En la oscuridad de la noche, un edificio de la ciudad de Chongqing, A 1.700 kilómetros al suroeste de Beijing, se convirtió en lienzo para una protesta contra el Partido Comunista chino en la previa al Desfile de la Victoria. Las imágenes, difundidas por la agencia Reuters, mostraron el rascacielos iluminado con frases contra el régimen de Xi Jinping: “Solo sin el Partido Comunista puede haber una nueva China”. El resplandor interrumpía la normalidad de una ciudad gobernada por la rutina de la propaganda oficial.
A lo largo de varios minutos, otras consignas se proyectaron sobre la fachada, como si la superficie del edificio se transformara en un espacio de disputa simbólica. “La libertad no es algo que se pueda arrebatar”. Eran palabras que contrastaban con el silencio impuesto en un país donde los gestos de disidencia pública son excepcionales, sofocados por la vigilancia digital, la censura y la amenaza de castigos severos.
La secuencia incluyó un desafío aún más directo: “Abajo el fascismo rojo, derroquemos la tiranía comunista”. El proyector se mantuvo encendido durante cerca de cincuenta minutos hasta que la policía dio con la habitación de hotel desde la que se lanzaban las imágenes. En otro video, también verificado por Reuters, se observa a los agentes irrumpiendo en el lugar, horas después de iniciada la acción. La escena fue registrada por una cámara de seguridad colocada en el mismo cuarto.

El autor de la protesta, según reveló un reportaje de The New York Times, fue Qi Hong, un ciudadano de 43 años originario de Chongqing. Dijo haber instalado el proyector semanas antes y haber salido de China con su esposa y sus hijas a mediados de agosto. Desde el Reino Unido activó de forma remota tanto el proyector como la cámara que captó a los agentes ingresando en la habitación. Esa distancia lo protegió de la captura inmediata, pero no reduce el riesgo de que, en su país, familiares o conocidos enfrenten represalias.

El episodio adquirió mayor relevancia porque coincidió con la ceremonia que se celebró este miércoles en la plaza de Tiananmen, en Beijing. Allí, en un escenario cuidadosamente preparado, se conmemoraron los 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Miles de soldados marcharon en formación perfecta, las salvas de artillería retumbaron en la explanada y se entonaron canciones patrióticas frente a los líderes del país y a delegaciones extranjeras. Cada detalle de la escenografía buscaba proyectar poder, disciplina y estabilidad bajo la conducción de Xi Jinping.
Tiananmen, sin embargo, es un lugar marcado por otra memoria: la represión de 1989 contra estudiantes y ciudadanos que exigían apertura política. Ese capítulo está borrado del relato oficial, pero reaparece en contraste con cualquier gesto de disidencia que se atreve a irrumpir en el presente. Mientras los cañones disparaban salvas en Beijing, la luz de un proyector en Chongqing ofrecía un recordatorio incómodo de que no toda la sociedad comparte la narrativa triunfal del Partido.
El Ministerio de Relaciones Exteriores no respondió a las solicitudes de comentario sobre la protesta. Tampoco lo hizo la oficina de seguridad pública de Chongqing. Reuters señaló que no pudo confirmar la fecha exacta de los videos ni establecer contacto directo con Qi, por lo que se desconoce la cronología exacta de los hechos. Pero esa ambigüedad no disminuye el impacto simbólico de las imágenes, difundidas internacionalmente en un país donde las huellas digitales de la disidencia suelen desaparecer con rapidez.
En China, donde la vigilancia masiva y la censura en línea estrechan los márgenes de expresión, proyectar unas frases en la pared de un rascacielos puede parecer un acto mínimo. Sin embargo, en la víspera de un despliegue de poder militar en la capital, esas consignas adquirieron una resonancia particular. La solemnidad del desfile en Beijing mostró la fuerza del Estado; las imágenes en Chongqing, en cambio, revelaron la fragilidad que convive con ese control absoluto.
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