Un teatro convertido en un infierno: la chispa en un cortinado que provocó la muerte de 602 espectadores de una obra infantil

Más de 1.500 personas abarrotaban la sala del teatro Iroquois, el más moderno de Chicago, para asistir a la matinée de Barbazul cuando estalló un incendio que se convirtió en trampa mortal por las casi inexistentes medidas de seguridad. La mayoría de los muertos fueron mujeres y niños. El alcalde que perdió su carrera política, el periodista que se hizo famoso con la primicia y la leyenda de los fantasmas de las víctimas que aparecen en el Callejón de los Muertos

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El incendio del Teatro Iroquois
El incendio del Teatro Iroquois de Chicago en 1903 terminó con 602 muertos y se considera la tragedia más grande en la historia de los teatros estadounidenses (Chicago History Museum)

El joven periodista Walter Howey caminaba despreocupadamente por las calles del centro de Chicago el miércoles 30 de diciembre de 1903. Le sobraba tiempo para llegar al Ayuntamiento para cubrir una rutinaria conferencia de prensa. Era lo que le tocaba en suerte: tenía 21 años y hacía poco que lo habían aceptado como cronista en el vespertino Inter Ocean. Eran poco más de las tres de la tarde cuando se topó, de manera inesperada, con la noticia que marcaría el punto de partida de un ascenso meteórico en su incipiente carrera. Primero vio humo saliendo de un edificio cercano y segundos después se quedó casi congelado al ver a un hombre, disfrazado de caballero y lleno de tizne, que emergía de una alcantarilla a pocos metros delante suyo. No fue la única aparición: detrás de él salieron tres elfos y una dama con el vestido rasgado. Todos tenían el rostro y las ropas ennegrecidas.

-¡¿Qué pasa?! – atinó a preguntar.

-¡Se quema el teatro! ¡Hay gente atrapada! – le respondió el caballero, que en realidad era un actor.

El teatro que mencionaba el caballero surgido del mundo subterráneo de Chicago era el Iroquois, inaugurado apenas cinco semanas antes y presentado como el mayor orgullo de la ciudad. El fuego había estallado en medio de una función vespertina del musical Barbazul, basado en el famoso cuento de Charles Perrault, cuando la sala estaba atestada de familias enteras que habían llevado a sus niños.

Rápido de reflejos, Howey se acercó lo más que pudo al teatro, se hizo de un panorama de primera mano del incendio, hizo algunas preguntas a quienes lograban salir por la puerta principal y corrió al bar más cercano para usar el teléfono, uno de los pocos que había en el barrio.

-¡Se quema el Iroqouis! ¡Es un desastre! ¡Yo estoy acá! – le dijo a su editor.

-¿Estás borracho? – le preguntó el hombre, incrédulo. Howey tuvo que convencerlo de que estaba más fresco que una lechuga antes de pedir que le tomaran el dictado de una primera descripción, algunas declaraciones y unos pocos datos. Prometió volver a llamar y colgó.

Antes de salir nuevamente a la calle, encaró al encargado del bar y le dio cinco dólares – una cantidad fuerte para la época– a cambio de que no le prestara el teléfono a ningún otro periodista. Sólo él lo podría usar. Durante la siguiente hora y media hizo varios llamados más para pasar nuevas descripciones y testimonios de policías, bomberos, curiosos, heridos y sobrevivientes. Cuando ya casi no le quedaba tiempo para llegar al cierre de la edición, corrió a la redacción y reescribió a ritmo de vértigo la información que había dictado para parir una crónica dramática en la que abundaban los datos duros y los de color. A la cabeza del texto estaba su firma. Poco después, el Inter Ocean llegó a los kioscos con un título en letras catástrofe: “¡736 MUERTOS!”.

Ese fue el único error, cometido en medio de la urgencia, que tenía el texto del periodista principiante: en las semanas siguientes se supo que las víctimas fatales eran “sólo” 602. Sin embargo, esa crónica con la que demostró su velocidad, ingenio y habilidad en la escritura, catapultó su carrera hacia lo más alto del periodismo estadounidense. “Digger” (Cavador) Howey –como se lo conocería después por sus investigaciones– podía adjudicarse la autoría de la mejor y más completa cobertura del mayor incendio ocurrido en Chicago desde el desastre que en 1871 había destruido un tercio de las casas de la ciudad.

El teatro estaba atestado por
El teatro estaba atestado por una función navideña del musical Barbazul, en la que asistieron más de 1.600 personas, superando ampliamente la capacidad permitida (Chicago History Museum)

Una chispa y el infierno

Ubicado en el número 26 West Randolph Street, entre State Street y Dearborn Street, de Chicago, el recién inaugurado Teatro Iroquois era uno de los orgullos de la ciudad. Tenía tres plantas con una capacidad total de 1.200 espectadores, pero ese 30 de diciembre, debido a las vacaciones navideñas, el público acudió masivamente a ver la función matinée de Barbazul y los administradores de la sala no tuvieron reparos en vender un excedente de 400 entradas, por lo que dentro de la sala se contaban 1.600 espectadores, en su mayoría matrimonios con hijos pequeños, que no solo ocuparon todas las butacas, sino que se distribuyeron por los pasillos, un hecho que acrecentó la magnitud del desastre. A ellos se sumaban otras 300 personas, entre los actores y los músicos de la obra y los operarios encargados de la puesta en escena.

Nadie sabía que antes de su inauguración el teatro había sufrido hasta cinco principios de fuego que fueron sofocados a tiempo y sin mayores consecuencias. El exterior del edificio era a prueba de incendios, pero los materiales del interior distaban mucho de serlo: maderas, cartones, telas de todo tipo y una instalación eléctrica de dudosa seguridad. El edificio tampoco tenía suficientes tomas de agua y solo contaba con media docena de extintores para combatir un posible incendio en el interior.

Los dos primeros actos del musical transcurrieron con total normalidad y el público disfrutaba del segundo intervalo, durante el cual un octeto interpretaba el tema In the pale moonlight. El fuego se inició a las tres y cuarto de la tarde, cuando una chispa saltó de uno de los focos azules utilizados para crear una atmósfera de luz lunar y prendió el telón. Los encargados de las luces y del telón intentaron apagar el fuego, pero las llamas se expandieron vertiginosamente por los cortinados y el decorado, mientras en la sala se desataba el pánico y se producía una estampida.

Uno de los mayores problemas con los que se encontró el público para poder escapar fue que las puertas de acceso a la calle no se abrían hacia afuera sino hacia el interior y la avalancha humana que corrió hacia ellas provocó que se hiciera un tapón de personas, en estado de shock, que impedían abrirlas. Quienes primero pudieron salir del teatro en llamas fueron aquellos que se encontraban de pie viendo el espectáculo y los de las localidades más baratas, ya que había un acceso directo desde el exterior hasta el anfiteatro superior, aunque muchas de las escaleras contra incendios todavía estaban sin terminar. Por eso, unas treinta personas murieron al caer –o arrojarse- al vacío en la desesperación por escapar del fuego.

La mayoría de las víctimas
La mayoría de las víctimas mortales fueron mujeres, niños y maestras atrapados en los palcos y plateas, quienes no lograron escapar por salidas bloqueadas o falsas ventanas (Chicago History Museum)

La mayor cantidad de muertos se registró entre quienes habían comprado las localidades más caras, palcos y plateas, debido a que estaban en la zona más cercana al escenario, donde se inició el fuego, y muy lejos de las escasas vías de salida. La mayoría de las víctimas fueron mujeres y niños que estaban sentadas en los palcos de primera clase, debido a que esos palcos estaban cerrados para que otros espectadores no pudieran colarse en ellos. Muchos perdieron la vida asfixiados o quemados mientras estaban atrapados en callejones sin salida o cuando trataban de abrir unas engañosas falsas ventanas que solo eran decorativas. En el recuento final, el 80 por ciento de los muertos fueron madres con sus hijos y profesoras de un colegio que habían ido con sus alumnos a ver la función navideña.

Mas afortunados fueron los actores, bailarines y tramoyistas de la obra, que tuvieron otras vías de escape: las ventanas de los camarines, puertas auxiliares que era exclusivas para el personal, una gran puerta doble que se utilizaba para trasladar los materiales de la escenografía y las alcantarillas que había dentro del edificio y que conducían a la calle, como fue el caso del caballero, la dama y los tres elfos con los que Walter Howey se topó en su caminata.

Mientras los bomberos intentaban combatir el fuego, fuera del teatro el espectáculo era espantoso: en un callejón lateral al edificio, policías y voluntarios acomodaban en fila los cadáveres, que ya sumaban cientos. Ese mismo día murieron 575 personas a las que en las dos semanas siguientes se sumaron otras víctimas que sucumbieron a las heridas en los hospitales hasta totalizar la cifra de 602. Hubo, además, 250 heridos. Es hasta hoy el incendio más devastador ocurrido en un teatro de los Estados Unidos.

El periodista Walter Howey (traje
El periodista Walter Howey (traje cruzado y corbata) presenció el incendio del Teatro Iroquois y realizó la cobertura más completa del siniestro que marcó el inicio de su exitosa carrera (MIT Museum)

Ganadores y perdedores

Aunque la estructura exterior del Teatro Iroquois sobrevivió a las llamas, el interior quedó totalmente destruido y fue exhibido por la prensa y los expertos en prevención de incendios como un ejemplo de todo lo que no hay que hacer en medidas de seguridad en edificios con grandes concentraciones de público: tenía pocas puertas de salida y se abrían hacia adentro, no había indicaciones sobre las vías de evacuación, los días de función se cerraban los accesos a palcos y escaleras para evitar colados, casi no contaba con bocas de agua para los bomberos ni extintores, su personal no había hecho un solo simulacro de seguridad y la instalación eléctrica era precaria, entre muchas otras fallas.

La mayoría de los diarios de la ciudad culparon de la falta de controles por parte del ayuntamiento al alcalde Carter Harrison, que perdió la oportunidad de ser reelegido y debió postergar para siempre su aspiración a integrar como candidato a vicepresidente por el Partido Demócrata en las siguientes elecciones presidenciales. Su carrera política quedó tan reducida a ruinas como el teatro.

Como contrapartida, la carrera periodística de Walter Howey se disparó a partir de la crónica publicada en el Inter Ocean de Chicago. Fue ascendido a editor de la sección sociedad, pero no se quedó mucho tiempo allí porque fue tentado por el Chicago American de William Randolph Hearst. Con el correr de los años fue editor jefe de varios periódicos de la cadena del mayor magnate periodístico de la época y se hizo famoso por sus implacables investigaciones sobre casos de corrupción (de allí su apodo Digger) y las innovaciones que impuso en esos medios. También, hay que decirlo, por su mal carácter y la brutal presión a la que sometía a sus periodistas para que consiguieran primicias.

En la actualidad, el estrecho pasaje donde fueron puestos en fila los cadáveres de las víctimas del incendio se conoce como el Callejón de la Muerte y es uno de los destinos del Chicago Ghost Tours que lleva a los turistas por los puntos de la ciudad donde se entrecruzan historias de crímenes reales, tragedias y apariciones de fantasmas. Los guías aseguran que en las frías noches de diciembre se han visto deambular por allí los espectros de los muertos del 30 de diciembre de 1903.

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