Cuando el grafiti se usa para combatir la injusticia social y para hacer negocios

Por Perry Garfinkel

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El artista Ricardo Vázquez trabajando en el mural de la niña colombina en Estambul. (Nicole Tung/The New York Times)
El artista Ricardo Vázquez trabajando en el mural de la niña colombina en Estambul. (Nicole Tung/The New York Times)

BOGOTÁ, Colombia — Camilo Fidel López come, bebe, piensa, duerme y respira grafiti.

Donde el ojo promedio ve paredes de edificios vacías y monótonas, López, fundador de Vértigo Graffiti, un equipo de artistas que se dedican a esa forma de arte, ve lienzos en blanco, oportunidades para promover de manera colorida las causas de la justicia social, bien sea en su ciudad natal, la capital colombiana Bogotá, o en el resto del mundo.

A sus 38 años parece más joven, luce una barba desaliñada, hace poco vestía pantalones de mezclilla, una camisa informal sin mangas, y no paraba de moverse en su recorrido por Bogotá, que se ha convertido en uno de los principales destinos grafiteros del mundo.

Unos días más tarde, deambulaba por los callejones empedrados de Cartagena, una histórica ciudad costera en Colombia que también es famosa por su arte de grafiti. Y meses después todavía estaba en movimiento, esta vez en Turquía con su equipo.

Un mural de una niña colombiana con granos de café, pintado por Vertigo Graffiti, en el barrio Karakoy de Estambul. (Nicole Tung/The New York Times)
Un mural de una niña colombiana con granos de café, pintado por Vertigo Graffiti, en el barrio Karakoy de Estambul. (Nicole Tung/The New York Times)

Aunque no es un artista del grafiti, López desempeña múltiples funciones en el grupo: director de arte, gerente comercial, promotor, negociador, abogado, empresario, productor de festivales y hasta guía turístico. Además, es profesor de Derecho del entretenimiento e Industrias culturales en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá.

Él se niega a definir su ocupación laboral. “Mi trabajo es iniciar conversaciones”, dijo sucintamente, en una de las pocas veces que habló de manera sucinta.

Ahora, López juega un papel clave en la vanguardia de una revolución del arte callejero que refleja la nueva cara de orgullo y expresión personal en su país.

Suele salpicar sus discursos, apasionados y constantes, sobre la importancia del grafiti con referencias a grandes pensadores y autores como sucedió en una reciente conversación en la que mencionó a John Cheever, Umberto Eco y Aristóteles, entre otros.

Pero sus referencias más frecuentes son a Gabriel García Márquez, autor colombiano y ganador del Premio Nobel de Literatura, a quien López se refiere por su apodo, Gabo. “Esta línea de ‘Memoria de mis putas tristes’, la novela de Gabo de 2004, define mi filosofía: ‘No es verdad que las personas dejen de perseguir sueños porque se hacen viejas, sino que se hacen viejas porque dejan de perseguir sus sueños’”.

Camilo Fidel López. (Nicole Tung/The New York Times)
Camilo Fidel López. (Nicole Tung/The New York Times)

López es hijo de dos académicos y socialistas acérrimos, cuyas creencias se reflejan en su nombre: Fidel, por el exlíder cubano, Fidel Castro; y Camilo, por Camilo Cienfuegos, el cercano compañero de Castro en el ejército guerrillero que murió en un accidente aéreo poco después de que los revolucionarios cubanos derrocaran al dictador Fulgencio Batista.

Pero el camino de López hacia esa pasión que posiblemente tendrá un impacto revolucionario, y que les causó una gran satisfacción a sus padres, a menudo fue tortuoso.

A petición de sus padres, quienes le sugirieron que primero obtuviera la mejor educación para luego entregarla a la defensa de la justicia social, decidió convertirse en abogado. Luego de graduarse de una de las mejores facultades de Derecho de Bogotá, López puso la mira en la Facultad de Derecho de Harvard, pero quedó destrozado cuando lo rechazaron.

Sin embargo, el rechazo de Harvard lo encaminó hacia su ocupación actual.

“Tenía 28 años y mi vida estaba patas para arriba”, dijo López. “Así que me fui de Cambridge, Massachusetts, a Manhattan para enterrar mis penas y desahogarme”.

“En SoHo, me topé con una vibrante escena del grafiti que hablaba de la injusticia social. Incluso se vendía en galerías”, dijo. “Entonces se me prendió el foco y pensé: ‘Tal vez se podrían hacer ambas cosas: desencadenar una revolución social y hacer negocios con ella’”.

López regresó a casa y, en 2009, fundó Vértigo Graffiti.

(Nicole Tung/The New York Times)
(Nicole Tung/The New York Times)

“Esos primeros años fueron difíciles”, dijo. “Comenzamos a hacer demostraciones gratis en casas particulares para crear un portafolio. Hubo muchas pruebas y errores hasta que aprendí lo que era posible hacer. A pesar de que, en ese momento, pintar en paredes públicas era ilegal, desde el principio, hubo un interés por parte de algunas compañías. En 2011, creamos una gran campaña con Coca-Cola y Sprite”.

El asesinato policial de un artista de grafiti de 16 años, un hecho que fue ampliamente condenado, ayudó a persuadir al gobierno de la ciudad en 2012 a despenalizar la pintura con grafiti en ciertas zonas.

A menudo, López responde preguntas sobre ese esfuerzo artístico que, en gran medida, no encaja en definiciones tradicionales. ¿Son artistas anarquistas e independientes o solo se trata de capitalistas oportunistas que se están vendiendo a los intereses comerciales? ¿Es vandalismo o un ejercicio de libertad de expresión?

Según el abogado, las respuestas son menos importantes que la manera en que el grafiti está cambiando la percepción de la gente sobre su país.

Es un cambio que otros también han notado.

“Antes de mudarme aquí hace tres años, tenía la misma idea errónea de muchas personas: Colombia es un país de productores de café con bigote y capos de la droga”, dijo Mark Bingle, gerente general de Four Seasons Casa Medina en Bogotá, hotel para el que López organiza giras de grafiti.

“Camilo me abrió los ojos a una nueva Colombia”, dijo Bingle. “Al dar vueltas, uno ve que los muros de Bogotá son como un museo vivo que respira historia moderna”.

En el último año, López llevó a Vértigo Graffiti hasta Ottawa, Ontario; Miami; y Amán, Jordania; entre otros lugares.

En septiembre, viajaron a Turquía, donde pintaron una pared del centro cultural para niños Halis Kurtca en Kadikoy, un suburbio de Estambul, en conmemoración del 60 aniversario de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Turquía.

La imagen muestra a una niña colombiana vestida con el atuendo tradicional de las zonas cafetaleras, sosteniendo una canasta de granos recién cosechados y un pájaro flotando en su falda negra.

López dijo que hace una década era imposible imaginar que el grafiti, que comenzó como una protesta contra todo lo establecido, se usaría para simbolizar los vínculos entre dos gobiernos.

Pero sus ambiciones para el grafiti son más elevadas. “Quiero que sea reconocido como un gran arte”, dijo, “como la ópera, el ballet y el teatro”.

*Copyright: c. 2019 The New York Times Company