
En la Parroquia de Santa Lucía, ubicada en la Diócesis de Azcapotzalco, un sacerdote ha encontrado una manera inusual pero efectiva de acercarse a su comunidad y transmitir un mensaje de fe y esperanza. Se trata de Fuerza Divina, un servidor de Dios que, además de predicar la palabra, se enfunda en una máscara y lucha sobre el ring para inspirar y alejar a niños y jóvenes de las adicciones.
Desde temprana edad, Fuerza Divina sintió fascinación por la lucha libre, pero sus padres no apoyaron su pasión debido a la rudeza del deporte. Sin embargo, su destino cambió cuando, durante su formación como diácono, conoció al legendario luchador y sacerdote Fray Tormenta, quien lo invitó a entrenar con los “Cachorros de Fray Tormenta”, un grupo de aprendices de lucha libre que incluía a Monaguillo y Potestad.
“La cosquilla inició a temprana edad, pero mis padres no me apoyaron en este deporte tan rudo. Pero Dios tenía algo para mí y, una vez que conocí al padre Tormenta cuando yo era diácono, me invitó a entrenar y me gustó muchísimo. Entonces me preparé con varios profesores de lucha libre y he tomado este deporte como evangelizador para ayudar a nuevas generaciones”, compartió Fuerza Divina para el periódico La Silla Rota.

La lucha entre el bien y el mal
Para el sacerdote, la lucha libre es una representación de la batalla diaria entre el bien y el mal. En el cuadrilátero, al igual que en la vida, hay desafíos, obstáculos y caídas, pero también oportunidades para levantarse y seguir adelante.
“Estar arriba del ring va más allá de una lucha, ahí se muestra el esfuerzo, trabajo, el compromiso por alcanzar una meta, incluso un crecimiento espiritual y humano. Es luchar por lo que quieres, levantarte como lo hizo Jesús más de una vez con la cruz. En el ring, como en la vida, a veces una lucha se pierde, pero hay que levantarnos y continuar”, explicó el sacerdote-luchador.
El deporte también le ha permitido acercarse de manera diferente a la comunidad, generando empatía y confianza. A través de la lucha libre, muchos jóvenes encuentran en él a un guía y mentor.
“Mediante la lucha libre he podido evangelizar a más personas, generar empatía y cercanía con niños y jóvenes porque me consideran ‘chido’. Encuentran confianza para pedir un consejo u orientación, y por ello han dejado el alcohol, drogas, una vida de vicios y violencia. Se incorporan a retiros y hacen cambios para su vida gracias al deporte”, destacó Fuerza Divina.

Un legado que trasciende generaciones
Fuerza Divina es parte de un linaje de sacerdotes-luchadores que inició con Fray Tormenta. Este sacerdote, cuyo nombre real es Sergio Gutiérrez Benítez, fundó un orfanato en Texcoco y para solventar los gastos alternó su labor eclesiástica con la lucha libre. Su historia inspiró a muchos y dejó huella en el deporte-espectáculo mexicano.
“Somos pocos los sacerdotes que luchamos. El primero y más representativo fue Fray Tormenta, que está en Texcoco. También reconozco al Padre Eclesiástico, que está en Tlacomulco, el Padre Potestad que radica en Querétaro y su servidor, Fuerza Divina, en la Ciudad de México. A través de la escuela de lucha en la Parroquia de Santa Lucía me he acercado a seminaristas, niños y jóvenes de todas las edades. Pero como es una disciplina que implica mucho compromiso, a veces no continúan”, mencionó.
El sacerdote enfatizó que el sacerdocio no impide que se ejerzan actividades deportivas, artísticas o de recreación, siempre y cuando se respeten los compromisos de la iglesia y el voto de obediencia.
“La vida y la fuerza humana tienen límites, podemos llegar a cansarnos o incluso a odiar lo que dijimos amar. Mi mensaje es ir a Cristo Jesús, él es el camino correcto hacia la verdad y la vida, porque la fuerza que viene de Dios nos levanta y nos brinda una nueva oportunidad de volver al camino correcto”, concluyó.

Hidalgo: Cuna de leyendas de la lucha libre
El estado de Hidalgo ha sido cuna de grandes figuras de la lucha libre, entre ellas Fray Tormenta y El Santo, dos iconos del pancracio mexicano. Mientras Fray Tormenta se destacó como sacerdote-luchador y benefactor de niños desamparados, El Santo, oriundo de Tulancingo, llevó la lucha libre mexicana a nivel internacional, convirtiéndose en un héroe popular y en uno de los más grandes exponentes del deporte.
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