
Moctezuma II en la víspera de la llegada de los españoles ya temía lo peor por presagios obscuros que llegaron a él manifestándose en forma de eventos naturales. Sin embargo, recibió a los conquistadores como si estos fueran los dioses, el regreso de Quetzalcóatl a su tierra para tomar el trono que había sido resguardado por él y sus antepasados.
En el libro de La visión de los vencidos, en el que el historiador Miguel León-Portilla junto con Ángel María Garibay K., transcriben varios testimonios y códices de los sucesos ocurridos durante la conquista y caída de Tenochtitlán. En uno de los capítulos, el segundo encuentro de los mensajeros de Moctezuma con los españoles en la costa del Golfo, fue un hecho insólito ante los conquistadores.
Los sirvientes de Moctezuma, que anteriormente habían llevado joyas y fueron espantados por los disparos de algunas armas, los recibieron con “gallinas de la tierra, huevos de éstas (sic.)” y “tortillas blancas” y lo que ellos pidieran. Además de unos prisioneros.

Pero nada los impresionó más como el momento en el que los mensajeros de Moctezuma sacrificaron a los prisioneros “quién sabe si quisieran beber su sangre”. Este capítulo nos sirve a los lectores para darnos una idea de la comida que los indígenas posteriormente ofrecerían a los españoles.
Tras tres meses de sombría reflexión, Moctezuma II veía cómo la avanzada de Hernán Cortés alteraba la paz en el imperio mexica tras la alianza con los tlaxcaltecas.
A su llegada a Tenochtitlán en noviembre de 1519, Moctezuma lo esperaba en Xoloco (por la actual calzada de San Antonio Abad) con su séquito dispuesto con sus mejores atavíos y con numerosos obsequios para los recién llegados. Una vez frente a frente Moctezuma le da la bienvenida: “Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono”.

Después de unas palabras dichas por parte de Cortés y darle un collar de margaritas (unas piedras) con lo que buscaban tranquilizar al huey-tlatoani, emprendieron el viaje al palacio donde Axayácatl, padre de Moctezuma, había residido y que sería los aposentos de los españoles, como da fe Bernal Díaz del Castillo.
Fray Francisco de Aguilar, en su Relación Breve de la Conquista de la Nueva España, hace una crónica de la llegada a Tenochtitlan y los distintos pormenores al llegar al lugar. Los españoles llegaron caminando por una de las calzadas y no pudieron evitar la sorpresa por los puentes levadizos en la ciudad que después serían la principal estrategia de los aztecas en defensa de su ciudad cuando la guerra se hizo patente.
Al llegar la procesión al templo “nos dieron mucha comida de aves y pan y maíz, tanto que bastantemente se proveyó el ejército” relata el conquistador. Después Moctezuma se retiraría a sus aposentos tras reiterarles “que a su casa venían, y que de sus antepasados tenían y sabían por lo que les habían dicho (...) que no les diesen guerra porque habían de ser señores de la tierra”.

A pesar de hacer una descripción somera, Aguilar después entra en detalle con lo que comía el señor de aquellas tierras para ellos nuevas: “Henchían toda la sala en rengleras, de diversas aves, así cocidas como asadas y guisadas de otras diversas maneras, empanadas muy grandes de aves, gallos, gallinas (...) codornices, palomas y otras aves de volatería”.
Bernal Díaz del Castillo menciona que al emperador también se le servía: “gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña, palomas, liebres y conejos, y muchas maneras de aves y cosas que se crían en estas tierras, que son tantas que no las acabaré de nombrar tan presto”.
Días después, tomarían preso a Moctezuma.
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