El difícil momento político en que Alberto Fernández se sumó al equipo de Raúl Alfonsín

En febrero de 1985 el Presidente nombró a Juan Vital Sourrouille como ministro de Economía. En el equipo del nuevo funcionario, un joven abogado de bigotes y peinado a la gomina asumió como subdirector de Asuntos Jurídicos de Economía

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Alberto Fernández y Raúl Alfonsín. El presidente electo asumió como subdirector de Asuntos Jurídicos de Economía del gobierno del líder radical

Raúl Alfonsín llevaba 14 meses y 9 días en el gobierno. El intento de formar un club de deudores latinoamericanos para negociar la deuda externa acrecentada por la dictadura con el republicano Ronald Reagan y los centros financieros internacionales se esfumaba.

El ministro de Economía de aquellos primeros febriles tiempos era Bernardo “el Ruso” Grinspun, hombre de absoluta confianza del Presidente. Pero junto con los problemas de deuda y con las arcas del Banco Central vacías, había más problemas: el déficit fiscal era inmenso, la inversión caía y la inflación se hacía imparable.

El valor del peso argentino era erosionado a diario por la inflación. En diciembre de 1984, el aumento de precios fue del 21% según informaba el INDEC en el caluroso enero de 1985. Para los supersticiosos, la inflación anual de aquel 1984 puede resultar inolvidable: 666%, el número del diablo y de una de las bestias de la Apocalipsis.

El martes 19 de febrero de 1985, Alfonsín llamó a Grinspun a la Quinta de Olivos. Fue su último día en el Palacio de Hacienda. Lo reemplazó Juan Vital Sourrouille, hasta entonces al frente de la Secretaría de Planificación, un área creada por Alfonsín en un país donde se podía prever poco y planificar menos.

Juan Vital Sourrielle Bernardo Grinspun y Raúl Alfonsín

Uno de los que aconsejó a Alfonsín sobre la necesidad de poner a Sourrouille al frente de ese ministerio fue el economista Aldo Ferrer. El relevo se hizo de inmediato y en el equipo del nuevo ministro asomaba Roberto Lavagna como secretario de Industria. Pese al gesto serio y las entradas pronunciadas, Lavagna tenía jóvenes 43 años.

En un área sensible pero de mucho menos peso y casi sin exposición pública, un joven abogado, de bigotes y peinado a la gomina asumía por esos días como subdirector de Asuntos Jurídicos de Economía. Alberto Fernández, el 2 de abril, a tres años del inicio del conflicto de Malvinas, cumplía 26 años y esa área –una suerte de Secretaría Legal y Técnica- dependía de Jorge Gándara, funcionario de la segunda línea del ministro. Las resoluciones, los dictámenes así como los juicios, debían pasar inexorablemente por esa oficina.

Arquero y profesor de Derecho Penal

Ese 1985, Argentinos Juniors, del cual Fernández era y es hincha, ponía en juego al pibe talentoso Fernando Redondo. Era un heredero de “los cebollitas”, pero ya Diego Maradona se había despedido del club de la Paternal.

Fernández fue arquero en el equipo de la Facultad de Derecho de la UBA y atajaba algún que otro penal. La especialidad suya fue precisamente Derecho Penal. Tuvo la fortuna de que Esteban “el Bebe” Righi, un día lo llamara para sumarlo a su cátedra. “El Bebe” no solo había sido el joven ministro del Interior de Héctor Cámpora en 1973 sino que, tras su retorno del exilio mexicano, volvió a la UBA y era un académico respetado tanto por sus conocimientos como por su prodigioso humor.

Hincha de Argentinos Juniors

Si vale el juego de palabras, Fernández estaba vinculado a Humor, el quincenario de la editorial La Hurraca dirigido por Andrés Cascioli. Era la sensación de los últimos años de la dictadura y de los primeros de la democracia. La redacción de Salta 285, en el porteño barrio de Monserrat, recibía las visitas de artistas de la talla de Víctor Heredia y León Gieco así como también de jóvenes inquietos. Tal fue el caso de Alberto Fernández. Allí trabó amistad con Mona Moncalvillo, reconocida por las vibrantes entrevistas que hacía para la revista y quien, siendo peronista, tenía un lugar destacado en la programación de ATC durante el gobierno radical. Otro de los periodistas por entonces en Humor era Enrique Vázquez, quien quería iniciar una querella al director de Ámbito Financiero, Julio Ramos, por Calumnias e Injurias. Fernández se ofreció para ser su abogado. Dicho sea de paso, Fernández ganó el juicio.

Bienvenido a la Argentina

Tanto en el Mariano Moreno, donde cursó el secundario, como en la UBA, Fernández tuvo militancia estudiantil ligada al peronismo. En la facultad trabó amistad con Jorge Argüello y Eduardo Valdés, unos muchachos peronistas un par de años mayores que él.

Sin embargo, la figura de Alfonsín para esa generación de peronistas que no tenían ningún punto en común con los Herminio Iglesias y los Ítalo Luder excedía los límites partidarios. Un hito en esa dirección fue el “Nunca Más” que culminó con el juicio a las juntas militares llevado a cabo en ese 1985. Con un dato adicional, el tribunal lo presidía León Carlos Arslanián, un jurista sólido de vínculos con el peronismo. No había primavera alfonsinista pero eran tiempos donde la política tenía el desafío de poner en valor la Constitución, las leyes y un sentido republicano de la Justicia.

Alberto Fernández con Jorge Arguello, Víctor Pandolfi -líder de barrio de Villa Lugano y concejal-, Antonio Cafiero, y Eduardo Valdés

Otra cosa era la marcha de la economía. La llegada de Sourrouille era bien vista por los llamados “capitanes de la industria”; es decir, los empresarios de más peso y más lobby. Eso no alcanzaba para que los motores arrancaran. En los primeros meses, la inflación seguía mellando el poder de compra y el refugio para los ahorristas eran el dólar o la timba financiera.

Si había una escuela para foguearse en la política real esa era el Ministerio de Economía.

Cuando se cumplían tres años de la derrota de Malvinas, el 14 de junio de 1985, Sourrouille lanzó el Plan Austral. El club de deudores latinoamericanos se había deshilachado. En cambio, los acreedores de la Argentina se amalgamaron y tuvieron al Citigroup como delegado de los reclamos de las deudas que, dicho sea de paso, habían sido contraídas en plena dictadura. Si el Citi necesitaba un respaldo, ahí estaba el Fondo Monetario Internacional. Y si el FMI necesitaba un reaseguro, ahí estaba la Reserva Federal de Estados Unidos que siguió atenta el viraje de la Argentina, al punto tal que su titular, Paul Volcker, vino personalmente a conocer este curioso territorio del sur latinoamericano a pescar truchas y a ver si el país se alineaba con los intereses del norte. El gobierno de Alfonsín pasaba del intento de negociar la “odiosa deuda” a buscar un refugio bajo el paraguas del poder financiero internacional.

Las alternativas que barajaba Alfonsín, ante ese escenario, no eran muchas. En vez de un plan ortodoxo de ajuste como quería el FMI, se lanzó el Austral. La idea era evitar un ajuste fiscal violento y ceder ante las privatizaciones. Un aspecto distintivo del Austral fue que los billetes emitidos por la Casa de Moneda le quitaban tres ceros al peso argentino. Es decir un billete de mil pesos equivalía a un austral. Para contener los precios, Sourrouille congeló las tarifas, lanzó un plan de control de precios con topes para los productos básicos de la canasta familiar, que muchos comerciantes desconocían olímpicamente. Impuso retenciones a las exportaciones.

También buscaron los mecanismos para contener los aumentos de salarios, pero eso reavivaba los enfrentamientos con la CGT, furiosa por el fracasado intento de modificar la ley de asociaciones profesionales. El intento se llamó “ley Mucci” -por el nombre del entonces ministro de Trabajo (Antonio Mucci)- que no pasó en el Senado por un par de votos. Para los radicales era un intento de democratizar la vida sindical. Para la CGT se trataba de restarle poder de negociación a los trabajadores.

Una dura escuela para recordar

Los primeros tiempos, al reducirse drásticamente la inflación, sin embargo, el bolsillo no sufría tanto como era con la híper. El plan también previó una expansión monetaria; con australes en la calle, esperaban prender la mecha de la producción y el consumo.

El Austral se fue enfriando y en agosto de 1988, Sourrouille puso en marcha el Plan Primavera. Pero agosto era invierno y la primavera no llegó. El gobierno de Alfonsín sufría presiones de todos lados y en las elecciones de 1989, triunfaba Carlos Menem con la promesa de la revolución productiva y el salariazo, música para los oídos de una sociedad que quería creer que con la democracia se come, se cura y se educa.

Alberto Fernández estuvo hasta el final del gobierno de Alfonsín en Economía. Tras Sourrouille, con el país en franca crisis, Alfonsín puso en esa cartera al histórico Juan Carlos Pugliese por unos meses y, a último momento, poco antes de entregar el mando a Menem en julio de 1989, fue el turno del joven Jesús Rodríguez

Alberto Fernández estuvo hasta el final del gobierno de Alfonsín en Economía. Tras Sourrouille, con el país en franca crisis, Alfonsín puso en esa cartera al histórico Juan Carlos Pugliese por unos meses y, a último momento, poco antes de entregar el mando a Menem en julio de 1989, fue el turno del joven Jesús Rodríguez.

El Ministerio de Economía por dentro es como la sala de máquinas de una fábrica, como la fosa de un taller mecánico. Se ven muchas cosas, se aprende a encontrar senderos donde parece vedada una salida y también se desarrolla un síndrome de sobreadaptación que algunos llaman realismo y otros resignación.

Fernández, en paralelo a sus clases de Derecho Penal y a su trabajo en Economía, se sumó a la “Cafieradora”, ese espacio del peronismo liderado por un Antonio Cafiero que no dudó en sumarse al Balcón de la Casa Rosada cuando se produjo el alzamiento carapintada de Semana Santa de 1987 porque lo que estaba en riesgo era la vida constitucional y no tal o cual partido.

Poco después fueron las elecciones bonaerenses y Cafiero, junto a Luis Macaya, se hicieron cargo del principal distrito federal del país. Ahí estaban Felipe Solá y Ginés González García, entre otros ministros de Cafiero.

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