
En la elección de una vivienda o la renovación de una cocina, es habitual que surja la pregunta: “¿vitrocerámica o inducción?”. Aunque ambas tecnologías tienen características similares a simple vista, las cocinas de inducción presentan diferencias sustanciales en eficiencia, seguridad y funcionamiento. Su mecanismo no solo permite cocinar con mayor rapidez, sino que está basado en un principio físico con más de 190 años de historia: la inducción electromagnética.
Las cocinas diseñadas con este principio destacan por calentar el recipiente sin necesidad de generar calor directamente desde la superficie. No utilizan llama ni resistencias visibles. En su lugar, un campo magnético genera una corriente eléctrica dentro del recipiente metálico, provocando su calentamiento interno. De este modo, la superficie de la placa permanece relativamente fría al tacto, lo que reduce el riesgo de quemaduras y facilita la limpieza. Este funcionamiento se traduce en una eficiencia energética superior. Y es que, mientras que las cocinas de gas o vitrocerámicas pierden parte del calor generado en el proceso, en la inducción electromagnética hasta un 90% de la energía se transfiere directamente al recipiente, según estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía. Esto permite reducir tanto el consumo como el tiempo necesario para cocinar.
¿Cómo funciona una placa de inducción?

El fenómeno en el que se basa esta tecnología fue descrito por primera vez en 1831 por el físico británico Michael Faraday. En un experimento realizado en su laboratorio, enrolló un alambre en espiral y lo conectó a un galvanómetro, un dispositivo que detecta la presencia de corriente eléctrica. Al acercar y alejar un imán del espiral, observó que la aguja del aparato se movía cada vez que cambiaba el campo magnético. Faraday había descubierto que un campo magnético variable podía inducir una corriente eléctrica en un conductor cercano, sin necesidad de contacto directo ni batería. A ese fenómeno lo llamó “inducción electromagnética”, y su hallazgo permitió el desarrollo posterior de generadores, transformadores y motores eléctricos.
De esta manera, cuando se aplica esta tecnología a la cocina se traduciría como un cable de cobre enrollado actúa como bobina bajo la superficie de cristal del fogón. Así, cuando se conecta la corriente, esta bobina genera un campo magnético alterno que cambia de dirección miles de veces por segundo. Este campo, por sí solo, no produce calor y no es perceptible. Sin embargo, al colocar un recipiente adecuado, fabricado con materiales ferromagnéticos como el hierro o el acero, sobre la superficie, se inducen en él unas corrientes eléctricas denominadas corrientes de Foucault.
Estas corrientes circulan por el metal del recipiente y, debido a la resistencia interna del material, generan calor. De esta forma, el calor no procede de la placa sino del propio recipiente, lo que explica por qué la superficie puede permanecer fría al tacto incluso cuando la sartén está a alta temperatura. Por este motivo, uno de los principales argumentos a favor de las cocinas de inducción es la seguridad.
Otro aspecto destacado es la precisión. Las cocinas de inducción permiten ajustar la potencia de forma inmediata y con gran exactitud, lo que facilita cocciones delicadas como el templado de chocolate o las elaboraciones a fuego muy lento. Esta precisión también reduce el desperdicio energético, ya que la respuesta ante cambios de temperatura es prácticamente instantánea.
Aplicaciones más allá del hogar: Faraday en los trenes

El principio descubierto por Faraday no se limita a la cocina. La inducción electromagnética tiene múltiples aplicaciones tecnológicas en ámbitos tan diversos como la movilidad, la energía y la electrónica de consumo. Un ejemplo destacado son los trenes de levitación magnética. En estos sistemas, los vehículos no ruedan sobre rieles convencionales, sino que flotan a pocos milímetros de la vía gracias a campos magnéticos que inducen corrientes en los componentes del sistema de levitación. Esta tecnología permite reducir la fricción y alcanzar velocidades superiores a los 500 kilómetros por hora. Países como Japón, China y Alemania han desarrollado sistemas operativos de este tipo, conocidos como Maglev.
Otra aplicación cotidiana se encuentra en los cargadores inalámbricos para dispositivos móviles. Al colocar un teléfono sobre una base de carga compatible, no se requiere contacto físico entre el cable y el terminal. La base genera un campo magnético que induce una corriente en la bobina del teléfono, lo que permite recargar la batería.
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