
Poco le importaba lo que estuviese mal visto para las mujeres de la época. Laura Ana Merello, conocida por todos como Tita, había nacido en Buenos Aires el 11 de octubre de 1904, tiempos en los que la mayoría de las mujeres pensaban más en casarse y tener hijos que en forjar una carrera profesional. Pero, desde su más tierna infancia, había tenido que aprender a pelearle a la vida sola. Su padre, chofer de oficio, había muerto de tuberculosis cuando ella era apenas una beba. Y su madre, una planchadora que vivía en un conventillo de San Telmo, la había tenido que dejar en un orfanato cuando tenía apenas 5 años porque no podía cuidarla. Allí empezó su derrotero, que incluyó abandono emocional, carencias materiales y mucho sacrificio.
Por eso, cuando con 12 años volvió a vivir con su madre en una casa precaria ubicada en la calle Corrientes, Tita ya era una mujer con un carácter muy bien forjado. Y difícil. Había trabajado como mucama sin paga en Uruguay siendo apenas una niña, había sido diagnosticada erróneamente con tuberculosis por lo que creía que iba a morirse y había sido llevada por un tío a un campo cercano a Madariaga para hacer tareas de granja por entonces reservadas, exclusivamente, para el género masculino. De manera que para 1917, cuando comenzó a trabajar como corista para matar el hambre, se había vuelto ingobernable. Sobre todo, para los hombres. O, por lo menos, en apariencia.
“Yo me revestí. Me hice un vestido para pelearla a la vida de prepotente. Pero te darás cuenta de que soy un perrito. Yo debo haber sido en otra generación un perro porque me dan ternura y muevo la cola. He vivido toda la vida añorando ternura, que es el mejor de los sentimientos porque comprende amor y pasión. A mí me tratan bien y consiguen de mí cualquier cosa. La vanidad, la estupidez, la prepotencia, no sirven para nada”, había dicho en algún momento.

Nunca se casó ni tuvo hijos. Solía decir que solo la iban a ver vestida de blanco cuando le pusieran una mortaja después de su muerte. Y vivía libremente su sexualidad. Pero se enamoró, como nunca se hubiera imaginado, ni más ni menos que de Luis Sandrini. Y sufrió hasta el final de sus días por ese romance que no tuvo final feliz y que ella plasmó en el tango Llamarada Pasional, al que Héctor Stamponi le puso música y que entre sus líneas decía: “Estoy pagada con castigo al recordarte, mi sangre grita que me quieras otra vez. Temor de vida que se escapa con el tiempo y no tenerte de nuevo como ayer. Es llamarada recordarte con la sangre, saber que nunca, nunca más, ya te veré. Mirar mis sienes que blanquean y detienen con mil recuerdos esta angustia de querer”.
Tita y Sandrini se habían conocido en el rodaje de la película Tango, que se estrenó el 27 de abril de 1933. Pero, por entonces, él estaba casado con la actriz Chela Cordero y, según dicen, aunque Cupido fue certero con su flechazo, en aquel momento no pasó nada entre ellos. O sí, pero no se supo hasta muchos años más tarde, cuando la Merello lo presionó para que se fueran a vivir juntos. Así las cosas, en 1942 la protagonista de Mercado de Abasto y el actor se mostraron en público por primera vez como pareja. Y aunque el concubinato no estaba admitido por la sociedad de entonces, todos aseguraban que estaban hecho el uno para el otro. Salvo por un detalle: Luis no podía evitar ser infiel.
Las constantes aventuras del protagonista de Peluquería de señoras con cuanta mujer se le cruzara en el camino llegaban siempre a los oídos de Tita, que a pesar de su angustia no podía separarse de él. De hecho, hacia 1946, estuvo dispuesta a interrumpir su ascendente carrera como actriz y cantante para acompañarlo a él a México a rodar varias películas. Pero, a su regreso a la Argentina y tras más de diez años de relación, algo cambió. Y la Merello sintió que era momento de volver a priorizarse.

Corría el año 1948. A Sandrini le habían ofrecido rodar la película Olé, torero, de Benito Perojo, junto a Paquita Rico en España. “Nos vamos”, le dijo entonces a Tita, seguro de que no dudaría en hacer sus valijas para cruzar el Océano Atlántico a su lado. Pero ella le dijo que no. Acababa de recibir una propuesta de Eduardo de Filippo para protagonizar la obra Filomena Marturano en el Politeama, en plena Calle Corrientes y no iba a rechazarla. “Si no venís conmigo, lo nuestro se termina”, le advirtió él. Y así, sin más, el romance más comentado de la farándula de la época llegó a su fin.
Hay quienes dicen que se arrepintió toda la vida de haber priorizado su carrera por el que, creían, había sido el hombre de su vida. Otros, sin embargo, cuentan que gracias a esa obra que se convirtió en un verdadero suceso y luego llegó al cine, conoció a un joven Alberto de Mendoza con el que se deslumbró y que la hizo olvidar a aquel que tantas lágrimas la había hecho derramar. Pero que, ese supuesto romance nunca confirmado, con el tiempo se convirtió en una nueva espina en el corazón de la Merello, ya que la diferencia de edad no les habría permitido consolidar la relación.
Sandrini, por su parte, cuando volvió al país cumplió a rajatabla su promesa de no contactar a Tita. En 1949, en tanto, conoció a Malvina Pastorino, una actriz que por entonces se dedicaba a hacer reemplazos, mientras actuaban en Cuando los duendes cazan perdices en el Teatro Smart. Y aunque la primera impresión entre ambos no habría sido la mejor, una gira por Montevideo bastó para encender la llama entre ellos, que el 20 de mayo de 1952 se casaron vía Uruguay y tuvieron dos hijas: Sandra y Malvina. La Merello, en tanto, siempre conservó en su casa la silla que le pertenecía a Luis y en la que nunca más nadie se pudo sentar.

Otro de los amores de Tita habría sido Daniel Tinayre. Las revistas del corazón habían hecho referencia a este supuesto romance del que pocos daban crédito, hasta que la propia Merello se lo confirmó a Mirtha Legrand. “Se enamoró de mí pero se casó con vos”, le dijo telefónicamente en 1997, cuando ella estaba conduciendo su programa en vivo y llamó de improviso. Quería dejarle en claro que su historia con el director francés había terminado cuando él conoció a Chiquita, en 1945, durante el rodaje de Cinco Besos. Pero las cuentas no quedaron claras, ya que entonces ella estaba con Sandrini y recién filmó bajo la dirección del esposo de la diva en 1952, cuando éste la convocó para protagonizar la película Deshonra.
La chica “triste, pobre y fea”, como ella se definía, era dueña de una sensualidad irresistible. “Descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo. Soy insolente de nacimiento y temperamento. Y con capacidad para sostener una insolencia…”, reconoció Tita, que en una oportunidad hasta había llegado a ser multada por mostrar las piernas. Entre otros, se le han endilgado amoríos con Arturo García Buhr, Oscar Valicelli, Juan Carlos Thorry y Tito Alonso. Y, en menor medida, la prensa la relacionó con Adolfo García Grau, Santiago Arrieta, Luis Arata, Jorge Salcedo, Héctor Calcaño, Alfredo Alcón, Jorge Morales y Alejandro Rey. Pero a ella no le preocupaban las habladurías...
Murió sola, el 24 de diciembre de 2002, luego de haber pasado sus últimos años en la Fundación Favaloro. Pero, para entonces, la mujer que hoy estaría cumpliendo 120 años le había tomado el gustito a la soledad y llevaba mucho tiempo recluida. “Hice de mí lo que quería y tengo el orgullo de haber sacado, de entre las mujeres, una mujer íntegra. Yo le di la cara a la vida y me la dejó marcada”, había reconocido Tita.
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