
Las diferencias salariales y de proyección en el trabajo entre hombres y mujeres siguen siendo una de las grandes brechas de género en el mercado laboral. Durante años, el debate ha girado en torno a si esas diferencias se explican por decisiones individuales, discriminación hacia las mujeres, o por los efectos de la maternidad. Ahora, un informe académico da la respuesta. Y es que, cuando las mujeres no pueden tener hijos por razones médicas, sus resultados son prácticamente iguales a los de los hombres. Lo que significa que no es “ser mujer” lo que penaliza las carreras, sino la posibilidad de tener hijos.
El estudio, titulado Gender Without Children, elaborado por investigadores de la London School of Economics y diferentes universidades de Europa, utiliza como fuente principal los registros administrativos de toda la población sueca y se apoya en un “experimento natural”. Este análisis se basa en mujeres que padecen el síndrome de Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser (MRKH), una condición congénita que afecta aproximadamente a 1 de cada 5.000 mujeres y que impide prácticamente al 100% la posibilidad de gestar hijos.
A diferencia de otros estudios, que comparan a madres con mujeres sin hijos por elección, este informe analiza a mujeres que, por una causa médica aleatoria y ajena a sus decisiones, no pueden tener hijos. Y los datos son claros: las mujeres con diagnóstico de MRKH y, por tanto, con infertilidad prácticamente segura, presentan ingresos laborales muy superiores a los del resto de las mujeres. Según el informe, sus rentas del trabajo son, de media, un 22% más que las de las mujeres sin esta condición, incluso tras introducir controles estadísticos rigurosos.
Más ingresos y mayor participación laboral
Además, su tasa de participación en el mercado laboral es más elevada. Aproximadamente la mitad de esa mejora en ingresos se explica por una mayor permanencia en el empleo y menos interrupciones a lo largo de la vida laboral. Es decir, estas mujeres trabajan más años y con mayor continuidad, algo que tradicionalmente ha sido más frecuente entre los hombres.
En términos educativos, las diferencias son menos, pero muy reveladoras. Las mujeres con MRKH tienden a acumular ligeramente más años de educación y tienen más probabilidades de terminar sus estudios universitarios, ya que, según los autores, al no prever una interrupción por maternidad, no ajustan a la baja sus expectativas profesionales desde edades más tempranas.
Sin embargo, estas mujeres no presentan grandes diferencias en su origen familiar. No proceden de hogares con mayores ingresos, ni con padres con mayor nivel educativo. Tampoco muestran peores indicadores de salud mental o física, más allá de su condición reproductiva. Es decir, que la diferencia de resultados laborales no se debe a factores previos, sino a lo que ocurre después, cuando aparecen los hijos en la ecuación.
No es biología, es el sistema
El hallazgo más llamativo llega al comparar a estas mujeres con los hombres. El estudio muestra que las mujeres con MRKH tienen trayectorias salariales muy similares a las de ellos. En las comparaciones por edad, la brecha prácticamente desaparece cuando se excluye el efecto de la maternidad. En cambio, las mujeres que sí tienen hijos suelen sufrir una caída de ingresos a partir del nacimiento del primer hijo, lo que los autores denominan de forma explícita como la “penalización por hijos” o child penalty.
Esta penalización no se explica tanto por decisiones previas, como elegir carreras con sueldos más bajos, sino por efectos posteriores al nacimiento: reducción de jornada, interrupciones temporales en la trayectoria laboral, menos posibilidades de ascender y una mayor carga de trabajo no remunerado en el hogar. Porque, lo cierto es que, muchas de las que pueden tener hijos, económicamente no se lo pueden permitir.
La maternidad impacta en la carrera profesional y en el salario de la mujer, a la vez que su viabilidad depende cada vez más de los ingresos y la estabilidad económica, y no todas pueden asumirlo por igual. Así lo afirma un estudio de la Universidad de Florencia, basado en datos de 16 países de Europa occidental, que demuestra que la probabilidad de tener el primer hijo aumenta sistemáticamente cuanto mayores son los ingresos. Mientras, las mujeres sin hijos son las que más renta pueden llegar a tener. La pescadilla que se muerde la cola.

El informe italiano pone sobre la mesa esta cruda realidad. Y no es que las personas con altos ingresos tengan más hijos que antes, sino que las personas con menores ingresos han ido renunciando progresivamente a la maternidad. La razón es estructural, por culpa de los salarios estancados, la precariedad laboral, el encarecimiento de la vivienda y los costes cada vez más elevados de la crianza.
Cómo los ingresos determinan la decisión de ser madre
Este fenómeno tiene implicaciones especialmente relevantes para las mujeres. Tradicionalmente, la teoría económica sostenía que el aumento de los ingresos femeninos reducía la probabilidad de tener hijos por los mayores “costes de oportunidad”. Sin embargo, los datos más recientes apuntan a lo contrario. Hoy, en gran parte de Europa, las mujeres con mayores ingresos son más propensas a tener hijos que las de rentas bajas, porque son las únicas que pueden resistir el impacto económico de los cuidados.
España aparece en este análisis como uno de los países donde la decisión de tener hijos es especialmente sensible a la evolución económica. Aunque en el caso de nuestro país no se observa un aumento claro de la fecundidad entre las rentas más altas, sí se constata una fuerte caída de la probabilidad de ser padre entre los hombres con mayores ingresos y una tendencia generalizada al aplazamiento o renuncia.
La maternidad como línea de desigualdad laboral
El escenario final que dibujan ambos informes es incómoda. Por un lado, el mercado laboral sigue castigando la maternidad, las mujeres que no tienen hijos por razones médicas no sufren la misma penalización y se comportan como los hombres en el entorno de trabajo. Por otro, el propio acceso a la maternidad se está volviendo cada vez más dependiente del nivel de ingresos, dependiendo totalmente de los ingresos y del empleo.
Esto genera una doble desigualdad. Las mujeres con menos recursos no solo tienen más dificultades para mantener una carrera estable, sino que cada vez tienen menos margen para decidir libremente si quieren o no tener hijos. Y las que sí los tienen, asumen un coste laboral que sigue recayendo de forma muy mayoritaria sobre ellas.
Ambos análisis apuntan a una conclusión de fondo, y es que la gran línea divisoria en el mercado laboral ya no es solo el género, sino la maternidad. Cuando los hijos no están presentes, las mujeres compiten en condiciones muy similares a las de los hombres. Cuando llegan, la desigualdad aparece de forma casi automática.
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