
Italia es uno de los países favoritos por los turistas para pasar unos días de vacaciones. Ya sea por su historia, cultura y monumentos, como por sus playas e islas con aguas cristalinas, el país se llena durante la época estival. Pero, este año, pasar el verano en Italia es sinónimo de exclusividad por los desorbitados precios, que muchos califican de prohibitivos.
Durante el mes de agosto, el aumento de la demanda turística ha hecho que los costes de los servicios y los productos básicos en los destinos más populares no paren de subir. Y esto ha provocado que los viajeros de a pie no vayan porque no se lo pueden permitir.
La residencia vacacional eleva sus tarifas: un 6% más que el año pasado
En localidades como el litoral del Lacio, en el centro de Italia, conseguir un sitio bajo el sol puede convertirse en un lujo que solo pueden alcanzar unos pocos. Las cifras que se pagan por poder tumbarse en la arena con una sombrilla y dos tumbonas oscila entre los 60 y los 75 euros al día en Santa Marinella, según los datos publicados por La Repubblica.
En establecimientos con servicios adicionales, se pueden llegar a pagar hasta 70 euros por una “cama confort” frente al mar. Cerca de la zona, en Sperlonga, incluso el formato más sencillo de carpa para un grupo pequeño asciende a 260 euros diarios, mientras que el mobiliario especial sobre plataformas de madera supera fácilmente los 100 euros para dos personas.
Por su parte, tanto veraneantes como residentes tienen diferentes opiniones al respecto. “Es bien sabido que Santa Marinella no es para todos, es un lugar caro, y quien no tenga dinero que se vaya a otra parte”, resaltó un veraneante al medio anteriormente citado.
Desde la administración de la playa La perla del Tirreno justifican la política de precios: “Tenemos las sombrillas más separadas que en otras playas y ofrecemos un servicio cuidado y atento, con lavado diario de los cojines y las toallas”. A pesar de que intentan compensar los precios elevados con dejar entrar gratis a menores y adolescentes, muchas familias se ven forzadas a buscar alternativas, como llevarse la comida de casa para evitar sobrecostes.
Pero este fenómeno no se limita solo a una zona. En toda la costa tirrena, los precios muestran una tendencia al alza. El mercado inmobiliario también: en localidades como Terracina, Circeo, Ladispoli y Anzio, el coste de alquilar una vivienda vacacional se incrementó entre el 2,5% y el 6% respecto al año anterior, tal y como indicó el agente inmobiliario Corrado Sassu. Con esto, el verano en el centro de Italia ha tomado un tinte marcado por la segmentación social y las diferencias de acceso a los servicios.
“Alquilé una sombrilla y dos tumbonas para agosto y acabé pagando unos 600 euros” y “precios de restaurante con estrella Michelín”
El coste de la sombrilla no es lo único que preocupa a quienes deciden veranear en Italia. Un testimonio recogido por L’Eco dello Jonio en la zona de Sibaritide muestra el desencanto de quienes regresan a sus raíces para unas vacaciones, se enfrentan no solo a precios, sino a una discrepancia entre lo que se paga y la calidad recibida. Un turista que volvió a la región por razones familiares relató: “Alquilé una sombrilla y dos tumbonas para agosto y acabé pagando unos 600 euros. Una cifra realmente desproporcionada en relación a las condiciones de las instalaciones: nada especial, más bien al contrario… servicios básicos y, en algunos casos, incluso deficientes”.
El descontento se extiende a la restauración. Una pizza margarita llegó a costarle 7 euros, y las opciones más elaboradas rozaban los 20 euros. Los platos de pasta difícilmente bajan de 12 euros, mientras los segundos platos superan los 20 sin que la calidad logre compensar el desembolso. “Precios de restaurante con estrella Michelin, pero con una calidad y un entorno que distan mucho de la alta cocina”, expresó el visitante.
El turista lamentó que esta dinámica erosione el atractivo de la región, y señaló la existencia de “una falta de cultura turística, de planificación empresarial” y un “desequilibrio sistemático entre el coste y el valor percibido”. A su juicio, la visión está más encaminada a la explotación del visitante en temporada alta que a la generación de una experiencia sustentable y acogedora, capaz de fidelizar a quienes regresan cada año.
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