
Ya sea la canción de moda o un anuncio pegadizo, muchas canciones entran en nuestra cabeza y se niegan a abandonarnos. Nos encontramos, así, a nosotros mismos tarareando esa melodía mientras trabajamos, cuando estamos en la ducha o vamos conduciendo. Se convierte así la música en una especie de piloto automático que se activa de un momento a otro.
Esta experiencia universal ha despertado la curiosidad de los psicólogos alrededor de todo el mundo, pues es un fenómeno interesante para comprender mejor cómo se almacena y recupera la música en el cerebro, así como los mecanismos que desencadenan y mantienen estos bucles musicales involuntarios.
El origen de esa música que no se nos va de la cabeza suele encontrarse en la exposición repetida a fragmentos musicales específicos, especialmente aquellos que presentan una repetición “contigua”: es decir, partes de la canción que se repiten de manera inmediata y sin interrupción, como ocurre en los estribillos de muchos éxitos del pop.
La mente no reproduce la música como si se tratara de una grabación lineal, sino que organiza los fragmentos musicales en “bolsillos” basados en la familiaridad y la similitud. Estos bolsillos pueden reciclarse y combinarse a través de una red mental que funciona como una serie de instrucciones: “comienza con esta introducción, repite el verso dos veces, pasa al estribillo y repítelo cuatro veces, vuelve al verso”, y así sucesivamente, explica Emery Schubert, profesor del Empirical Musicology Laboratory en la School of the Arts and Media de la UNSW Sydney.
El cerebro detrás de la música
Son diversos los factores que pueden activar este bucle musical, llamado en inglés “earworm”. Escuchar recientemente una canción, leer o escuchar una frase asociada a ella, o incluso oír otra melodía similar pueden desencadenar el fenómeno. Además, los hábitos y los estímulos ambientales también influyen: una persona que suele escuchar música en el autobús por las mañanas puede encontrarse con un fragmento musical en la cabeza incluso cuando no está usando su lista de reproducción.
El proceso tiene una base neurológica específica. Los earworms tienden a surgir cuando se activa una red cerebral conocida en inglés como default mode network, asociada con el ensueño y la divagación mental. Esta red facilita la aparición de pensamientos intrusivos y repetitivos, permitiendo que los fragmentos musicales se repitan sin control consciente. Schubert compara este mecanismo con un “hermano travieso y antisocial” que se encierra en su habitación para escuchar su parte favorita de una canción una y otra vez, mientras que las áreas cerebrales responsables de la atención y la secuenciación quedan excluidas de ese proceso.
Cuando una canción posee una estructura fuertemente repetitiva, la red por defecto se enfoca en ese fragmento, siguiendo instrucciones mentales del tipo: “al llegar al final, vuelve al principio y repítelo”, sin que intervengan las partes restantes de la canción ni el número correcto de repeticiones. El resultado es que la mente gira en torno al mismo fragmento, sin un motivo claro para detenerse.
Aunque algunas personas disfrutan de sus bucles musicales, existen casos en los que los fragmentos musicales permanecen en la mente durante horas o incluso días, generando incomodidad. Para quienes desean deshacerse de esa canción que no se les va de la cabeza, Schubert sugiere en The Conversation una estrategia, que consiste en cantar la canción en voz alta frente a otras personas. Gracias al compromiso social, inhibe la activación de la red por defecto, aunque puede resultar algo embarazoso.
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