
Tal como lo dispone la Constitución Nacional en su artículo 67, los legisladores nacionales (diputados y senadores), al incorporarse al Congreso de la Nación después de haber sido votados por el pueblo, juran desempeñar lealmente el cargo para el que fueron elegidos, y actuar conforme lo prescribe la Ley Fundamental. Sin embargo, no está previsto en ella por qué o por quién deben jurar actuar de ese modo.
Al respecto, según el reglamento de la Cámara de Diputados, sus miembros, al incorporarse y a la hora de jurar desempeñar fielmente su cargo y cumplir con los postulados de la Constitución Nacional, tienen cuatro posibilidades: jurar hacerlo por Dios, por la Patria y por los Santos Evangelios; por Dios y por la Patria; por Dios únicamente; o jurar sin hacer mención alguna por quién. En el caso del reglamento del Senado, sólo están previstas, de las cuatro antes señaladas, las tres primeras.
Ello no obstante, en los últimos años se ha convertido en costumbre que los legisladores electos, al prestar juramento después de haber elegido la fórmula según sus creencias (y que lee el presidente del Cuerpo preguntándole a cada uno si, conforme la elección prevista, jura desempeñar fielmente el cargo y cumplir con la Constitución), agreguen destinatarios de ese juramento, haciendo que el acto de incorporación se convierta en un show circense y provocador que le resta seriedad a la representación para cuyo ejercicio el pueblo los ha elegido, y que además genera reacciones agresivas y desafortunadas de los demás.
Tal como ha ocurrido en la sesión de juramento del pasado 3 de diciembre, en la que se produjo el acto de incorporación de los ciento veintisiete diputados nacionales elegidos en las elecciones del pasado 26 de octubre, el espectáculo brindado por muchos de los legisladores electos (así como también por tantos otros de los que aún deben cumplir dos años más de mandato), ha demostrado que gran parte de los integrantes de esta indispensable y necesaria institución legislativa no están a la altura de las circunstancias, y que además no sólo no tienen la preparación para ejercer la representación popular delegada mediante el sufragio, sino que tampoco parecen ser conscientes de la importancia que tiene ocupar una banca legislativa.
El Congreso de la Nación, con el transcurso de los años, ha ido deteriorando su calidad institucional como consecuencia del estándar de calidad de muchos de quienes, sucesivamente, en el tiempo, han ido siendo elegidos para ejercer la actividad legislativa; pero el pueblo que elige no puede eludir la responsabilidad que le cabe en este creciente proceso de deterioro institucional.
En efecto, tal como lo sostuvo acertadamente Juan Bautista Alberdi, la calidad de los gobernantes está directamente relacionada con la calidad de los gobernados. En concordancia con ese postulado, algunos años más tarde el político francés Andre Malraux, divulgaba la hipótesis en virtud de la cual, en democracia, los pueblos tienen los gobiernos que se le parecen. Y cuando en el año 2007 la Corte Suprema de Justicia de la Nación se pronunció en el caso “Bussi”, sostuvo que la idoneidad no es un requisito dispuesto para ocupar un cargo público, pero que si lo fuera, ella no debe ser evaluada por la Justicia Electoral, sino por el pueblo a la hora de votar.
Indudablemente el pueblo argentino, en general, no tiene la cultura cívica necesaria, ni las convicciones republicanas suficientes, como para elegir representantes probos; y ello ha sido la causa del progresivo deterioro en la imagen y calidad institucional de nuestro Parlamento.
Cuesta admitirlo, pero debe entenderse, que cuando el pueblo juzga negativamente al Congreso de la Nación, no hace otra cosa que reconocer su propia torpeza y calificarse negativamente a sí mismo.
El Parlamento argentino ha tenido legisladores de enorme categoría; basta mencionar a personajes tales como Gorostiaga, Alberdi, Sarmiento, Avellaneda, Pellegrini, Tejedor, Bernardo de Irigoyen, Joaquín V Gonzalez, de la Torre, Estrada, Palacios, Alende, Balbín, Frondizi, Vanossi, y tantos otros que jerarquizaron la actividad legislativa. Resulta denigrante que, en los tiempos que corren, el pueblo vote a representantes que con sus actitudes, conductas y hasta vestimentas, oscurezcan la imagen de una institución republicana de semejante trascendencia como lo es el Congreso de la Nación.
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