
No se iban a privar de la puesta en escena. Todo ese obsceno exhibicionismo no es fortuito, sino cuidadosamente planificado y ensayado. Su estética y su lenguaje, sus rituales vulgares y su liturgia exuberante, sus sermones repetidos… todo converge siempre sobre la misma idea: la normalización del crimen como expresión de poder.
Es la política representada como antítesis de Aristóteles, quien la entendía como el lugar de la virtud, o de Montaigne, quien buscaba allí un lugar para las almas bellas. Es lo opuesto de la democracia constitucional, austera y basada en acciones legales y decisiones racionales. Y es aún contrario al socialismo de partido único, sobrio, burocrático y gris, de gestos adustos. Este es el partido del crimen en el poder.
Allí estaba un criminal transnacional peso pesado, Alex Saab, lavador y traficante, pseudo embajador y contratista del chavismo, específicamente procesado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos por sobornos, pero ahora libre. Intercambiado por 36 presos, rehenes de Maduro, fue recibido a los abrazos por la plana mayor de la dictadura venezolana. Lo saludaban con tanta emoción como si se tratara de Mandela en febrero de 1990 en la puerta de salida de Victor Verster.
Pero es que Saab era (¿es?) testaferro de Maduro y operaba en beneficio de los jerarcas del régimen, aquellos sobre quienes todavía hoy pesan altas recompensas por su captura bajo cargos de narco-terrorismo del Cartel de los Soles: Maduro mismo, USD 15 millones; Cabello, USD 10 millones; y El-Aissami, USD 10 millones, entre otros.
Además, Saab en prisión representaba otra sanción de las tantas que aquejan al régimen, si acaso el acceso a las cuentas bancarias dependiera de él. De ahí el regocijo por su libertad.
La clemencia presidencial que usó Biden es una prerrogativa constitucional. No obstante, no está exenta de controversia. En esta ocasión son claras las fricciones entre las dos ramas, ejecutiva y judicial, dadas las miles de horas de trabajo invertidas en la construcción del caso por cientos de funcionarios del Departamento de Justicia, agencia que además fijó las recompensas.
Pero habrá también fricciones y controversias políticas y éticas. Esta decisión tendrá consecuencias en el funcionamiento del sistema internacional. Organizado como un sistema de entidades nacionales, subnacionales y supraestatales, pero de Estados, el perdón a Saab, y antes a los narco-sobrinos de Maduro, ya condenados por una corte, abre un espacio desconocido.
Si los gobiernos normalizan ceder a las demandas del crimen organizado, este será legitimado como actor político y, lo que es peor, sus metodologías de acción se verán reafirmadas. Seguirá existiendo la “puerta giratoria” en Venezuela, metáfora que ilustra que por cada preso liberado otro es encarcelado. Y se trata de secuestros, pues muchos de ellos no tienen cargos formales ni delitos probados; el debido proceso no existe.
El riesgo moral es altísimo. El secuestro se convierte así en una forma aceptable de actuar en relaciones internacionales. Con ello se naturaliza la impunidad, con lo cual seguirá ocurriendo. Aquellas recompensas por los graves crímenes con los que se ha imputado a 14 jerarcas del régimen de Maduro ya no tienen sentido alguno.
La legitimación del crimen encoge la estatura ética de nuestro sistema de gobierno Occidental, la constitución, las leyes y los derechos y garantías.
Pues por eso allí estaba el politburó del crimen organizado, riendo y burlándose de los mismos que liberaron a su hijo dilecto, el reo Alex Saab. La moraleja es devastadora. Deja las convicciones democráticas decimadas y al partido del crimen en el poder y reivindicado.
Jorge Rodríguez, jefe de la delegación del régimen que negocia con la oposición una salida democrática, acompañó a Saab en el vuelo de regreso. Es una buena descripción del caso. Ilustra que por ahora dicha salida democrática no se avizora con claridad, pero sí es evidente que se va logrando la salida de la cárcel de los criminales chavistas.
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