unión Soviética. Era 1951 y tenía entonces 32 años.

“Era una frase del general McArthur que estaba puesta allí en todos los idiomas”, dice a Infobae el capitán Peláez mientras se acomoda en su mecedora y fija los ojos hacia al frente como si pudiera ver al férreo militar estadounidense frente a él. El general Douglas McArthur, como bien recuerda el capitán, estaba a cargo de todas las operaciones bélicas en el sureste asiático, ya para ese entonces había sido declarado un héroe de guerra por su participación en las dos guerras mundiales. “Lo único que no podía hacer, era lanzar una bomba atómica, para eso necesitaba autorización del Presidente”, agrega.

Lejos del ruido de las metralletas y los morteros, el capitán Peláez vive una vejez tranquila en una casa antigua, muy grande y bonita, ubicada en el histórico barrio Prado de la ciudad de Barranquilla. Sentado en su mecedora, en un amplio y fresco patio, se dispone a recordar lo que fue la vida en el Ejército, acaba de cumplir 101 años el pasado 3 de mayo, en medio del confinamiento que por causa de la pandemia del Covid-19 se impuso en el país y en gran parte del mundo.

Doo sik Kim, embajador de Corea del Sur en Colombia, condecoró al capitán Luis Guillermo Peláez en Cartagena a bordo de una Fragata coreana el pasado 30 de noviembre, como homenaje a 30 veteranos de la guerra de Corea.
Doo sik Kim, embajador de Corea del Sur en Colombia, condecoró al capitán Luis Guillermo Peláez en Cartagena a bordo de una Fragata coreana el pasado 30 de noviembre, como homenaje a 30 veteranos de la guerra de Corea.

Oriundo de San Roque, Antioquia, llegó muy joven a Medellín para empezar sus estudios. Allí curso la primera parte del Bachillerato, en la Universidad Pontificia Bolivariana, en donde empezaron sus coqueteos con la vida miliar. Fue un profesor de educación física, que era miembro de la Quinta Brigada del Ejército en Medellín quien lo convenció para trasladarse a Bogotá, allá podría terminar su bachillero e iniciar una carrera civil o prestar el servicio militar y obtener una libreta militar de primera, un documento entonces obligatorio en Colombia para ingresar a la universidad, conseguir trabajo o viajar al exterior.

Así llegó a Bogotá, era la década del 40, un tiempo enmarcado en la Segunda Guerra Mundial y las noticias del poderío creciente de Adolf Hitler. En Colombia, el presidente liberal Alfonso López Pumarejo implementaba su plan “La Revolución en Marcha” en un intento de hacer una reforma agraria, modernizar el campo y la seguridad social e industrializar al país, lo que le valió un intento de golpe de Estado por el ala más conservadora de las Fuerzas Militares conocido como “El Golpe de Pasto”.

En medio de ese tumultuoso contexto un joven Luis Guillermo Peláez empezaría a formarse como militar en la escuela San Diego en Bogotá, ubicada donde hoy queda el Hotel Tequendama, una de las insignias de la capital colombiana. Allí comenzó a destacarse, ascender y logró graduarse de subteniente. En el año de 1945 tuvo la oportunidad de ir a Panamá, a entrenar con el Ejército de los Estados Unidos que entonces controlaba el Canal de Panamá.

Año y medio estuvo en Panamá y de ese tiempo recuerda la disciplina, el respeto y el fuerte entrenamiento de los militares estadounidenses. También que estuvo a punto de integrar un contingente colombiano de soldados que enviarían a la Segunda Guerra Mundial, pero días antes de embarcase en un avión a Estados Unidos y de ahí a Italia, llegó la noticia del suicidio de Hitler y su esposa Eva Braum.

“Eso apaciguó la cosa en Panamá, allá en las casas que tenía el Ejército de Estados Unidos pusieron unas mesas con mucha comida y whisky, celebraron por tres días que no tendrían que ir a la guerra”, recuerda.

Recibiendo medalla bicentenario en la quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta de parte del Mayor General Bonilla actual Jefe Estado Mayor de Operaciones del Comando General de las Fuerzas Militares
Recibiendo medalla bicentenario en la quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta de parte del Mayor General Bonilla actual Jefe Estado Mayor de Operaciones del Comando General de las Fuerzas Militares

Con la muerte de Hitler y la victoria de los aliados, Estados Unidos y la Unión Soviética decidieron dividir la península de Corea, la cual había hecho parte del botín de guerra tras vencer a las fuerzas del Imperio Japonés, a la que hasta entonces pertenecía. Estados Unidos, tras lanzar las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, tomó control de la parte sur de la península, la Unión Soviética, por su parte, ya había hecho lo propio con la parte norte, lanzando la Operación Tormenta de Agosto con la que terminaron de derrotar a lo que quedaba del Ejército Imperial Japonés.

Ambas potencias trazaron en el paralelo 38 la división de la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) bajo el mando Soviético y la República de Corea (Corea del Sur) bajo el control norteamericano. Esta división fue el germen del conflicto que estallaría cinco años después, ya que terminada la ocupación en 1948, Corea del Norte quedaría en poder de Kim Il-Sung y Corea del Sur de Syngman Rhee, ambos dictadores buscarían unificar nuevamente la península bajo su mandato lo que eventualmente desató la guerra.

Tropas de tierra del regimiento de infantería 31 en Inchon Harbor, Corea, el 18 de septiembre de 1950 (US Army)
Tropas de tierra del regimiento de infantería 31 en Inchon Harbor, Corea, el 18 de septiembre de 1950 (US Army)

Mientras este conflicto se gestaba, el capitán Peláez estaba combatiendo guerrillas en los Llanos colombianos. “La muerte de Jorge Eliécer Gaitán cambió totalmente todo el país”, dice, recordando aquel 9 de abril de 1948 cuando el caudillo liberal fue asesinado en la plaza de Bogotá, hecho que inauguró un periodo de la historia colombiana tan sanguinario que se le conoce como “La Violencia”.

Uno de los más temibles jefes de esas primeras guerrillas liberales era José Bautista Salcedo, a quien el capitán Peláez tuvo que enfrentar varias veces en férreos combates. “Estando de comandante en el Secreto, un puesto militar del Llano, éramos permanentemente atacados”, dice.

El Bogotazo, 9 de abril de 1945, día en que murió Jorge Eliécer Gaitán.
El Bogotazo, 9 de abril de 1945, día en que murió Jorge Eliécer Gaitán.

Durante ese tiempo también se destacó, llegando incluso a ser nombrado alcalde de El Secreto durante un breve período de tiempo. “Un día llegó a mi nombre dos sueldos del Estado, uno que me correspondía por ser capitán del Ejército y el otro por el nombramiento como alcalde, ese lo rechacé, me pareció erróneo recibir dos sueldos del Gobierno”.

Otro episodio de su paso por los llanos lo cuenta con mucho más dolor y no es para menos, ya que habiendo salido unos días de descanso a Medellín, su batallón recibió un cruel ataque que dejó al capitán que lo reemplazó muerto, así como varios de sus tenientes , quienes le habían pedido días antes que no se fuera, que no los dejara. Tristemente, escuchar a los hombres bajo su mando habría podido significar la muerte para el capitán Peláez.

En 1951 era presidente de Colombia el conservador Laureano Gómez y ya la guerra de Corea había iniciado a mediados del año anterior. Los Estados Unidos apoyaban las fuerzas de Corea del Sur y junto con la ONU pidieron respaldo a las fuerzas aliadas. Dieciocho naciones aceptaron el llamado y enviaron contingentes militares, pero en Latinoamérica solo Colombia asumió el compromiso de enviar hombres, de acuerdo con algunos historiadores por el deseo del presidente de sacudirse la fama de “nazi” que había cultivado por sus férreas posturas conservadoras.

Así el presidente Gómez envió a la fragata Almirante Padilla -uno de los más importantes barcos de guerra colombianos de la época- y decretó la conformación de un cuerpo de infantería que pasó a ser conocido como el Batallón Colombia.

Cuando lo llamaron par integrar el Batallón Colombia el capitán Peláez estaba en el Putumayo haciendo un curso de selva en el trapecio del Amazonas que colinda con Manaos en Brasil y el Río Cotué en Perú. De ahí se lo llevaron en un hidroavión a Bogotá, lo vacunaron contra la malaria y siguió en tren al puerto de Buenaventura, cerca a Cali, para abordar un barco que lo llevaría primero a Hawái y luego a la península de Corea, toda una travesía que tomaría más de 15 días.

En total el país envió 5.100 hombres hasta que acabó la guerra en 1953, 111 oficiales y 590 suboficiales tomaron parte en las operaciones de guerra, el resto en la vigilancia del armisticio. Hubo 639 bajas en combate, de las cuales 163 fueron muertos, 448 fueron heridos, 30 tomados como prisioneros de guerra y 60 desaparecidos.

Imágenes del Batallón Colombia en la Guerra de Corea
Imágenes del Batallón Colombia en la Guerra de Corea

Una de esas vidas perdidas pudo haber sido la del capitán Peláez, pero una vez más le sacó el cuerpo a la muerte, la cual sintió metérsele en la piel cuando una granada lazada por tropas chinas que peleaban para Corea del Norte impactó en su espalda, haciéndolo perder grandes cantidades de sangre.

Y es que el capitán Peláez era parte de la primera línea que peleaba en el perímetro de Pusán uno de los lugares de mayor número de combates durante la guerra. Al narrar el episodio crispa su cuerpo y se acerca al borde del mecedor, sus palabras las acompaña con gestos marcados con las manos, con la mirada fija al frente, como imaginando la escena y recreándola con impresionante lucidez para su avanzada edad.

“Me toco la primera línea y de ahí para adelante era tierra de nadie. Uno veía las posiciones de los chinos a lo lejos, ellos tenían artillería de largo alcance y esperaban rompernos la línea para invadir con 140 mil soldados que tenían de su lado.

Un día nos mandaron a tomarnos una posición, yo iba con mi tropa, adelante en un cerrito (montaña pequeña) estaban los chinos, ahí tenían la zanja y estaban esperando. Para mí era más peligroso retirarme que tomar la posición, pero tenía que esperar el avión táctico que iba sobre nosotros para brindarnos apoyo aéreo. Yo ya iba metido con la gente cuando lanzaron la granada, los chinos no tiene esa granada como una piña que tienen los Estados Unidos, ellos tenían unos bastones de una pulgada de diámetro -usa su mano para mostrar el largo y demuestra cómo era el lanzamiento- voleaban eso, lo tiraban y donde caía, estallaba.

Eso me estalló en la espalda, me hirió y boté mucha sangre, se me hundieron las esquirlas. Ahí ya estaba el avión arriba dándoles plomo para tomarnos la posición, pero a mí me tuvieron que sacar, me llevaron en helicóptero. Duré 32 días en Japón recuperándome, cuando estuve bien me devolvieron al mismo puesto en la línea, nojoda- se ríe- ahí me pusieron, ahí me tocó”.

Imágenes del Batallón Colombia en la Guerra de Corea
Imágenes del Batallón Colombia en la Guerra de Corea

Entre las naciones que enviaron tropas a pelear del bando estadounidense que apoyaba a Corea del Sur, de los que más se acuerda es de los turcos, a quienes describe como “coroneles bien fornidos, de bigotes grandes y muy peludos. Ellos cargaban con un machete que le decían cimitarra y a todo el que capturaban le cortaban la cabeza”.

También de los negros estadounidenses que en muchos casos llevaban obligados a prestar el servicio militar en la guerra, “eran los primeros en desertar, por eso los rusos y chinos trataban de atacar donde estaban ellos”.

Pero no eran los únicos, pues había muchos soldados que atemorizados por los horrores de la guerra se herían para que los retiraran de los combates, “se disparaban en el pie o en la pierna, para que los sacaran, nadie decía nada para no desmoralizar la tropa”.

Los colombianos tampoco eran la excepción, como recuerda el capitán Peláez, que en varias ocasiones tuvo que escuchar de sus soldados manifestaciones de miedo y angustia. “Yo les decía que aunque fuera capitán si querían hablar conmigo en privado lo hacían con Guillermo Peláez. Muchos me decían que les daba mucho miedo y una soltura que los hacía ensuciarse en los pantalones, yo trataba de tranquilizarlos y los enviaba con un sacerdote que teníamos allá, un español de apellido Suso, él sabía como ayudarles. Un soldado se puede morir de susto allá”.

En su caso, dice que lo que más le asustaba eran patrullar de noche, porque era casi imposible ver, encender cualquier luz era arriesgarse a ser descubierto por la tropa enemiga y terminar siendo víctima de un disparo de mortero.

Los chinos eran especialmente peligrosos, dice el capitán, porque estaban acostumbrados al clima tan frío que en noviembre hacía en Corea, cuando empiezan las nevadas que alcanzan temperaturas bajo 0. Los describe con atuendos de civil, con tenis y pantalón común y corrientes, guantes y una cosa así (hace ademán de ponerse un gorro), eran muy difíciles de detectar, ni siquiera tosían ante el frío.

Además, solían dejar minas debajo de los muertos que explotaban cuando los movían, por lo que salir a recoger los cadáveres de los abatidos era muy peligroso. Para hacerlo el capitán empezó a llevar por precaución una cuerda larga que un soldado amarraba al cuerpo para jalarlo y cerciorarse que no hubiera nada abajo o para que estallara si lo había.

Algunas noches en la línea eran de especial zozobra, sobre todo cuando soldados mongoles del otro bando esperaban que oscureciera para encender luces y hacer bulla estruendosa, con gritos y sonidos intimidantes. A esa hora los aviones no podían volar así que la única cosa para hacer desde la línea era prepararse para ser atacado, cargando los camiones de la ametralladora y los cañones.

“Yo decía, cuál será el tiro que me toca a mí, me lo preguntaba antes y después de cada combate”.

El capitán Peláez participando del desfile militar en honor al cumpleaños de Barranquilla
El capitán Peláez participando del desfile militar en honor al cumpleaños de Barranquilla

Pero por más miedo que pudo llegar a sentir en alguna noche o en algún combate, por la mente del capitán Peláez desertar nunca fue una opción pues recordaba las últimas palabras que le dijo su madre antes de embarcarse rumbo a Corea: “Guillermo, no vamos a llorar, vamos a rezar, usted se preparó y a usted lo prepararon para eso, cumpla con su deber”.

De esa experiencia, además de sus historias, le quedó un convencimiento de que “los únicos que hablan de guerra son los políticos, pero los militares no porque la conocieron y vivieron”.

Dice que “la guerra es algo muy estúpido, es costosa para el país que la gana y devastadora para el que la pierde, al final pierden los dos”.

Una de las razones por las que piensa que a las guerrillas en Colombia no hay que darles tanta importancia y que en vez de estar enfrentándose con el Estado deberían contribuir a hacer un mejor país. “No van a tomarse el Estado y el Estado tampoco va a ganarles”, sentencia.

Por eso, cuando regresó a Colombia buscó su retiro del Ejército y rechazó los ascensos que le ofrecieron por sus años de servicio y la experiencia adquirida en Corea.

Eso sí, antes de colgar el uniforme se casó y se aseguró que su esposa y sus futuros hijos fueran cobijados por los beneficios que el Ejército da a sus miembros.

Con el dinero que ganó en Corea – a los soldados colombianos les pagaban en dólares- compró unas tierras en el Cesar y se dedicó al campo, una vida tranquila que añoraba vivir lejos del ruido de las ametralladoras. En esa finca, años más tarde, encontraron carbón y pudo venderla a un muy buen precio, asegurándose el bienestar de su familia.

El capitán Peláez cuenta de su paso por la guerra, tanto en Colombia como en Corea, y no es precisamente un extraño a la muerte, la cual lleva 100 años esquivando. Pero cuando habla de su esposa, Lucila Dangond Lacouture, es el único momento en que se le quiebra la voz.

Capitán Guillermo Peláez y su esposa Lucila Dangond Lacouture
Capitán Guillermo Peláez y su esposa Lucila Dangond Lacouture

Ella murió hace unos cuatro años, a la edad de 84, después de 62 años de feliz matrimonio con el capitán. “Todavía la lloro en las mañanas, la extraño mucho”, me dice notablemente conmovido.

Ella es la razón por la que no hay fotos de su paso por la guerra, pues no quiso llevarse el álbum que trajo de Corea, esos recuerdos violentos no los quería en su casa del Prado en Barranquilla, la cual era de su padre y este dispuso para que el matrimonio de Lucila y el capitán Peláez floreciera allí.

De esa unión salieron cuatro hijos, Luis Guillermo, Susana Victoria, Carlos Mario y Eduardo, los cuales tuvieron la oportunidad de estudiar en los Estados Unidos, como resalta con orgullo el capitán Peláez.

Los días de este centenario veterano de guerra transcurren hoy en completa paz, acompañado por su hijo Carlos Mario que lo visita con regularidad. Goza de buena salud y pocos achaques, con la mente lúcida y la memoria intacta, esa que usa para contar sus historias con la misma pausa con la que diariamente termina sus días saboreando tres vasitos de aguardiente antes de irse a dormir.

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