La sombra de un asesino se cernía sobre el norte de California a finales de los años 60; se hacía llamar Zodiaco y su presencia aterrorizó a las comunidades de San Francisco, California y sus alrededores con una brutalidad inesperada. Este homicida, nunca capturado ni identificado, reclamaba sus crímenes en cartas enviadas a los medios locales, burlándose de la policía y desafiándola a resolver los enigmáticos códigos que enviaba junto con sus escritos. Sus asesinatos, aparentemente aleatorios, cobraron al menos cinco vidas y sembraron el miedo en una época marcada por los cambios sociales y la lucha por los derechos civiles, pero el asesino del Zodiaco no tenía causa alguna. Su motivo era el caos.
La serie de homicidios comenzó en 1968 y su estilo se caracterizaba por una mezcla inquietante de brutalidad y precisión. Las víctimas solían ser parejas jóvenes atacadas en áreas aisladas. Armado con cuchillos y pistolas, el Zodiaco dejaba tras de sí escenas de crimen cuidadosamente seleccionadas y, en algunos casos, ritualizadas. Cada carta que enviaba a los periódicos locales llegaba con mensajes perturbadores, y una firma macabra: un símbolo circular cruzado que llegó a ser conocido en los titulares y en las mentes curiosas de sus lectores.
Los investigadores, detectives, criptógrafos y periodistas intentaron resolver sus cifrados, pero el Zodiaco parecía siempre estar un paso adelante, burlándose de la autoridad. “Me gusta matar gente, es tan divertido”, escribió en una de sus cartas, exhibiendo un narcisismo que mezclaba frialdad con una necesidad de reconocimiento. El mundo observaba con horror y fascinación, y San Francisco pronto se convirtió en una ciudad en alerta máxima.
En la fría noche del 20 de diciembre de 1968, dos adolescentes, Betty Lou Jensen y David Faraday, decidieron pasar un rato juntos en un camino solitario en las afueras de Vallejo, California. Lo que parecía un lugar seguro se transformó en una escena de horror: ambos jóvenes fueron asesinados a quemarropa, en un crimen que, en principio, parecía un trágico caso aislado, pero la escena de este primer asesinato del asesino del Zodiaco no fue casual. Con una precisión aterradora, había seleccionado su primera víctima en lo que se convertiría en una serie de homicidios con un patrón inquietante, calculado y brutal.
Unos meses después, el 4 de julio de 1969, otro ataque similar tuvo lugar en Blue Rock Springs, cerca del primer sitio de crimen. Michael Mageau y Darlene Ferrin, también jóvenes y en pareja, fueron sorprendidos por un hombre que se acercó a su coche y les disparó repetidamente. Darlene murió en el lugar, pero Michael sobrevivió, proporcionando el primer testimonio directo del atacante. A pesar de las heridas, Mageau describió a un hombre corpulento, vestido de oscuro, quien había salido del automóvil con una linterna y les disparó sin mediar palabra. Sin embargo, este testimonio no fue suficiente para llevar al asesino ante la justicia. Zodiaco tenía algo más en mente.
Cartas y cifrado: Un juego de gato y ratón
Poco después del ataque, comenzaron a llegar cartas enigmáticas dirigidas a periódicos locales, incluyendo el San Francisco Chronicle. En su primera misiva, Zodiaco escribió: “Me gusta matar gente. Es tan divertido”. Las cartas contenían un lenguaje frío, acompañado de un símbolo inconfundible: un círculo atravesado por una cruz, emblema que llegaría a aterrorizar a todo el norte de California. Zodiaco demandaba que sus mensajes fueran publicados en primera plana y, de no ser así, amenazaba con seguir matando.
Además de las confesiones, cada carta incluía complejos cifrados. Uno de estos, conocido como el 408-cipher, fue enviado en tres partes a diferentes periódicos y prometía revelar su identidad a quienes lograran descifrarlo. El reto fue aceptado no solo por la policía, sino por miles de ciudadanos que se sumaron en la resolución del código. Para sorpresa de todos, fue una pareja de aficionados, Donald y Bettye Harden, quienes descifraron el primer mensaje, que contenía una declaración escalofriante: “Me emociona matar porque es más divertido que cazar en la naturaleza. Es la experiencia más excitante que haya tenido”. Sin embargo, Zodiaco fue cuidadoso; no reveló su identidad en este ni en los siguientes cifrados, manteniéndose como un enigma.
Los siguientes criptogramas, especialmente el llamado 340-cipher, enviaron a los expertos a un laberinto aún más complicado. Este segundo cifrado, enviado al San Francisco Chronicle, fue mucho más difícil de descifrar y permaneció sin solución durante más de 50 años. En 2020, un equipo de criptógrafos e informáticos finalmente descifró el mensaje, descubriendo que contenía otra declaración del asesino, en la que nuevamente se burlaba de las autoridades y negaba que su identidad fuera una pista que alguien pudiera hallar en los códigos. “No tengo miedo a la cámara de gas”, escribió, aludiendo a que su muerte no alteraría el curso de su supuesto propósito, lo cual incrementó el aura de misterio y perversidad que lo rodeaba.
Perfil psicológico del Zodiaco: Un narcisista manipulador
A medida que los criminólogos analizaban las cartas, surgió un perfil psicológico basado en la arrogancia y el narcisismo del asesino. El Zodiaco parecía motivado por el deseo de notoriedad más que por impulsos criminales comunes. Su lenguaje directo y las frases que empleaba, como “Me gusta matar gente, es tan divertido”, indicaban un desprecio absoluto por la vida humana y un placer retorcido en el terror que provocaba.
Los expertos observaron que el Zodiaco también tenía una personalidad exhibicionista, y su constante contacto con los medios le proporcionaba la atención que anhelaba. Los psicólogos forenses consideraron que sus cartas eran un intento deliberado de manipular a la sociedad, colocándose a sí mismo en el centro del miedo y controlando la narrativa a través de los medios de comunicación. La mezcla de criptografía, amenazas y burlas constantes sugería una inteligencia calculadora, obsesionada con el poder que le otorgaba el anonimato y la incertidumbre que generaba en sus víctimas potenciales y en los investigadores.
Una investigación sin fin
Las autoridades del condado de Napa, San Francisco y Vallejo, junto con el FBI, unieron esfuerzos en una investigación que abarcó años y movilizó a cientos de oficiales. El perfil criminal de Zodiaco sugería a un hombre meticuloso, inteligente, obsesionado con los símbolos y con una necesidad desesperada de atención. Los detectives intentaron delinear su patrón de ataques y comprender el propósito detrás de los mensajes, pero Zodiaco parecía cambiar su modus operandi para eludir a las autoridades. En algunos casos, usaba armas de fuego, en otros, un cuchillo, y el tiempo entre ataques variaba, rompiendo cualquier posible patrón predecible.
Los testimonios y pistas obtenidos de las escenas eran desconcertantes. Las pruebas forenses de la época limitaban las posibilidades de encontrar rastros de ADN o huellas digitales que pudieran llevar a su captura. Las cartas, enviadas con regularidad durante meses, alimentaban la paranoia pública y el desconcierto de los investigadores. En su carta más célebre, Zodiaco se jactó de que los policías “nunca” lograrían atraparlo, burlándose de la falta de progreso en la investigación.
¿Código o juego de poder?
Algunos analistas incluso teorizaban que los cifrados eran una distracción diseñada para desviar la atención de la policía, llevándola por caminos sin salida. Al entretener a los detectives y al público con la promesa de una posible identificación en los criptogramas, el Zodiaco mantenía el control y alargaba su propio mito. En uno de sus últimos mensajes, el asesino dejó en claro que estaba al tanto del caos que causaba: “¿Acaso creen que soy realmente un asesino? ¿No ven que solo me estoy divirtiendo?”. La investigación de los códigos, lejos de simplificar la búsqueda, creó un velo más denso de misterio alrededor de este homicida. A lo largo de los años, los investigadores reconocieron que cada carta o cifra parecía diseñada para elevar la leyenda del Zodiaco, manteniéndolo en una posición de poder incluso décadas después de sus crímenes confirmados.
El principal sospechoso: Arthur Leigh Allen
Uno de los nombres que emergió temprano y de manera recurrente fue el de Arthur Leigh Allen, un hombre de vida compleja que encajaba con algunos aspectos del perfil psicológico y físico del Zodiaco. Allen, un exprofesor de educación primaria que había perdido su licencia de enseñanza debido a acusaciones de abuso sexual infantil, se encontraba bajo la constante sospecha de las autoridades. No solo su aspecto coincidía con el testimonio de Michael Mageau, sobreviviente del ataque en Blue Rock Springs, sino que varios elementos de su vida también parecían coincidir con detalles específicos que el Zodiaco había dejado entrever en sus cartas.
Allen, además, poseía un reloj de la marca Zodiac, cuyo logotipo era el mismo símbolo que el asesino usaba en sus cartas. También había sido visto cerca del lago Berryessa poco antes del ataque a Bryan Hartnell y Cecelia Shepard, en el que Zodiaco apuñaló brutalmente a la pareja tras atarlos. Sin embargo, a pesar de la sólida conexión circunstancial, faltaban pruebas definitivas para arrestarlo. Su caligrafía y huellas dactilares no coincidían con las encontradas en las cartas, y aunque fue sometido a intensos interrogatorios, siempre negó cualquier relación con los crímenes.
Otros sospechosos en la mira
A medida que la investigación se estancaba, aparecieron otros posibles sospechosos, algunos con conexiones sorprendentes, otros simplemente atraídos a la lista por el aura de misterio que rodeaba el caso. Entre ellos estaba Rick Marshall, un proyeccionista de cine que vivía cerca de las áreas de los ataques. Su trabajo en cine y sus conocimientos de tecnología sugerían a algunos detectives que él podía haber sido capaz de diseñar los cifrados que el Zodiaco enviaba. Sin embargo, al igual que con Allen, las pruebas directas que lo vincularan con los asesinatos resultaron insuficientes.
Otro sospechoso, Lawrence Kane, tenía un perfil criminal que despertó sospechas. Kane, con un historial de comportamiento violento y perturbador, había vivido en las zonas de los crímenes y tenía antecedentes de acoso. Según los investigadores, sufría problemas neurológicos tras un accidente automovilístico, lo que había afectado su comportamiento y lo volvía impredecible. Darlene Ferrin, una de las víctimas, había trabajado cerca de donde él vivía, y algunos teorizan que Kane podría haberla conocido. Sin embargo, al igual que con los otros, no había pruebas concluyentes.
Los aficionados y la teoría de la conspiración
Con el paso del tiempo y la falta de resultados, aficionados al caso y periodistas de investigación comenzaron a desarrollar teorías propias sobre la identidad del Zodiaco, apuntando a personajes públicos e incluso a familiares de las víctimas. Uno de los enfoques más controvertidos fue el de Robert Graysmith, un caricaturista del San Francisco Chronicle que se obsesionó con el caso y publicó el libro Zodiac, que señalaba a Arthur Leigh Allen como el culpable. Graysmith recopiló testimonios y coincidencias, aunque algunas de sus teorías fueron cuestionadas por los investigadores por falta de evidencia y rigor. Su libro, sin embargo, alimentó la fascinación pública y se convirtió en una referencia obligada en la cultura popular sobre el caso.
La esperanza del ADN y el caso sin resolver
En los últimos años, la tecnología de análisis de ADN ha permitido resolver casos archivados y ha dado nueva vida a la búsqueda del asesino del Zodiaco. Las pruebas encontradas en los sobres de las cartas, que contenían residuos de saliva, fueron sometidas a análisis genéticos avanzados. Sin embargo, los resultados fueron inconclusos, en parte debido a la degradación de las muestras con el paso de las décadas. La esperanza de que el ADN pudiera aportar una respuesta definitiva mantiene la atención en el caso, aunque hasta ahora no ha revelado ninguna identidad. Alrededor de cincuenta años después del primer asesinato, el misterio sigue latente, y el Zodiaco continúa siendo uno de los enigmas criminales más impenetrables. Cada año surgen nuevas teorías, nuevas pistas y nuevos sospechosos, pero el caso parece seguir huyendo de la resolución definitiva.
J Foy, el Tiktoker que asegura que su abuelo fue el asesino del Zodiaco
En una declaración sorprendente recogida por el medio Express, J Foy sostiene que su abuelo, Richard Hoffman, sería el verdadero asesino del Zodiaco. “Esto no se basa solo en la apariencia física”, afirmó Foy, quien, tras buscar el nombre de su abuelo en Google, descubrió que varios “detectives de internet” habían relacionado el nombre de Hoffman con el caso desde hacía años. Foy argumenta que su abuelo coincidía en numerosos aspectos con las descripciones del asesino, y respalda su afirmación con fotografías de la época.
En un dato inquietante revelado por el Mirror, Hoffman, quien era oficial de policía en Vallejo, podría haber utilizado su posición y conocimiento de las operaciones policiales para eludir a las autoridades. Kris Collins, un podcaster de crímenes reales, apuntó: “Cuando [Michael Mageau y Darlene Ferrin] estaban conduciendo, un auto supuestamente los seguía todo el tiempo... como un auto de policía podría hacerlo...”. Esa misma noche, un coche sin marcar, como el que Hoffman habría usado, fue visto cerca del estacionamiento de Blue Rock Springs, donde Ferrin y Mageau fueron atacados brutalmente. Ferrin, según relatos de sus conocidos, sentía un profundo temor hacia Hoffman, al punto de haber exclamado “¡Oh Dios mío, ese es Richard, va a matarnos a los dos!” al reconocer el automóvil en que los seguían, una afirmación que, de ser cierta, sugiere un vínculo directo y estremecedor con el crimen.
Pistas lingüísticas y otras coincidencias
La investigación de J Foy no se limita a las anécdotas familiares. En sus publicaciones de TikTok, ha señalado una peculiar coincidencia en el estilo de escritura entre Hoffman y el Zodiaco: ambos escribían “hasta” de manera particular, un detalle presente en las cartas enviadas por el asesino. También relaciona a su abuelo con el caso de Cheri Jo Bates, quien había sido considerada como una posible primera víctima del Zodiaco tras su traslado desde Nebraska al Área de la Bahía, un traslado similar al de Hoffman.
Una conexión aún más perturbadora fue destacada por el mismo Collins, quien señaló la presencia de un oscuro poema encontrado bajo el escritorio donde estudiaba Bates. Las iniciales “RH”, inscritas junto al poema, han sido interpretadas por algunos como un indicio de que el Zodiaco podría haber estado detrás de ese crimen, lo que añadiría una capa de complejidad al misterio.
Las declaraciones de Foy han sacudido las redes sociales, donde los seguidores del caso se dividen entre el escepticismo y el asombro ante las coincidencias. Aunque no hay pruebas definitivas que respalden estas nuevas alegaciones, los detalles inquietantes han revivido la leyenda del asesino del Zodiaco y los interrogantes sobre su identidad. Este inesperado testimonio añade una dimensión personal y familiar al misterio, una historia que parece proyectarse hacia el futuro, atrapada entre la incertidumbre y la fascinación de generaciones que aún buscan resolver el caso del asesino del Zodiaco, el criminal que desafió a la justicia y logró, hasta hoy, mantener su identidad en las sombras.