
“Los sobornos y el dinero ilegal se convirtieron en la moneda corriente de hacer negocios dentro de la FIFA, hasta crear una cultura de corrupción que pudrió el deporte más grande del Mundo” (James B. Comey, Director General del FBI).
En medio del actual Mundial de fútbol, que se realiza en una sede cuya elección surgió de un procedimiento sumamente sospechado y dada las extrañas eliminaciones de Alemania, Uruguay y Bélgica, luego de arbitrajes raros y utilización arbitraria de la tecnología, conviene recordar que alrededor de la máxima institución del fútbol hay pruebas irrefutables y condenas ciertas sobre delitos gravísimos.
Hace pocos días, el 24 de noviembre, el Parlamento Europeo acusó a la actual conducción de la FIFA de “corrupción desenfrenada y sistémica”. El FIFA Gate comenzó con la redada de la policía de Zúrich, en 2015. Muchos procesos se han abierto en Suiza y en USA desde entonces. Uno de ellos, incoado por el fiscal extraordinario Stefan Keller, tiene como coimputado al actual presidente de la Organización, el suizo-italiano Gianni Infantino.
Los funcionarios de la FIFA que pudieran saber con anterioridad quiénes serán los ganadores de los partidos, tanteador, países eliminados y otros detalles podrían hacer apostar a sus cómplices, en cualquiera de los sistemas online, que pagan mejor cuanto más imprevisto es el resultado.
Los “arreglos” en el fútbol italiano eran más toscos y dejaron más huellas. Hubo famosos escándalos como el de la Juventus, con 17 celulares incautados y escuchas entre el Director General del Club y el responsable de la Federación Italiana pactando referís y conductas arbitrales, lo que terminó quitando dos scudettos a la Juventus y con castigos a la Fiorentina y el Lazio.
Otra compra de un resultado se descubrió por el camarero de un famoso restaurant de la Via dei Soldati, que escucho que el “Senatore” Viola, presidente del Roma FC, “ayudaba” con 100 millones de liras al árbitro de fútbol Vautrot. El mismo Dino Viola, que mandó a uno de sus empleados a denunciar a Diego Maradona por agresión, pocos días antes de la final con Alemania.
Se pudo desarmar esa maniobra, pero faltaba el referí, que años después sigue sin aceptar su “error” por el penal que cobró a Roberto Sensini, en el medio de un pésimo arbitraje, en el que sus decisiones inclinaron la cancha hacia el equipo teutón. Ese 8 de julio de 1990, “convenía” que Alemania ganara. Épocas de reunificación y muros caídos.
La mayoría de aquellos dirigentes del fútbol mundial iban a terminar presos y sus sucesores expulsados. Como dijo la fiscal Loretta Lynch, “no contentos con secuestrar el deporte más popular por décadas con ganancias ilícitas, institucionalizaron su corrupción para asegurarse que podían vivir de ella” .
Ojalá el actual Mundial de fútbol se defina deportivamente y en el campo de juego. No en una oficina y por motivos espurios.
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