
Mediante escritos, o bien, a través del archivo, lo que llamamos crónicas, es posible representar la evidencia histórica de una época, con documentos creados por necesidad o por obligación, esto es, para dar cuenta al monarca español de los recursos humanos y materiales encontrados pero también para mostrar diferentes versiones de la historia desde perspectivas que lo ven todo en diversos ángulos.
Así se construyó todo lo que hoy conocemos del período llamado “La Conquista”, que sería más bien o desde un punto de vista más agresivo, la “Caída de Tenochtitlan”. Pero, a diferencia de los escritos, los discursos también son una especie de texto de gran peso para comprender qué sucedió.
Así, te presentamos a quienes colaboraron con un hecho crucial de nuestro actual México, los intérpretes de Hernán Cortés, porque no sólo fue Mariana, a quien conocemos por “La Malinche”; la otra persona involucrada fue nada más y nada menos que Jerónimo de Aguilar, un clérigo español, que pasaría a ser más adelante, esclavo de los yucatecos.
Hablemos en términos de una pugna por el poder, la interpretación al servicio de quienes en algún punto de la historia prehispánica, creímos dioses. Pasan a la historia diferentes figuras como sujetos significativos que ayudaron a gobernar un territorio que estaba dispuesto a serlo. Por un lado, Malintzin, la mujer nahua que eligió un camino que la llevaría, muchos siglos después, a ser el ícono de la traición. Por otro lado, Jerónimo de Aguilar, el audaz conquistador.

Su historia comienza como la de otros españoles, comúnmente como un miembro de un convento que pronto se interesaría por las expediciones y partiría a lo que hoy es tierra latina, en busca de oro.
Pasando por diferentes experiencias como batallas, traiciones e infortunios, aún no encuentran su precioso mineral, pero la búsqueda continúa, hasta que sucede una tragedia: el barco en el que viaja nuestro personaje es atacado, destrozado y, finalmente, se desvía de su destino, como es de deducir.
Sus compañeros, víctimas del naufragio y la desdicha, al verse afectados, quedaron a la deriva, muriendo, uno a uno, los unos a los otros viéndose perecer, tratando de luchar por sus vidas, sin obtener la ayuda de absolutamente nadie y, por el contrario, encontrándose con una mala fortuna.
Llegaron arrastrándose poco a poco, por la corriente marina, a lo que sería un cruel destino, en uno de los territorios con mayor poder, la Península Yucateca, donde fueron tomados presos y esclavizados o, si podemos ponerlo en otras palabras y buenos términos, en un principio se les brindó ayuda, pero no fue gratis, pues a los sobrevivientes de la embarcación en la que, por supuesto, se encontraba Aguilar, se les cobró este apoyo, ahora debían servir al lugar al que llegaron, los asentamientos de Tulum-Tancah.

Pero, contrario a como se cree, el esclavismo al que fue sometido Jerónimo de Aguilar no era de cerca ni parecido al que vivió, por ejemplo, Mariana. No. Jerónimo llegó a un puesto muy importante, ser gobernador y sacerdote de esa misma zona a la que fue arrastrado por la marea.
Años después, Hernán Cortés sí viaja sano y salvo. Accidentalmente, se encuentra con la tarea de rescatar a sus congéneres, de menor rango, claro. Y es en ese momento que Jerónimo de Aguilar tiene una visión a futuro y se confiesa ante Cortés, mostrándole sus diversos conocimientos como la posesión de la lengua maya.
Inteligentemente, Hernán Cortés lo toma, suceso previo a su primer encuentro con Malinalli. Cuando ello sucede, ambos colaboran, uno enseñando español y la otra aclarando conceptos en náhuatl, rápidamente formando una díada ejemplar.
Como se puede ver, Jerónimo de Aguilar fue un excelente servidor, mostrándose como una pieza valiosa al lado de Cortés y desempeñando tareas excelentes como la de visitar e interpretar ante la presencia de Moctezuma.
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