Los dichos de TV Azteca son asunto de moral pública no privada

Sea cual sea la hipótesis que aplica o todas juntas, no se entiende por qué el presidente de la República decidió darle un trato preferencial al dueño de la televisora, en lugar de responder con la fuerza jurídica y moral que se espera de un jefe de Estado

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El presidente López Obrador fue criticado por no actuar de manera más severa en contra del empresario Ricardo Salinas Pliego (Foto: Cuartoscuro)
El presidente López Obrador fue criticado por no actuar de manera más severa en contra del empresario Ricardo Salinas Pliego (Foto: Cuartoscuro)

No hay parangón posible entre un amigo que ofende a otro y la acción del que se podría considerar vocero de un poderoso empresario que llama a la desobediencia civil, en un momento de crisis sanitaria, para hacer fracasar el llamado de otro vocero, el presidencial, a “quedarse en casa”.

Se pueden esbozar diversas hipótesis sobre las intenciones de Ricardo Salinas Pliego dueño, entre otros negocios, de TV Azteca, al encargar al conductor de su programa nocturno de noticias, Javier Alatorre, la misión de descalificar la estrategia de Hugo López-Gatell Ramírez, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud y principal responsable de la estrategia para contener la pandemia provocada por el Covid-19, para inmediatamente llamar a no atender sus recomendaciones.

Es probable, que al contrario de como hiciera semanas antes en que abiertamente apoyó al presidente en contra de los “fifis” y su intención de llamar a la reclusión domiciliaria y el paro de actividades económicas, hoy Salinas busque mantener a toda costa la actividad comercial de las pocas empresas que se han negado a acatar las recomendaciones gubernamentales, con tal de no tener que cerrar las suyas. Con el agravante de que tampoco ha mandado a sus empleados a casa.

Podría ser también, que esté molesto por la presión del primer mandatario, Andrés Manuel López Obrador, para que “ciertos empresarios”, él entre ellos, que adeudan 50 mil millones de pesos en impuestos, contribuyan con su pago al rescate económico de los pequeños y medianos empresarios por el que tanto clama la oposición al primer mandatario. Poca cosa se diría, si no se supiera que tan sólo él debe 32 mil millones de pesos, como afirmara el diario Reforma.

Una tercera hipótesis es que su “estrategia” para “sacar a la gente a la calle” desprestigiando al vocero presidencial en materia de COVID-19, se debe a ambas cosas.

La cuarta hipótesis iría por otro derrotero más peligroso y profundo que, diciéndose cercano, que no amigo, del primer mandatario Salinas Pliego forme parte, de manera soterrada, del grupo de élite que buscar “quitar” a López Obrador de la silla presidencial.

Sea cual sea la hipótesis que aplica o todas juntas, no se entiende por qué el presidente de la República decidió darle un trato preferencial al empresario, vía su conductor, en lugar de responder con la fuerza jurídica y moral que se espera de un jefe de Estado.

No parece ser la mejor táctica hacer alusión a valores privados como la amistad y el error que cualquiera puede cometer, para enfrentar una embestida de esta magnitud.

Suponiendo, sin conceder, que Salinas fuera amigo del presidente López Obrador, cómo se explica que en lugar de hacer coincidir sus posturas en torno a la estrategia sanitaria, el empresario se lance, pública y abiertamente, contra un funcionario federal, no cualquier funcionario, ni en un momento cualquiera de la historia, sino justo cuando se juegan tantas cosas, las principales: disminuir en lo posible la transmisión del coronavirus entre la población y con ella el liderazgo y la credibilidad del propio presidente, en función del éxito o fracaso de dicha estrategia.

No parece posible que un empresario del tamaño de Salinas Pliego, segundo hombre más rico del país, después de Carlos Slim Helú, no alcance a dimensionar las consecuencias de sus acciones.

Lo suyo fue una clara provocación cuyos resultados pudieran ir por diversos derroteros en función de la respuesta presidencial y de la sociedad misma. Si AMLO diera un manotazo sobre la mesa para “meter al empresario al orden”, de inmediato sus enemigos políticos le acusarán de “autoritario”. Si el llamado surtiera efecto, en los siguientes días se sentirá la presión de la gente común para reanudar la actividad económica, aumentando exponencialmente el número de personas contagiadas y enfermas.

Si López Obrador, por el contrario, se doblega ante la provocación del empresario y le permite seguir violando la estrategia sanitaria, se verá como un presidente débil, perdiendo parte de su capital político.

Es en este último sentido, que aplicar valores de la vida privada a un asunto de carácter público se convierte en un error político. No sólo porque la amistad entre el presidente de la república y un empresario es un asunto de la vida privada que no debe transcender a la vida pública en forma de protección gubernamental, en ninguna circunstancia, sino porque va en contra de la investidura presidencial, de la legitimidad del propio presidente, de quien en estos momentos debe tomar las decisiones más importantes quizá de todo su mandato.

Un segundo error político podría ser confiar ciegamente en el “pueblo”, como lo hace el mismo presidente y quien, en la Conferencia de Prensa de este lunes 20 de abril, pidió: “Tengamos confianza en el pueblo. Yo tengo mucha fe en el pueblo, tengo mucha confianza en el pueblo porque a mí me ha sacado siempre adelante el pueblo”. Y confiar además en que “Hubo un despertar en los últimos tiempos (…) El cambio consistió en el cambio de mentalidad del pueblo”.

Ciertamente, el presidente ha logrado construir un importante movimiento social, nada despreciable; ciertamente, conserva aún el apoyo de su base social; ciertamente, es uno de los principales líderes políticos mundiales; ciertamente, llegó a la presidencia de la República con un gran apoyo popular y una importante legitimidad; ciertamente, supo construir a los largo de dos décadas un fuerte liderazgo político el cual le permitió no sólo ocupar la presidencia, sino concentrar el poder de manera importante en el primer año de su gobierno.

Sin embargo, aquí se pregunta qué pasará con el apoyo popular de López Obrador si sus respuestas, propias de la vida privada, como la dada ante un desafío tan claro como el de Salinas Pliego, comienzan a mostrarle como un líder débil incapaz de enfrentar sus responsabilidades públicas con acciones de Estado.

*Maestra e investigadora de la Universidad Iberoamericana

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio