
Poco se habla de la polémica muerte de uno de los personajes centrales de la historia de México y el mundo. Hoy te contamos acerca de una de las pérdidas más lamentables del siglo XIX.
Benito Juárez García nació el 21 de marzo de 1806 en San Pablo Guelatao, Oaxaca. Desde niño tuvo que enfrentarse a distintas adversidades por su condición indígena y sus carencias económicas, no obstante, a los 13 años se fue a la Ciudad de México para aprender español y comenzar con su educación escolar.
Gracias a sus notables esfuerzos logró graduarse como abogado y empezó su vida política en 1831 como regidor del Ayuntamiento de Oaxaca. Desde entonces su vida estaría caracterizada por constantes enfrentamientos políticos por su ideología liberal.
Tras una larga lucha contra los conservadores, en 1858 se convirtió en presidente de la República Mexicana por primera ocasión, no obstante, los problemas políticos siempre fueron la sombra de su gobierno. También se caracterizó por entablar una estrecha relación con el gobierno de Estados Unidos.
El 18 de julio de 1872 sería el último día que Juárez vería la luz del sol, pues fue en esa fecha cuando el entonces presidente perdió la vida. La tragedia sucedió en una de las habitaciones que se encontraban en el ala norte de Palacio Nacional, lugar donde se encontraba el oaxaqueño.
La causa de muerte que se dio a conocer en ese momento fue que el también llamado “Benemérito de las Américas”, había sido víctima de una angina de pecho.

Por otro lado, según información de la Revista de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Benito ya había presentado algunos cuadros alarmantes en su salud. Dos años antes, en 1870, comenzó a sentirse mal, su presión bajó y tuvo dificultades para respirar; ante tal situación, sus allegados decidieron llamar al médico Francisco Menocal, el cual diagnosticó una ”parálisis del gran simpático”.
Una semana más tarde, los síntomas volvieron a aparecer, pero esta vez con menor intensidad y se controló casi enseguida. Benito Juárez decidió seguir con sus labores cotidianas y su estilo de vida habitual.
Lamentablemente, a principios de enero del año 1871, el Benemérito tuvo que lidiar con la muerte de su esposa y mano derecha, Margarita Maza. Este hecho le dejaría un vacío muy grande en lo que le restaba de vida, pues pronto su semblante cambió y su salud emocional decayó notablemente.
Luego, el 20 de marzo de 1872 tuvo una recaída y hubo que llamar de nuevo al médico; esta vez fue atendido por el Dr. Ignacio Alvarado, quien le diagnosticó angina de pecho. Cuatro meses después, el 8 julio, regresarían las molestias que serían atendidas de inmediato.

Es importante recalcar que Ignacio Alvarado había sido el médico particular de Juárez desde mucho tiempo atrás, por lo cual, había una gran amistad entre los dos hombres.
Por desgracia, diez días después llegó la tragedia. Alvarado contó que aquél 18 de julio, Juárez García sufrió un calambre en el corazón que lo obligó a tirarse al suelo, el médico aplicó el “remedio” de echar agua hirviendo sobre su corazón, a lo que Benito respondió: “me está usted quemando”.
Hubo una mejoría que duraría dos horas, pues el cuadro se repitió. Ignacio volvió a intentar el “remedio” pero esta vez, no hubo respuestas por parte del presidente.
Como comenzaron a correr los rumores de que Benito había sido envenenado, su acta de defunción tuvo que ser mostrada al público, el documento se encontraba respaldado por las firmas de sus allegados Gabino Barreda, Rafael Lucio Diez e Ignacio Alvarado.
Ellos indicaron y dieron fe de que la causa de muerte había sido “neurosis del gran simpático”. Lo que es un hecho, es que tiempo atrás, la salud de Juárez ya había dado constantes señales de alarma. Sin embargo, nunca quiso expresar su preocupación por su estado físico, ya que “procedía de una cultura en la que el sufrimiento se oculta”.
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