
El arquitecto Iñaki Alonso anticipó hace más de veinte años una necesidad que hoy define el futuro del sector: transformar la arquitectura para reducir el impacto ambiental. Consciente de que la construcción, tanto la edificación como el funcionamiento y mantenimiento de los propios inmuebles, representa cerca del 40% de las emisiones globales de CO2, siempre ha defendido una perspectiva basada en la sostenibilidad y el respeto por el entorno y, además, ha logrado hacerlo realidad. Junto a otro grupo de personas, fundó Entrepatios, la primera cooperativa ecosocial de vivienda en derecho de uso de Madrid que ya cuenta con varios proyectos.
El propio Alonso vive en el bloque de viviendas que esta cooperativa inauguró en 2020 en el barrio madrileño de Usera, un edificio de madera que produce más energía de la que consume y se gestiona de forma comunitaria, lo que ha permitido reducir costes, emisiones de CO2 y fomentar la participación activa de los vecinos en la toma de decisiones. El camino no ha sido sencillo, pues las obras del proyecto comenzaron en 2001, pero este arquitecto y su equipo lograron “con creces” su objetivo.
“No imaginaba que llegaríamos a construir un edificio capaz de generar más energía de la que consume. Funciona exclusivamente con electricidad procedente de fuentes 100% renovables y no produce emisiones de CO2. Aun así, lo más valioso para mí es toda la parte social, porque, a pesar de que surgen diferencias, la convivencia está funcionando muy bien y eso es especialmente gratificante”, afirma a Infobae España Alonso, quien también está al frente de sAtt, el despacho de arquitectura que diseñó el edificio y acompañó a la cooperativa en su desarrollo. Además, recientemente han inaugurado el edificio Pirita, otro proyecto de covivienda ecológica que alberga 11 pisos, ubicado también en Usera.

A diferencia de países como Suecia, Dinamarca, Noruega, Suiza y Uruguay, donde las cooperativas de vivienda tienen una amplia implantación y contribuyen a rebajar el precio de la vivienda, en España este modelo lleva más de una década presente pero sigue siendo minoritario. Mientras tanto, los precios del mercado inmobiliario no dejan de aumentar y, en ciudades como Madrid, según datos de Idealista, el precio medio de la vivienda alcanza ya los 5.723 euros por metro cuadrado y el coste medio del alquiler supera los 22 euros por metro cuadrado, por lo que un piso de 80 metros ronda los 1.770 euros mensuales.
Las cooperativas de este tipo funcionan bajo el principio de propiedad colectiva: cada residente dispone del derecho de uso de una vivienda, que es transmisible a sus hijos en caso de fallecimiento, por lo que se trata de un modelo que impide la especulación a través de la venta. En el caso de Entrepatios, cada familia hizo una aportación inicial de entre 40.000 y 60.000 euros para la compra del terreno, una cifra que, aunque considerable, suele ser inferior a la entrada necesaria para adquirir una vivienda convencional.
Una vez adquirido el terreno, la cooperativa negocia la financiación hipotecaria, un proceso que suele ser complejo debido a la titularidad compartida del edificio, ya que la mayoría de entidades bancarias perciben un mayor riesgo de impago. Después, las familias pagan una cuota mensual por el derecho de uso de la vivienda, que actualmente oscila entre los 700 y 1.000 euros, un importe que se sitúa por debajo de la media del mercado residencial.
A las dificultades que enfrentan las cooperativas de vivienda para acceder a financiación hipotecaria, se suma la ausencia en España de una normativa específica que regule la cesión de uso. Tampoco existen ayudas públicas ni incentivos fiscales para quienes optan por este modelo habitacional, pese a que representan una alternativa para hacer frente a la crisis habitacional.
Arquitectura bioclimática
Como mencionaba previamente Alonso, las cooperativas ponen el foco en conseguir un consumo energético reducido en el desarrollo de sus edificios, a través de técnicas de construcción que reducen el impacto ambiental y sistemas que favorecen el ahorro energético. Sus proyectos priorizan el uso de energías renovables y la planificación colectiva facilita la adopción de soluciones como aislamiento térmico avanzado, paneles solares, aprovechamiento de la luz natural y materiales ecológicos, lo que contribuye a una mayor eficiencia y a la reducción de costes energéticos a largo plazo.
Desafíos ante el cambio climático
No obstante, el avance del cambio climático plantea desafíos adicionales, ya que las cada vez más altas temperaturas obligan a adaptar las formas de construir. Por eso ahora, explica Alonso a este periódico, el funcionamiento clásico de la arquitectura bioclimática, basado en elementos como muros gruesos con inercia térmica y ventilación cruzada, resulta limitado en las ciudades, tanto por la falta de espacio como por el efecto isla de calor, que impide que las temperaturas nocturnas desciendan lo suficiente,
“La situación ha cambiado. La arquitectura bioclimática clásica ha funcionado muy bien con las temperaturas que ha habido hasta hace poco, pero ahora hace mucho más calor. Hoy en día es inviable construir muros gruesos que transmitan frescor por la noche, no solo porque construimos muros lo más delgados posible por el elevado precio del suelo en las ciudades, sino también porque cada vez hay menos noches frescas y eso hace más difícil incorporar la ventilación cruzada en los edificios”, señala el arquitecto. Sin embargo, hay herramientas clásicas de la arquitectura bioclimática que “siguen funcionando”, como la protección solar mediante elementos como aleros, persianas o lamas, que limitan la entrada de calor en el interior de las viviendas durante las horas de mayor radiación.
El especialista subraya que las elevadas temperaturas en entornos urbanos hacen necesario recurrir a estrategias de estanqueidad y aislamiento, con el fin de evitar filtraciones de aire en las viviendas y preservar el confort térmico. Como ejemplo, menciona el caso de Entrepatios, donde durante los meses de julio y agosto el gasto en electricidad no ha superado los diez euros, manteniendo una temperatura interior de 26 grados con el sistema de climatización en funcionamiento.
“Esto es posible porque, por un lado, no se escapa el frío y, por otro, tenemos placas solares que están produciendo mucha energía”, concluye. Y aunque la inversión inicial en aislamiento y tecnologías eficientes pueda ser superior a la de una construcción convencional, el ahorro energético a largo plazo y el aumento del confort justifican esta apuesta.
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